sábado, 20 de agosto de 2011

El insomnio de Bolívar, de Jorge Volpi

Me compré este libro por dos razones: porque me gusta Volpi y porque me gustó el título. Hay que reconocer que es "sexy", porque juega con la palabra insomnio en oposición a sueño y sugiere problemas que te impiden dormir. A nadie se le escapa que el sueño de Bolívar era construir una única nación americana y que no sólo murió abrumado por su fracaso, sino que podría decirse que América, en particular América Latina, está más lejos que nunca de ese sueño. Creo recordar que García Márquez, en El general en su laberinto, habla incluso de que, a las puertas de la muerte, unas fiebres impedían dormir a Bolívar. El título es muy sugerente, vaya.

Pero el libro, como ensayo-reflexión sobre América Latina, es bastante decepcionante. Dejando a un lado que Volpi domina la prosa y se hace ameno en cualquier cosa que escriba, el libro está lleno de obviedades y muy falto de reflexiones de calado. Nos habla de que América Latina ya no existe, que no es (no fue) más que un concepto inventado que se ha basado en ciertos elementos compartidos por los países latinoamericanos, a saber, los dictadores, las guerrillas revolucionarias, la obsesión yanqui por la región, la literatura, el exotismo, etc., pero que prácticamente todos ellos han pasado a mejor vida. Ya no quedan dictadores; todos los regímenes autoritarios (exceptuando el de Castro) han sido reemplazados por democracias, si bien en ellas han proliferado los "caudillos democráticos" como Chávez, Morales, Uribe... o los partidos oligarcas, como el PRI de México (curiosamente, de nuevo esto parece ser un nexo de unión, una característica común que comparten los países latinoamericanos, en contra de la tesis de Volpi). Y con los dictadores se han ido las gerrillas revolucionarias (de nuevo con  la excepción de las FARC). El "realismo mágico", la militancia revolucionaria o el género "dictadores bananeros", que han sido las señas de identidad de la literatura latinoamericana, han desaparecido, para desasosiego de editores y liberación de nuevos autores que, pese a admirarla, reniegan de sus imposiciones (me parece que este es el verdadero motivo del ensayo de Volpi: explicar cómo la literatura de los autores nacidos después de 1960 se ha desmarcado de la literatura latinoamericana para incorporarse a las diversas corrientes y géneros que imperan en el resto del mundo). Y por último, desde que China se ha erigido en pujante potencia económica y sobre todo a partir de los atentados del 11 de septiembre, Estados Unidos ha desviado la mirada con la que vigilaba su revelto "patio trasero" para ponerla en Oriente, el nuevo foco geopolítico del mundo. De hecho, tanto es así que la izquierda tiene un nuevo empuje en la mayoría de los países de América Latina, aunque ciertamente ya no tiene los tintes revolucionarios radicales del pasado siglo. Y con el desinterés estadounidense hacia Latinoamérica el resto del mundo se ha olvidado de ella.

Este es básicamente el argumento del libro. Pero como veis, excepción hecha de la reflexión sobre la literatura latinoamericana (por razones a las que me referiré luego), no nos descubre nada nuevo. Y no hay tampoco análisis; todo se queda en una enumeración de hechos, por otra parte bien conocidos de todos por la prensa y la televisión. No hace falta que nos expliquen que Chávez monta circos mediáticos, que tiene salidas como aquéllo del "huele a asufre", que es uña y mugre con Fidel y que no pierde ocasión de acusar a los yanquis hasta de la muerte de Manolete, así como tampoco de venderles puntualmente cuanto petróleo necesiten (razón por la que los Estados Unidos no están realmente preocupados por los desplantes de Hugo). Tampoco hace falta que nos cuenten la historia de Evo Morales, al menos la conocida por todos, que es la que refleja el libro. Ni que nos hablen de la cara pública Bachelet, harto difundida por los medios. Para ese viaje no hacen falta alforjas.

