miércoles, 25 de mayo de 2011

El evangelio secreto, de Kiril Yeskov

Ya, ya sé que el título suena a El código da Vinci y esperpentos similares, pero esa es la aportación de algún editor iluminado que debió de pensar que con un título con "gancho" (!) el libro se vendería más. El verdadero título del original ruso es "El evangelio de Afranio", y este nombre le resultará familiar a quien haya leído El maestro y Margarita, un libro de culto entre los rusos (y no rusos) que vivieron en la era soviética.

El caso es que el libro es muy curioso, y bastante atípico. No es una novela, ni es un ensayo, aunque tiene más de éste que de aquélla, y su éxito (que en mi opinión consigue sólo a medias) se basa en la parte ensayística. Y es que el libro se divide en dos partes de unas cien páginas cada una: la primera es un ensayo y la segunda un relato que desarrolla el análisis del ensayo. Os cuento el planteamiento del libro y la razón por la que lo he estado buscando hasta que lo he conseguido (no en formato digital, por cierto, sino en una estupenda oferta en Iberlibro por 6 euros, gastos de envío incluidos).

Kiril Yeskov es un paleontólogo reputado que ha realizado montones de excavaciones por Asia y publicado numerosos artículos. Además, parece un gran aficionado a la historia de las religiones, de modo que conoce las Escrituras de cabo a rabo, además de los Apócrifos, y las Antigüedades Judías, de Flavio Josefo, historiador experto en la época de la dominación romana de Judea, famoso por ser uno de los tres autores que menciona a Cristo como personaje histórico (si bien parece que la mención fue añadida a su obra por un monje medieval; pero dejemos eso que me pierdo). Parece que la paleontología da para aburrirse mucho. Pues empieza el libro hablando de un tal Josh McDowell, autor de otro libro titulado The resurrection factor (1981), en el que el autor se propone demostrar (con éxito a su juicio) que la resurrección de Cristo ocurrió realmente mediante el argumento de refutar todas las alternativas de explicación racional del relato evangélico del suceso (!!!). Dejando a un lado el disparate de semejante propósito por el hecho de que el tal McDowell parezca ignorar que las posibles explicaciones racionales son virtualmente infinitas, y comoquiera que Yeskov menciona también que diversos jueces americanos han asegurado que los testimonios recogidos en las Escrituras bastarían para dictar un veredicto a favor de la resurrección (cosa que ni voy a comentar porque ya se encarga él de hacer una parodia con Perry Mason como abogado de la defensa), Yeskov decide aceptar el reto y se propone construir una alternativa racional consistente con los testimonios de los Evangelios, imponiéndose, además, una restricción de honestidad de los testigos (esto es, acepta que lo que reflejan los Evangelios es testimonio fiel de sus autores, o bien de lo que vieron, o bien de lo que les contaron). Por cierto que para justificar este punto da una razón que hace pensar: según él, la incoherencia de los relatos evangélicos habla de su autenticidad porque una falsificación trataría de evitar inconsistencias (y cita como ejemplo las reescrituras de la historia que se llevaban a cabo en la Unión Soviética). El Ministerio de la Verdad no comete errores.

Y con este propósito dedica la primera parte del libro a vapulear los Evangelios poniendo de manifiesto todas las inconsistencias que contienen, así como todos los puntos en los que la versión oficial de los hechos como mínimo chirría. Es curioso porque a todos los que hayáis padecido (como yo) durante la infancia las repetidas lecturas de estos peñazos (parábolas incluidas) os resultarán muy familiares las incoherencias. Os pongo un ejemplo: ¿recordáis qué ocurre cuando Jesús resucita al tercer día y empieza a aparecerse a gente? ¡Que no lo reconoce ni Dios! En los Evangelios se dice repetidamente que estaba "muy cambiado". Incluso se le aparece a dos fulanos que van camino de Emaús y se pasa todo el viaje discutiendo con ellos de sesudos asuntos de doctrina... ¡y no se dan cuenta de que es Él hasta el final! Recordaba esos pasajes perfectamente y me reía yo mismo de la hipnosis colectiva en que la Iglesia ha sumido a todo el mundo. Si algo queda claro del relato bíblico es que el individuo que se presentó ante diversas personas al tercer día de que entrerraran a Jesús el Nazareno (incluidos los apóstoles y María Magdalena, de quienes no puede dudarse que lo conocieran ---esta última puede que incluso sin túnica---) NO era Jesús ni por asomo. Y así todo. Revisa el personaje de Pilatos, el encuentro con Juan el Bautista, el milagro de Lázaro... Y el cuadro que va pintando es el de una conspiración urdida por la "inteligencia" romana para tratar de difundir una doctrina herética entre los judíos que, además, era pacífica y aceptaba la dominación romana ("dad al César lo que es del César"). Y si queréis saber mi opinión, la teoría resulta convincente.

