Aquellos de vosotros que, como yo, vayáis con frecuencia al pediatra estaréis hartos de oír la frase "es un virus" referida a un conjunto de síntomas catarrales, estomacales, de otitis o similares. Oír virus y pensar en enfermedad es todo uno. Y sin embargo, el conjunto de virus que causan enfermedades es una ínfima fracción de los virus existentes en el planeta. Estamos rodeados de virus. Entre los descubrimientos más sorprendentes que se han hecho sobre estos seres (no diré vivos), su superabundancia y su importantísimo papel como vectores de la evolución de los seres vivos destacan de forma especial. Se han encontrado virus en los lugares más insospechados del planeta, como cuevas kársticas cerradas herméticamente desde hace millones de años o el mar (donde hasta no hace mucho se pensaba que apenas había virus). En muestras tomadas en el Océano Ártico, el Golfo de México y el Pacífico Norte, los biólogos han detectado 1.800.000 genes virales, de los cuales tan solo el 10% presentan alguna similitud con los de algún microorganismo, animal, planta u hongo conocido. No cabe duda de que son un inmenso archivo genético. Pero es que, en efecto, nuestro genoma, como el de prácticamente todos los seres vivos, está repleto de "fósiles" de retrovirus que lo infectaron hace mucho tiempo introduciendo en él nuevos genes o alterando la regulación genética de los existentes, a veces de forma drástica. Para muestra un dato: la placenta humana se adhiere al útero gracias a una proteína procedente de un antiguo retrovirus. ¿Cómo os habéis quedado? Solo ahora se está empezando a vislumbrar que la transferencia horizontal de genes mediada por virus ha desempeñado un papel fundamental en la evolución de los organismos superiores (como nos gusta llamarnos a nosotros mismos).
Pero como dijo Susanna en una charla que le oí hace poco, nuestra visión de la biología está fuertemente sesgada por la inversión que se hace en ella, y la inversión en la investigación viral va encaminada a combatir enferemedades. Así que de lo que más sabemos es de virus que producen enfermedades. Este libro destaca, sobre todo, esa faceta de los virus. De un modo que recuerda a un documental de la BBC, Zimmer nos habla del descubrimiento de los virus, de la gripe, del virus del papiloma, del virus del SIDA... Y cómo no, de la viruela y del Mimivirus, un virus gigante, con un ADN comparable al de una célula, que es, a su vez, infectado por otros virus y que pone en tela de juicio nuestra definición de ser vivo. Sobre la viruela no me resisto a destacar un episodio para la reflexión. Como seguramente sabréis, es el único virus cuya extinción estuvo en manos del hombre. En la época de la guerra fría la OMS se enfrentó al dilema de extinguirlo definitivamente y erradicar esa enfermedad de la faz de la tierra o preservarlo para su estudio. Optó por esto último, en una decisión tan bienintencionada como equivocada, y mandó muestras a dos únicos laboratorios, uno en Estados Unidos y otro en la Unión Soviética. Cuando ésta cayó se comprobó que esas muestras estaban en paradero desconocido. No es esta, sin embargo, la causa de que la decisión fuera errónea (aunque era previsible que eso podía ocurrir); con el advenimiento de las técnicas de secuenciación de ADN, el del virus de la viruela se ha secuenciado y ahora su secuencia se encuentra en muchas bases de datos. Es más, como los virus codifican sólo algunos genes, es incluso plausible que su secuencia se encuentre en la memoria de muchos biólogos moleculares. Y así el virus de la viruela se ha hecho inmortal. Ya no hay manera de extinguirlo porque incluso eliminando las muestras que se guardaron el virus se puede reconstruir sin dificultad por unos cuantos dólares. De este modo, el deseo de conservarlo para avanzar el conocimiento a través de su estudio ha tenido como consecuencia que se ha hecho invencible. Hasta no hace mucho se podía matar un virus definitivamente. Ahora ya es imposible.
Es un libro corto, muy ameno y lleno de curiosidades e historias interesantes como las que acabo de mencionar. Aunque en mi opinión, es un libro muy sesgado del lado de la patología. Tal vez no se sabe aún lo suficiente de los virus como para escribir un ensayo elaborando más los otros aspectos, para mí más interesantes. En todo caso, es una lectura recomendable.
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