Si algún mérito tiene el ensayo, para mí es la constatación de que ya no hay literatura latinoamericana. En primer lugar nos avisa de que dejemos de buscar ese algo de diferente que esperamos cuando elegimos la obra de un autor colombiano, peruano, mexicano o argentino, algo que nos recuerde a García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes... Los autores nacidos después de los sesenta ya no quieren parecerse a sus mayores (a quienes, como no puede ser de otro modo, admiran). No quieren militar, ni hacer denuncia, ni usar la escritura como revulsivo social. Quieren, básicamente, lo que todo autor occidental: ganar dinero. Y por eso ahora esciben de todo, incluso novela policiaca o ciencia ficción. Y rara vez ambientan sus novelas en sus países de origen, y cuando lo hacen, lo hacen con la indiferencia de quien usa esa ambientación porque es la que le resulta familiar. Tal vez resulten exóticos por ello, pero no lo andan buscando. La consecuencia de esto es que los grandes grupos editoriales, sobre todo los españoles (Alfaguara, Seix Barral, Siruela...), que son los que se han apropiado de la edición literaria en toda América Latina, ya no encuentran en estos autores los resabios del Boom, que es lo que, según ellos, vende bien entre el público español. Y así pasan de dar a esta nueva literatura una difusión que no sea puramente local. Volpi enumera 79 autores (80 si lo incluimos a él) de los cuales apenas conozco a tres. Y al menos por la descripción (breve) que hace de ellos, parece que hay muchos que suenan interesantes. Pero no los conocemos porque estas grandes editoriales han decidido que en España nada de esto nos interesa. Y así, una vez más, se constata la necesidad que tenemos de los editores para que nos impidan leer las cosas que no nos convienen. ¿Difusión de la cultura? Gilipolleces: esto es un negocio. No veo el día en que vayan todos al paro... Resumiendo, Volpi cuenta que hay mucha novedad en la literatura latioamericana, aunque deja muy claro que ya no hay una literatura latioamericana. Como en el resto del mundo, vaya.

Y hay otra cosa que me ha resultado curiosa, aunque Volpi no ha sabido (o no se ha atrevido a) explotarla, y es la constatación de que España es también un país latinoamericano. Con una peculiaridad: es el único que tiene rey. Hay un capítulo dedicado a lo que Volpi llama la "democracia imaginaria", que ya os podéis imaginar lo que es. Exactamente, lo mismo que tenemos aquí. Una democracia sobre el papel, pero en realidad una oligarquía controlada por políticos corruptos a quienes los ciudadanos interesan muy poco y cuyas acciones, además de a ellos mismos, favorecen a los plutócratas, los grandes empresarios en cuyas empresas terminarán sus días una vez concluyan sus fulgurantes carreras políticas. Una democracia que agranda las (ya de por sí enormes) diferencias económicas de sus ciudadanos. Una democracia en la que la igualdad ante la ley es papel mojado, y su justa aplicación depende del dinero de los litigantes. Unas democracias, en fin, una parte de cuyas soberanías están en manos de narcotraficantes y otras mafias. ¿Alguien no se siente reflejado en esta descripción? ¿Que no todos los políticos son corruptos? Je, je... Vale, sólo los que llegan a cargos. ¿Que no hay tanta desigualdad económica? Cierto, pero es que hemos vivido en una Jauja ficticia sobre una enorme burbuja inmobiliaria que, os recuerdo, ha explotado. Y ahora que estamos en crisis, estas diferencias se están disparando. ¿Que nuestra justicia funciona? ¿Conocéis algún Gurtell encarcelado? ¿Os acordáis de Garzón? Y de las mafias, para qué vamos a hablar: se creó una fiscalía anticorrupción en la Costa del Sol, entre otras cosas, porque es el centro operativo de las mafias del este. En fin.