Pero luego llega la segunda parte, donde intenta novelar los sucesos tal como habrían ocurrido en su versión de los hechos, y aquí fracasa estrepitósamente. Se supone que estamos leyendo el informe del tribuno Marco Afranio, Jefe del Servicio Secreto del Procurador de Judea (oséase, Poncio Pilatos). El informe está dirigido al procónsul de Siria y en él cuenta todos los detalles de la "operación Pez", cuyo propósito es el que he descrito arriba. Si se hubiera atenido al estilo de un informe de una agencia de espionaje habría quedado mucho más convincente. Pero el supuesto informe contiene comentarios personales, diálogos, ironías, chascarrillos y todo tipo de elementos que están absolutamente fuera de lugar en texto de esa índole. Y si uno se olvida de que es un informe y lo toma como un relato, entonces es aún peor porque como narrativa es una mierda. Ningún personaje es convincente y la historia resulta embrollada, a veces de más. Total que en lugar de una novela de espías acaba pareciendo un capítulo de Maxwell Smart.

Con todo me lo he pasado bien leyéndolo, e imaginarse los evangelios como una intriga de espionaje y contraespionaje no tiene precio. Sólo hecho a faltar un detalle que habría coronado el relato como una guinda a un pastel. ¿Os acordáis de que Jesús desaparece poco después de irse de tertulia con los rabinos, en su tierna infancia, y cuando reaparece está ya hecho un hombre? ¿Qué hizo en todo ese tiempo? Ahora está claro: la inteligencia romana lo reclutó y lo estuvo entrenando para la misión.

domingo, 15 de mayo de 2011

Entrelazamiento, de Amir D. Aczel

Inicié la lectura de este libro con el objetivo de ponerme un poquito al día sobre algunas de las últimas observaciones en física cuántica y sus posibles usos. Y, bueno, no estoy segura de haber avanzado en la comprensión de un fenómeno tan misterioso como es el entrelazamiento cuántico, pero he disfrutado con la lectura de este ensayo. Por otra parte me ha quedado bien clarito que no hay muchas personas que de verdad comprendan la no localidad que tal fenómeno requiere, por mucho que sean capaces de hacer cálculos y diseñar sofisticados experimentos que demuestran su existencia.

El desarrollo del libro es histórico, como cabría esperar. El autor hace un esfuerzo notable por acercar la fenomenología cuántica al lector sin pasar por las ecuaciones, y en buena parte de los casos es capaz de comunicar al menos el estupor que el mundo cuántico ha causado durante un siglo a científicos inmensos y tan familiarizados como sea posible estarlo con el extraño comportamiento de lo pequeño. Otro mérito de este libro es el relato de anécdotas sobre la vida de los protagonistas y sus relaciones que no son las que he oído mil veces. Quizá para alguien más informado sobre la historia de la teoría cuántica no haya tantas sorpresas, pero a mí me ha resultado una amena e interesante lectura.

Tras una introducción a los orígenes de la teoría, se entra en la controversia entre Bohr y Einstein sobre la naturaleza misma de la materia. La parte más novedosa para mí ha sido la exposición, más adelante y hasta el final del libro, de los experimentos, cada vez más sofisticados, que han demostrado la presencia del entrelazamiento en fotones y en otras partículas, a distancias tan grandes que sin duda alguna no se ha podido transmitir información (tal y como la mayoría de nosotros visualizamos el espacio-tiempo) entre los dos eventos medidos.

El comportamiento del mundo cuántico me sigue pareciendo antinatural y, tras reflexionar sobre lo antiintuitivo del mismo (apreciación que también es la de la mayoría de expertos en el campo), me pregunto si nuestro cerebro es capaz de aprehender esa extraña realidad. Cuando nacemos poseemos un cerebro tremendamente plástico que se configura en función de las experiencias a las que se ve expuesto. Así, aprendemos nuestra lengua madre con total solvencia y, a los pocos meses, somos capaces de deducir las distancias a la que se encuentran los objetos y calcular dónde se hallarán cuando, tras moverse a una cierta velocidad, quedan ocultos, por ejemplo. Hay muchísimos experimentos que muestran cómo los bebés van desarrollando esa "intuición del mundo" -- del mundo clásico, por supuesto --, y así pueden captar la sorpresa en la magia y el humor de lo inesperado. A los pocos años gran parte de la plasticidad cerebral se pierde y, como bien sabemos y sufrimos, nunca volveremos a ser capaces de dominar una lengua como la(s) propia(s). Hay algunos humanos excepcionales en su capacidad de aprendizaje, pero no son muchos.

