Eduardo Mendoza tiene dos facetas: una seria y otra cómica. En aquélla ha demostrado ser un novelista genial, uno de los mejores en nuestra lengua, pero curiosamente, según avanza su edad, parece irse decantando más por está. Incluso los libros que, como Riña de gatos, no deberían, por su temática, ser humorísticos, lo son (y mucho). ¿Será que ha decidido que la realidad es tan absurda y ridícula que sólo tiene sentido acercarse a ella a través del esperpento? No lo sé; ahí lo dejo para los críticos sesudos. En todo caso, esta novela se alinea con las del detective innombrado (el de la cripta embrujada y demás), con Sin noticias de Gurb o con El asombroso viaje de Pomponio Flato. Y quizá sea la más absurda de todas, porque ni pretende ser una crítica (el Gurb lo es, y con muy mala leche) ni hace ninguna concesión al realismo (real o imaginado). Se podría decir que es de «ciencia ficción» si La guía del autoestopista galáctico (a la que recuerda mucho) se considera ciencia ficción; pero puestos a buscar referencias, su planteamiento me recuerda a Los viajes de Gulliver y también le encuentro conexiones con Ciberíada.
La idea de la novela es muy tonta. Un comandante, Horacio Dos, está al cargo de una nave disfuncional, surcando un espacio disfuncional, con una tripulación y unos pasajeros tan disfuncionales como él mismo, el espacio y la nave. ¿Qué hacen por ahí? Vagar, condenados por sus cagadas en la tierra. De hecho, están a prueba, y si salen con bien de la «misión» (transportar a la tripulación, formada por viejos, putas y delincuentes, a cualquier confín del espacio) se supone que el comandante podrá jubilarse anticipadamente con toda la paga. Para abundar en el esperpento, la nave no funciona bien y tienen problemas serios de abastecimiento, por lo que deben buscar cuanto antes una estación espacial. Pero la primera que encuentran es... sí, disfuncional también, y tienen que salir de allí de malas maneras y sin pertrechos. A partir de ahí todo es un peregrinar de estación en estación, cada cual más absurda. Las formas de gobierno y las vicisitudes de los miembros de dichas estaciones no dejan de tener una componente satírica, pero en cualquier caso, en la historia prima el disparate sobre todo lo demás. De puro absurda resulta cómica.
La novela está narrada como el diario de a bordo del comandante, un informe que se supone debe entregar a sus superiores en la Tierra. Y la narración tiene ese tono ridículo de los informes burocráticos con pretensión de objetividad, como esos con los que nos deleitan los cuerpos y fuerzas de seguidad del estado y los tripulantes de los SAMUR cuando hacen declaraciones en el Telediario («A las nueve y treinta y tres se recibió una llamada telefónica por parte de un ciuadano reportando la observancia de un siniestro, por lo que se procedió a intervenir. Nos personamos con la ambulancia del SAMUR en doce minutos y procedimos a realizar una inspección ocular. Se comprobó que el tripulate del vehículo ciclomotor siniestrado presentaba heridas incompatibles con la vida, al estar su cabeza separada cuarenta y dos centímetros del tronco; no obstante lo cual se procedió a realizar un protocolo de reanimación durante unos minutos, transcurridos los cuales, al constatar la ausencia de éxito, se procedió a certificar su fallecimiento por parada cardiorespiratoria.» Dicho esto desde el cariño hacia el personal de los cuerpos y fuerzas de seguidad del estado y los tripulantes de los SAMUR.) Sólo conozco un precedente de este estilo de narración (genial, por cierto): Pantaleón y las visitadoras, aunque este resulta más hilarante por la cercanía de los tics.
No es La guía del autoestopista galáctico, así que dudo que se convierta en una novela de culto. Tampoco te desternillas de risa (pero ¿quién lo hace a nuestra edad leyendo a Mortadelo, quizá el referente más claro de la novela?) Pero ciertamente, pasas un rato agradable leyéndola. Recomendable para hacer «estiramientos» mentales entre maratones sesudas de lectura.
La idea de la novela es muy tonta. Un comandante, Horacio Dos, está al cargo de una nave disfuncional, surcando un espacio disfuncional, con una tripulación y unos pasajeros tan disfuncionales como él mismo, el espacio y la nave. ¿Qué hacen por ahí? Vagar, condenados por sus cagadas en la tierra. De hecho, están a prueba, y si salen con bien de la «misión» (transportar a la tripulación, formada por viejos, putas y delincuentes, a cualquier confín del espacio) se supone que el comandante podrá jubilarse anticipadamente con toda la paga. Para abundar en el esperpento, la nave no funciona bien y tienen problemas serios de abastecimiento, por lo que deben buscar cuanto antes una estación espacial. Pero la primera que encuentran es... sí, disfuncional también, y tienen que salir de allí de malas maneras y sin pertrechos. A partir de ahí todo es un peregrinar de estación en estación, cada cual más absurda. Las formas de gobierno y las vicisitudes de los miembros de dichas estaciones no dejan de tener una componente satírica, pero en cualquier caso, en la historia prima el disparate sobre todo lo demás. De puro absurda resulta cómica.
La novela está narrada como el diario de a bordo del comandante, un informe que se supone debe entregar a sus superiores en la Tierra. Y la narración tiene ese tono ridículo de los informes burocráticos con pretensión de objetividad, como esos con los que nos deleitan los cuerpos y fuerzas de seguidad del estado y los tripulantes de los SAMUR cuando hacen declaraciones en el Telediario («A las nueve y treinta y tres se recibió una llamada telefónica por parte de un ciuadano reportando la observancia de un siniestro, por lo que se procedió a intervenir. Nos personamos con la ambulancia del SAMUR en doce minutos y procedimos a realizar una inspección ocular. Se comprobó que el tripulate del vehículo ciclomotor siniestrado presentaba heridas incompatibles con la vida, al estar su cabeza separada cuarenta y dos centímetros del tronco; no obstante lo cual se procedió a realizar un protocolo de reanimación durante unos minutos, transcurridos los cuales, al constatar la ausencia de éxito, se procedió a certificar su fallecimiento por parada cardiorespiratoria.» Dicho esto desde el cariño hacia el personal de los cuerpos y fuerzas de seguidad del estado y los tripulantes de los SAMUR.) Sólo conozco un precedente de este estilo de narración (genial, por cierto): Pantaleón y las visitadoras, aunque este resulta más hilarante por la cercanía de los tics.
No es La guía del autoestopista galáctico, así que dudo que se convierta en una novela de culto. Tampoco te desternillas de risa (pero ¿quién lo hace a nuestra edad leyendo a Mortadelo, quizá el referente más claro de la novela?) Pero ciertamente, pasas un rato agradable leyéndola. Recomendable para hacer «estiramientos» mentales entre maratones sesudas de lectura.
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