El libro termina en un anticlímax, con un patético capítulo de futurología política que causa bastante vergüenza ajena. Nada menos que pronostica la unión federal de todo el continente americano para 2050, en dos pasos: una primera unión Canadá-USA-México por un lado y Sudamérica en torno a Brasil por otro, y una unificación final total. Wishful thinking, en el mejor de los casos. El nacionalimo es una fuerza retrógrada poderosa y muy fácil de invocar por políticos desaprensivos (perdón por la redundancia). Y por otro lado, a tenor de como ha discurrido el ensayo, no parece una conclusión que se desprenda de los hechos a fecha de hoy.

Total, no os recomiendo que salgáis corriendo a la librería a comprar este libro. Si cae en vuestras manos podéis leerlo, es corto y os durará dos sentadas, y seguramente (como yo) alguna cosa sacaréis, pero no pasa de ser un "Informe Semanal" un poco extenso y con un final prescindible. Flojo.

viernes, 19 de agosto de 2011

Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño

Acabo de leer una obra maestra.

Llevaba tiempo rondando a Bolaño, pero no me acababa de atrever con él. Había cosas a su alrededor que me echaban para atrás. Por un lado, la forma tan explosiva en que irrumpió en el mercado, una vez muerto (lo cual huele mal, con perdón); por otro, su obra más famosa, 2666, es una obra inacabada (lo que recuerda a lo que pasó con Eyes wide shut), y finalmente, en un vistazo diagonal no parecía un autor fácil. Y en efecto, no lo es. Pero eso es porque es uno de los grandes, de los que aún hoy son capaces de inventar nuevas formas de escribir novelas. Ahí es nada.

Decidí empezar por Los detectives salvajes porque  es, al parecer, su primer gran éxito y es una novela acabada (a priori me dan miedo las obras inacabas; creo que sólo las puedes apreciar si ya tienes cierta familiaridad con el autor). Además, me la había recomendado Yuri, que suele ser fiable en lo tocante a lecturas. Confieso que no reconocí lo que tenía entre manos hasta bien metido en la novela, y de hecho estuve a punto de dejarla al acabar la primera parte, sorprendido de estar leyendo lo que parecía una pieza más del sobado género "putas, yonquis y maricones" que ha consagrado nuestro amado cine. Pero inexplicablemente seguí y me alegro de haberlo hecho.

Contar de qué va la novela no es fácil. En principio es la historia de un pequeño grupo de poetas radicales (en sus poemas y en su actitud hacia el establishment; en una ocasión planean raptar a Octavio Paz sólo por joder) de mediados de los 70 que siguen una tendencia que denominan realismo visceral (o real visceralismo, término en que se acaba transformando a lo largo de la novela). El grupo dura muy poco y apenas queda memoria de él, y la novela sigue los avatares de sus integrantes (en el fondo una panda de "colgaos" que se buscan la vida, con mayor, menor o nulo éxito) hasta 1996. Pero la novela es mucho más compleja, y este resumen apenas dice nada de ella.