La comprensión básica de la mecánica cuántica, el desarrollo de una intuición educada para prever lo que sucederá en un mundo de entidades cuya mejor descripción parece ser la dualidad onda-corpúsculo, se encuentra con dificultades adicionales al aprendizaje de una nueva lengua: no hay nadie que haya estado expuesto en su tierna infancia al mundo cuántico y haya crecido con un cerebro capaz de intuir lo pequeño. El sincero asombro de Einstein, quien creía que toda teoría debía de incluir todos los "elementos de realidad" revela cuán condicionados estamos por lo que creemos percibir del mundo, por lo que es "real". ¿No lo es el entrelazamiento?

El libro abre con una cita de J. B. S. Haldane (1892-1964): "Mi propia sospecha es que el universo no sólo es más raro de lo que suponemos, sino más raro de lo que podemos suponer" y cierra con otra de Abner Shimony (n. 1928) y John Clauser (n. 1942): "Las conclusiones del teorema de Bell son filosóficamente sorprendentes; o se abandona completamente la filosofía realista de la mayoría de los científicos en activo o se revisa drásticamente nuestro concepto de espacio-tiempo.".

Ahí seguimos: los elementos de realidad se llaman ahora filosofía realista. ¿Acaso damos vueltas alrededor de lo inaprensible?

Nacidos para correr, de Christopher McDougall

Yo siempre había creído que correr una maratón no tenía ningún sentido, que era el resultado de una incomprensible tozudez que desembocaba en la autolesión. Me parecía comparable a los records Guinness, donde parece que triunfa el absurdo o el dolor inútil. La ignorancia es osada: este libro ha cambiado completamente mi perspectiva. Compré el libro para regalar porque lo que se contaba en la contraportada me pareció apropiado para el receptor del regalo. Y me encontré con que, en el momento de ir a envolverlo y "darle un vistazo, a ver qué clase de tribu era esa de los tarahumara (la gente que corre)" llegué a la página 26 sin sentir. Tuve que obligarme a dejarlo, pero en cuanto fue desenvuelto seguí con él.

Ha sido un descubrimiento en toda regla. El autor es periodista, perteneciente a esa clase que sabe escribir. Fue corresponsal de guerra y ha escrito para varias revistas de deportes, pero me atrevería a decir que entre las aventuras más vitales de su recorrido debe de hallarse la que nos relata en este libro. La narración mantiene un delicioso equilibrio entre la anécdota, la aventura y la información documentada sobre aspectos de nuestra fisiología y evolución, por ejemplo. Toda la historia se articula alrededor de un grupo de personajes excepcionales y muy pintorescos unidos por una única afición: correr. Pero no son corredores de domingo: las distancias recorridas no bajan de 50 millas (y llegan a las 300 -- sí, he dicho millas), lo único que importa es llegar, es mucho mejor correr descalzo y rezan lemas como "come como si fueras pobre". En estas carreras, cuya distancia clásica es la ultramaratón de 100 millas, las mujeres son igual de eficaces que los hombres. Y los humanos resultan ser mejores que los caballos. A lo largo de la historia se desgranan aspectos fascinante de nuestras capacidades evolutivas y mentales que el autor trufa tanto con estudios sobre la dinámica en carrera del guepardo realizados en laboratorios de Harvard como con las peculiares relaciones sociales de los tarahumara, el pueblo que huye de los rarámuri -- palabra que se traduce como "los que causan los problemas" y viene a referirse al resto del mundo...

He devorado el libro. No os voy a contar mucho más, lo recomiendo sin duda. Podréis descubrir, como he hecho yo, otra nueva teoría sobre la extinción de los Neandertales, cómo proceden los pueblos que siguen practicando la caza por persistencia (corriendo durante días de ser necesario), lo que Nike sabe sobre las lesiones que causan sus magníficas zapatillas y a una serie de personajes tan raros como fascinantes.

Me han entrado unas ganas tremendas de ponerme a correr.

sábado, 14 de mayo de 2011

Juego de Tronos, de George R. R. Martin

Han sido años de ir a la Fnac y pasar al lado de este libro ignorándolo olímpicamente, y no porque no hubiera oído hablar de él, sino quizá por lo contrario, porque es libro de culto entre friquis seguidores de El Señor de los Anillos, obra que, aunque a mí me gustó en su día, creo que hay que leer con no más de veintipocos años o si no se te ha pasado el arroz (de hecho, en una segunda lectura antes de que estrenaran la trilogía en el cine, comprobé que muchas cosas del libro ahora me chirriaban o simplemente me aburrían). Y esta opinión es extensible a todo el género de fantasía.

