Cada vez me gusta más este autor. Camina sobre la delagada línea que separa la literatura del puro entretenimiento, sin llegar a decantarse definitivamente de uno u otro lado. Sus historias parecen intrascendentes, enfocadas en lo cotidiano o el detalle menor. Según progresan todo se enreda y la existencia de los personajes aparece atrapada y depender crucialmente de esa futilidad. Cuando acabas, siempre te queda la sensación de que lo que has leído en realidad tiene más fondo del que parece. Sus historias son hipnóticas, te envuelven y te atrapan con su prosa barroca e hiperbólica, a ratos trágica, a ratos cómica, a menudo irónica o sarcástica. Disfrutas cada línea del relato. Envidio a sus hijos, si los tiene, porque deben de pasárselo cañón cuando les cuente cuentos por las noches.
El libro que nos ocupa es una colección de 9 relatos. En todos ellos la vida de un hombre queda determinada por su relación con una mujer. Se podría decir que son historias de amor, mirada cada una desde un ángulo distinto, aunque esta forma de describirlas no las define bien. Pero en realidad no quiero decir más, porque leerlas merece mucho la pena. Así que termino con una descripción borgística del libro.
Una historia –seguramente apócrifa– de Kafka da pie a un réplica en dos planos en El país de las muñecas. En dos de los relatos, un punto cómico el uno (Margabarismos) algo romántico el otro (Maullidos), juega el autor con el ultramundo. Lo absurda que se puede revelar la existencia es el hilo conductor del bárbaro cuento Una palabra tuya. Por su parte, Un ascenso a los infiernos, El síndrome de Karenina y Bibelot, muestran tres caras trágicas del amor. En El valiente anestesista, una madre narra a su hija la infidelidad de su padre entreverada con El sastrecillo valiente. Finalmente, el volumen incluye un cuento cuántico —un “cuéntico” quizás—, con un final a mi juicio consistente con la interpretación de Copenhague.
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