Para empezar, en buena medida se trata de una autobiografía. Los dos protagonistas, los creadores del grupo de realvisceralistas, son dos personajes que parecen vivir por y para la poesía, y subsistir a base de trapichear: Ulises Lima y Arturo Belano. La analogía de Belano con Bolaño y el hecho de que, como éste, aquél es también un chileno afincado en el DF, ya sugieren el carácter autobiográfico. Además, indagando luego he leído que Ulises Lima era Mario Santiago, el mejor amigo de Bolaño en el DF, y que otros personajes de la novela tienen una contrapartida real. Algunos incluso (el caso de Monsiváis o de Octavio Paz) aparecen con su propio nombre. Y en efecto, la novela es, en gran medida, una autobiografía, con todas las salvedades que conlleva el hecho de que, en última instancia, es una obra de ficción (quiero decir que muy probablemente hay hechos alterados, inventados o atribuidos a otra gente, y que a las claras el final de la novela es ficción, por ejemplo). Parece que incluso el realismo visceral existió realmente, como una rama desgajada del surrealismo denominada infrarrelismo, en cuyas filas militó Bolaño. Buena parte del contenido de la novela gira en torno a la poesía, los poetas (en especial los mexicanos), el arte y la literatura. Los personajes alaban y critican autores y tendencias, en tonos agresivos, sarcásticos, elogiosos, cómicos... y me da que mucha de la crítica y la alabanza reflejan las opiniones de Bolaño. Memorable el capítulo en que un personaje clasifica a los poetas en maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos. Yo no conozco ni la cuarta parte de los autores que menciona, pero a aquéllos que conozco el calificativo les va (me refiero a su estilo, con quién follaban es cosa de ellos). Incluyo una cita para que os hagáis una idea:
"Dentro del inmenso océano de la poesía distinguía varias corrientes: maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos. Las dos corrientes mayores, sin embargo, eran la de los maricones y la de los maricas. Walt Whitman, por ejemplo, era un poeta maricón. Pablo Neruda, un poeta marica. William Blake era maricón, sin asomo de duda, y Octavio Paz marica. Borges era fileno, es decir de improviso podía ser maricón y de improviso simplemente asexual. Rubén Darío era una loca, de hecho la reina y el paradigma de las locas."
Yo no soy capaz de hacer una crítica de la obra de Bolaño que mejore la que ya hizo Jorge Volpi en Mentiras contagiosas (obra que ya comenté en este blog), así que me limitaré a hablar del aspecto que para mí hace de esta novela una obra maestra (y en el que Volpi no entra): su construcción formal. Vayamos a ello. Hay dos formas básicas de escribir una novela: en tercera persona, adoptando el punto de vista clásico del realismo del lector omnisciente o el del protagonista, o en primera persona, que a menudo es la voz del protagonista, pero a veces cuenta la historia un personaje secundario. Incluso hay casos más originales (como Juego de tronos) en que el relato está en tercera persona, pero se adopta el punto de vista de diversos personajes, lo que da un interesante juego de perspectivas. Pero esta novela inventa una técnica que va mucho más allá: aquí la historia la cuentan multitud de personajes, algunos secundarios y otros absolutamente casuales, pero es que además la cuentan sin contarla; es decir, lo que cuentan es su propia historia, sólo que esta historia involucra a los protagonistas (a veces no más que circunstancialmente) y así sabemos de ellos sin que en realidad nadie nos esté contando nada. Las historias particulares tienen interés en sí mismas, nos hablan del DF, de México, del mundo, de las glorias y las miserias humanas, del arte, de la poesía, nos cuentan cosas divertidas, nos hablan con nostalgia, con dolor, con miedo, con vergüenza, relatan amores, traiciones... Cada personaje que interviene, aunque no aparezca más que esa vez, habla con voz propia. Y a medida que nos hablan de ellos vamos reconstruyendo la historia de nuestros protagonistas. Como si de un sistema complejo se tratara, nuestra historia, el hilo conductor de la novela, emerge de un montón historias individuales que en apariencia nada (o muy poco) tienen que ver con ella. La novela es el coro, no las voces individuales, aunque cada voz cante su propia melodía. El resultado es espectacular. El más difícil todavía es la división de la novela en tres partes: la central es el 80% de la novela y donde transcurre este relato coral. La primera y la tercera son como dos paréntesis que acotan el relato, ambos fragmentos extraídos del diario de uno de los personajes más prescindibles de la historia, un chaval de 17 años, estudiante de derecho, que se une a este grupo de pirados y descubre con ellos la poesía, el sexo, la aventura y la muerte, y del que todo el mundo parece haberse olvidado por completo. El primero de esos fragmentos de diario sitúa la novela en contexto; el último es su colofón. Curiosamente ambos fragmentos ocurren entre 1975 y 1976, mientras que, como he dicho, el relato sigue la vida de los realvisceralistas a lo largo de 20 años. Estos juegos temporales son otro de los elementos fundamentales de esta novela, pero de eso habla Volpi mejor que yo.