Pero ocurre con la fantasía, como con la ciencia ficción u otros géneros novelísiticos, que hay novelas buenas y novelas malas (más de las últimas que de las primeras, pero vamos, eso ocurre con las novelas en general). En el fondo, el género no es más que un marco conceptual para presentar un conflicto, casi siempre humano, que es el que sostiene la novela. Uno acepta las premisas y adelante. De hecho, situar la acción y los personajes en un entorno fantástico o imaginario permite cierto juego que el realismo prohíbe. Así que puede ser hasta bueno. Esta que traigo aquí, es una excelente novela.

Lo que en realidad me decidió a leerla fueron ciertos comentarios en Buzz pero, sobre todo, ver el trailer de la reciente serie de HBO basada en ella (y que va por su quinto episodio, según creo). Decidí que la serie tenía una pinta del carajo, pero que si iba a verla prefería leer el libro antes, porque texto e imagen no son la misma cosa. Y no me arrepiento. De hecho, he disfrutado como un enano con ella. Es un novelón en toda regla: presenta una historia larga y compleja, con intrigas, pactos, traiciones, amores, odios, ambiciones, honor... En fin, como diría Borges, nada que no esté ya en La Odisea, pero digamos que ergódico en ella. Lo mejor, a mi juicio, los personajes y el ritmo. Este último es crucial. Los personajes son complejos y, sobre todo, creíbles; muy creíbles. Hay buenos y malos (como en toda aventura épica), pero ni simpatizas con todos los buenos, ni odias a todos los malos. Entre los buenos hay personajes que te acaban pareciendo idiotas (y a veces el serlo les sale caro), y entre los malos hay algunos con los que te identificas enseguida (acordaos de Darth Vader). Algunos son muy malos o muy buenos, pero tienen sus condicionantes y sus motivaciones. Y si alguno te parece pasado de psicópata, recordando al Calígula de Yo, Claudio no puedes menos que aceptar que el poder absoluto propicia su existencia. La comparación con Yo, Claudio no es ociosa: yo veo muchos elementos comunes con ella.

Pero lo mejor es el ritmo. Desde el principio te das cuenta de que estás leyendo una obra planificada con un cuidado exquisito; tiene un sentido de la narración que te atrapa; cada escena está trabajada con el detalle que necesita, y no hay acelerones a medida que la historia progresa, uno de los grandes defectos de algunas de estas novelas (que dan la impresión de que el autor tiene prisa por terminarlas). La narración es curiosa: es en tercera persona, pero no tiene un narrador omnisciente, sino que en cada capítulo el punto de vista cambia de personaje. El cambio no conlleva repeticiones en la hitoria, al contrario, la historia progresa de forma casi lineal, pero lo que tiene de especial este salto de punto de vista es que no hay una narración global, algunos hechos, incluso hechos importantes, los vemos sólo desde el punto de vista del personaje que toque en ese momento. No cabe duda de que se trata de una técnica interesante.

La historia no termina con la novela, pero en contra de lo que yo me estaba temiendo, la novela tiene una conclusión parcial, así que está bien rematada. Deja los suficientes elementos preparados para que te apetezca leerte la continuación, pero no resulta un coitus interruptus. Hay una pausa argumental al terminar la novela. Lo malo a lo que me refería antes es que no se trata de una continuación, ni siquiera de una trilogía sino que, por lo que yo sé, la obra entera es una pentalogía (y el tercer tomo en realidad son dos). Como cada libro tiene unas ochocientas páginas, estamos hablando de alrededor de cinco mil páginas de historia. Da vértigo solo pensarlo (mi mayor proeza hasta ahora es Guerra y Paz, y me llevó unas vacaciones de verano).

En resumen: la recomiendo vivamente. Y si no te apetece leerla (o no tienes el tiempo para hacerlo, que podría ser), al menos échale un vistazo a la serie porque promete.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Como una novela, de Daniel Pennac

El verano de 2009 me vi inmerso en la preparación de una oposición. En Sevilla hay que presentar un proyecto docente e investigador que no supere las 50 páginas escritas a doble espacio etc. Algún amigo me sugirió que no me olvidase de poner alguna asignatura del nuevo grado de matemáticas así que no pude obviar Bolonia. Puestos manos a la obra decidí, como no, poner alguna cosa general sobre la pedagogía que inunda la Universidad hoy día. Buscando en google de pronto me salió una frase lapidaria: “¿Qué pedagogos éramos cuando no nos preocupábamos de la pedagogía?” Inmediatamente busqué de donde salía esa frase y me encontré con el libro de Pennac. De hecho esa frase es todo el capítulo 5 del libro.

Esta es su contraportada:
Esta obra insólita, un auténtico estímulo para la lectura, ha sido uno de los grandes fenómenos de la edición francesa reciente. Pennac, profesor de literatura en un instituto, se propone una tarea tan simple como necesaria en nuestros días: que el adolescente pierda el miedo a la lectura, que lea por placer, que se embarque en un libro como en una aventura personal y libremente elegida. Todo ello escrito como un monólogo desenfadado, de una alegría y entusiasmo contagiosos: "En realidad, no es un libro de reflexión sobre la lectura —dice el autor—, sino una tentativa de reconciliación con el libro".

Este antimanual de literatura concluye con un decálogo no de los deberes, sino de los derechos imprescindibles del lectir (derecho a no terminar un libro, a releer, etc., incluso a no leer).
¡Y va de eso! De cómo hacer leer a los "niños". El libro es una tremenda reflexión del autor (que es profesor de instituto de literatura en Francia y por tanto sabe de lo que habla) de por qué los jóvenes no leen y como "ayuda" el ello la escuela y, como no, los pedagogos modernos. Yo me lo leí de un tirón (son 169 páginas no muy grandes) y disfruté como un enano. Hay pasajes cuando habla de su clase del instituto que son para desternillarse de risa.

Termina el libro con los derechos del lector según Pennac:
  • El derecho a no leer
  • El derecho a saltarse las páginas.
  • El derecho a no terminar un libro.
  • El derecho a releer.
  • El derecho a leer lo que sea.
  • El derecho al Bovaryismo (enfermedad textual transmisible).
  • El derecho a leer en cualquier sitio.
  • El derecho a hojear (los libros).
  • El derecho a leer en voz alta.
  • El derecho a callarse.
comentados brevemente su significado. Muy recomendable su lectura incluso en en "una tarde no lluviosa". Como dice uno de uno de sus críticos "Como una novela se lee realmente como una novela. Que lo disfrutéis.

domingo, 1 de mayo de 2011

El túnel, de Ernesto Sábato

Hace cosa de un año me leí este libro recomendado por una amiga y me gustó mucho, aunque le vi algunas grietas a sus personajes. Hoy, tras enterarme de la muerte del autor, he decidido hacerle un pequeño homenaje releyendo la novela y comentándola en este blog. Para mi sorpresa y desasosiego, la obra me ha parecido mucho más creíble en esta segunda lectura que en la anterior.

Antes de comentar la novela daré cierta información sobre la vida de su autor, que me ha parecido interesante. Estudió ciencias en la Universidad de La Plata en Argentina, donde se doctoró en Física en 1938. Le concedieron una beca para investigar radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie en París —donde se encontró "vacío de sentido"— y en 1939 fue transferido al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). En 1940, sin vocación, regresó como profesor a la Universidad de La Plata, y en 1943 decidió abandonar la ciencia definitivamente para dedicarse a la literatura y la pintura. Tuvo dos hijos. Murió cuando le faltaban menos de dos meses para cumplir cien años. 

El túnel, su primera novela, relata la historia del asesinato de María Iribarne contada por el propio asesino, Juan Pablo Castel (y no estoy destripando nada que no se sepa desde la primera línea del libro). Sábato atrapa al lector introduciéndonos en la mente de un sociópata con el que es fácil simpatizar; una especie de House; un personaje analítico, irónico, solitario y tremendamente insoportable de conocer en la realidad pero que en la distancia de la novela se convierte en un personaje con el que establecemos una cierta empatía. Claro que, teniendo en cuenta que conocemos de antemano el final de la obra, es fácil presuponer que conforme la historia avanza y nos vamos adentrando en la mente del protagonista vamos a ir descubriendo su personalidad atormentada, retorcida y oscura.

El ritmo de la novela se ajusta bastante bien a esta personalidad, salvo algún bachecillo que parece haber sido escrito en otro momento de la obra y que se puede disculpar. De esta forma, la novela empieza de una forma muy detallista y minuciosa y se va acelerando conforme el protagonista va entrando en una espiral cuyo fin es la consumación del crimen.

Por la manera en que está contada la novela, el único personaje claramente definido es el protagonista y el resto de los personajes se distorsionan a través de sus ojos. Aparecen difusos, ambiguos, entre otras cosas para hacer dudar al lector de la veracidad de las percepciones del propio narrador, y se van definiendo levemente conforme se acerca el desenlace. 

Además, es muy cortita. Una tarde máximo. Recomendada.