Una novela imprescindible.

viernes, 5 de agosto de 2011

Africanus: el hijo del cónsul y Las legiones malditas, de Santiago Posteguillo



Soy un aficionado a la novela histórica. Admito que hay mucha morralla, pero ¿en qué género no la hay? La novela histórica tiene, por un lado, el encanto de la épica, y por otro suele proporcionar personajes psicológicamente complejos que dan mucho juego para la narración. Tiene, por otro lado, la restricción de respetar los hechos, pero eso me parece más un aliciente que una limitación. Hay verdaderas joyas en este género (Yo Claudio sin duda lo es). Pero yo no pondría ninguna de estas dos en esa categoría.

Aclaro antes de seguir: no están nada mal; pese a ser dos tochacos, se leen del tirón. Y es que están construidas como un genuino best-seller, y en ese aspecto no les falta de nada: acción, sexo, buenos, malos... Ahora, como en todo best-seller, el estilo resulta un tanto impersonal, como si la forma de escribir estuviese basante estandarizada, y los recursos narrativos son muy "de libro": la constante enumeración, la reiteración de pensamientos en distintas formas, la descripción prolija de espectativas que a todas luces se ve que van a ser truncadas... Los personajes buenos son buenos sin tacha: siempre honrados, justos, leales, altruistas... Ellos y toda su familia. Los malos tampoco tienen tacha: son taimados, ruines, hijos de puta, canallas, traidores... Y se rodean de gente como ellos. No te confundes nunca, vaya.

Bueno, y entonces, ¿qué tienen las novelas que merezca la pena leerlas? Pues sobre todo la historia. La epopeya combinada de Aníbal y Escipión el Africano es una de esas historias con mayúscula. La cuentes como la cuentes, funciona. Pocas hay comparables. La de Aníbal es archiconocida; la de Escipión no tanto, y ése es el filón que explota este par de libros. Africanus: el hijo del cónsul es fundamentalmente la historia de Aníbal y su enfrentamiento con Roma en la segunda guerra púnica, mientras Escipión es un niño que crece en medio de la guerra y que sufre en sus carnes sus consecuencias. La novela acaba con un Escipión en la veintena al mando de unas legiones que consiguen conquistar Cartago Nova (Cartagena, vaya). En Las legiones malditas (título que no voy a explicar para no destripar el argumento) Aníbal pasa a ser un personaje secundario y el foco de la historia se centra en Escipión, en sus avatares para llegar a África con dos legiones y enfrentarse al ejército cartaginés al mando de Aníbal en la famosa batalla de Zama.

Las novelas, pese a su sesgo comercial, tienen buenos puntos. Hay varios personajes secundarios que tienen una relevancia importante en la trama. El malo de la historia es uno de esos malos carismáticos que llega a resultarte hasta simpático. Es muy inteligente y un muy hábil estratega, digno del senado romano que en la práctica lidera. En ocasiones llega a recordar al tío Scar, de El rey león, cuando decía aquéllo de "estoy rodeado de idiotas". Y por último, las batallas resultan muy emocionantes. A veces se pasa un poco con los guiños hollywoodianos (como por ejemplo, hacer que Aníbal y Escipión luchen cuerpo a cuerpo, algo que es sumamente improbable que ocurriera), pero haciendo un poco la vista gorda el resultado es muy bueno. De hecho, leyendo estos libros me he percatado de lo muy poco que ha evolucionado la épica desde la Iliada. Y en esto no estoy emulando a Borges, cuando decía que todos los argumentos ya estaban en la Odisea: no, lo que digo es literal. Cuando leí la Iliada recuerdo que (obviando el estilo recargado que tienen las traducciones tratando de reflejar con fidelidad que se trata de un poema) me pareció extraordinariamente moderna. De hecho, la película Troya, pese a las libertades del guión, resulta muy fiel al espíritu de la narración (por eso a mí no me disgusta la película, pese a las críticas que recibió de muchos puristas). Ahora me doy cuenta de que entendí todo al revés: no es que la Iliada sea moderna, es que definió de una vez por todas la forma de narrar epopeyas. Así al menos lo entendió Hollywood y así lo entiende Posteguillo. Y funciona, ¡vaya si funciona!

En resumen: no las pondría entre las mejores novelas históricas que he leído, pero son lecturas recomendables, en especial para el verano porque hay tiempo de sobra (entre ambas suman casi dos mil páginas). Una última aclaración: si alguien ha visto las novelas por los estantes de la FNAC o La Casa del Libro (o del Carrefour, porque están en todas partes), sabrá que hay una tercera novela: La traición de Roma. Parece que es una recreación de las (lamentablemente) perdidas memorias de Escipión el Africano, o sea que la historia continúa. Pero yo ya necesitaba un cambio de tercio: estaba un poco "ahíto de tanto parchear y tanto pito".

jueves, 4 de agosto de 2011

Por no mencionar al perro, de Connie Willis

Conocí a Connie Willis por El libro del día del juicio final. Una gran novela de ciencia ficción, si bien la ciencia ficción sólo sirve de excusa para sostener un conflicto humano. Como a mí me gusta. En ese libro una historiadora de la Edad Media viaja a la Inglaterra del siglo XIV, pero por un error en la máquina del tiempo va a caer justo en los años de la Peste Negra. El libro ganó en su año los tres grandes premios de la ciencia ficción: el Hugo, el Nébula y el Locus.

Si aquella novela estaba escrita en clave trágica, esta lo está en clave cómica, y también está basada en viajes en el tiempo. En realidad esta novela es muchas cosas. Para empezar, el título (raro de cojones) hace alusión a una novela decimonónica de Jerome K. Jerome titulada Tres hombres en una barca (por no mencionar al perro). La novela es difícil de conseguir en castellano; la tengo en inglés, pero me da cierta pereza leerla. No obstante, he hojeado el primer capítulo y parece que se trata de la historia de tres jóvenes victorianos, diletantes, a quienes el aburrimiento se les está volviendo psicosomático y que, para paliarlo, deciden hacer un viajecito en barca por el Támesis acompañados del perro. El relato parece divertido, y aunque al parecer no fue un bombazo de ventas cuando se publicó, sí que resultó ser un buen "corredor de fondo", porque a lo largo de los años el libro se convirtió en un superventas, para regocijo de sus editores. Connie Willis agradece a Heinlein en la cabecera del libro que le recomendara esta lectura que le dio pie a construir su novela.

Por no mencionar al perro es, por encima de todo, un gran homenaje a las historias victorianas en todos sus aspectos. Hay referencias constantes a las novelas de detectives, sobre todo a La piedra lunar, pero también a las novelas de Conan Doyle y Agatha Christie, a historias como Arriba y abajo, a las novelas de Woodehouse y su famoso criado Jeeves y, como no, a Tres hombres en una barca. Pero no sólo es eso, también es una historia de viajes en el tiempo y la trama va de eso, de la intervención en el pasado y las paradojas que eso crea, de cómo arreglarlas y, en definitiva, de cómo funciona el continuo espacio-tiempo para encajarlas. De hecho, no está nada mal la resolución del problema; es de lo mejor que he leído al respecto.

Y además la novela es muy divertida. Está llena de situaciones cómicas que, sin llegar a hacerme reír a carcajadas, sí que me han hecho mantener una sonrisa durante el tiempo (demasiado corto) que ha durado la lectura (por cierto que Lurdes, que se la ha leído porque se la recomendé, sí que daba carcajadas en determinados pasajes; supongo que es como te pille el cuerpo).