De Federico Andahazi ya he comentado en este blog El anatomista, un libro que me gustó bastante; así que cuando cayó en mis manos esta otra novela suya, bastante más reciente, me animé a leerla. El argumento no pinta mal: es el descubrimiento de América al revés. Entra dentro de un nuevo género literario que se está fraguando (al menos últimamente he visto más novelas que tienen similares planteamientos) y que podríamos llamar “Historia-ficción”, o sea, ¿cómo habría sido la Historia si...?
Quetza, un mexica hijo adoptivo de uno de los miembros del Consejo de Sabios, muestra desde pequeño una fuerte inclinación hacia el mar y la navegación. Está convencido de que la Tierra es redonda y de que hay tierras desconocidas hacia levante, al otro lado del gran océano. El destino quiere que organice una expedición para comprobarlo, y remedando a Colón pero al revés, arriba a la costa de Huelva, donde entra en contacto con los pueblos bárbaros que habitan ese “Nuevo Mundo”.
Si sigo revelaré demasiado, o sea que no cuento más. Lo que sí diré, sin embargo, es que este prometedor argumento se traduce en una fallida novela. ¿Por qué? Pues porque donde el autor podría haber elaborado una épica historia de aventuras ha escrito, a lo sumo, una novelilla juvenil. La novela es demasiado corta para tamaña epopeya (solo añadiré al argumento que el propósito real de la expedición es circunnavegar la Tierra y demostrar que, en efecto, es redonda, así que imaginaos). La historia se divide en tres partes: la infancia y adolescencia de Quetza en Tenochtitlan; el diario de la expedición, y el encuentro y la estancia en el Nuevo Mundo y el regreso a México. La primera parte nos intenta sumergir en el imperio azteca. La riqueza de esa cultura hace imposible que se pueda despachar bien en cien páginas a la vez que se hace progresar la historia. Solo pongo, como ejemplo a contrastar, la epopeya Sinuhé, el egipcio, novela que sí consigue realizar con éxito la inmersión en el mundo egipcio. Demasiado superficial en esta parte, pues. La segunda, el diario de a bordo, es un calco del de Colón, así que resulta poco original. ¿Y qué decir de la tercera? ¿Tal vez que recorren Europa y Asia en poco más de 150 páginas? De nuevo, la novela malogra una buena historia. Si Marco Polo, con ir de Italia a China, pudo escribir un extenso libro con las maravillas que vio, ¿qué no podría haber escrito un azteca viajando por un mundo mucho más extenso y más diferente del propio que el que vio Marco Polo? El autor recurre con frecuencia al truco de que algunos de los manuscritos de Quetza se han perdido. Truco sucio. No cuela.
Pero hay más: una historia como esta corre el peligro de ser maniquea, peligro que ésta no sortea en absoluto. Se nos pinta a unos aztecas más civilizados de lo que eran y a unos europeos más cafres de lo que eran. Que no es que lo fueran poco, pero es que de eso andaban todos sobrados. Incluso, para soslayar el “pequeño inconveniente” de que está muy feo que los “buenos” de la historia hagan sacrificios humanos, se nos cuenta que en el imperio azteca estaban los seguidores de Huitzilopochtli, el dios de la guerra ávido de tales sacrificios, y los seguidores de Quetzálcoatl, un dios “pacifista” según nos lo pinta el autor. ¿Adivináis a qué grupo pertenece el prota? Personalmente creo que esto es una milonga sin ninguna base histórica, pero resuelve el problema a satisfacción del autor (y supongo que también de aquéllos que comparten esa misma visión maniquea de la historia real): nuestro protagonista, bueno entre malos, llega a una Europa plagada de malos, donde sí se hacen sacrificios humanos (los autos de fe) y no hay, en este caso, ninguna facción en contra. Ni Hollywood podría haberlo pergeñado mejor. Para remate, el final de la novela es más que predecible.
En su planteamiento general, la novela me recuerda otra, En busca del unicornio, de Juan Eslava Galán, que describe otra epopeya (ésta de españoles por África en busca del cuerno del unicornio que cure la impotenica del rey Enrique IV de Castilla). Pero esta, en cambio, resulta mucho más convincente que la que nos ocupa. Después de haber leído El anatomista me resulta muy sorprendente este fiasco del mismo autor. Solo puedo explicármelo si Andahazi tenía en mente escribir un posible guión cinematográfico que convenciera a algún productor de Hollywood. Si ese ha sido su propósito, nada que objetar: todo el mundo tiene derecho a intentar ganar dinero.
Resumiendo: novelilla de aventuras poco convincente y fácil de leer, apropiada si (a) tienes menos de 17 años o (b) el sol que cae sobre la tumbona en plena ola de calor hace que tu sistema neuronal no tolere demasiadas sofisticaciones.
Quetza, un mexica hijo adoptivo de uno de los miembros del Consejo de Sabios, muestra desde pequeño una fuerte inclinación hacia el mar y la navegación. Está convencido de que la Tierra es redonda y de que hay tierras desconocidas hacia levante, al otro lado del gran océano. El destino quiere que organice una expedición para comprobarlo, y remedando a Colón pero al revés, arriba a la costa de Huelva, donde entra en contacto con los pueblos bárbaros que habitan ese “Nuevo Mundo”.
Si sigo revelaré demasiado, o sea que no cuento más. Lo que sí diré, sin embargo, es que este prometedor argumento se traduce en una fallida novela. ¿Por qué? Pues porque donde el autor podría haber elaborado una épica historia de aventuras ha escrito, a lo sumo, una novelilla juvenil. La novela es demasiado corta para tamaña epopeya (solo añadiré al argumento que el propósito real de la expedición es circunnavegar la Tierra y demostrar que, en efecto, es redonda, así que imaginaos). La historia se divide en tres partes: la infancia y adolescencia de Quetza en Tenochtitlan; el diario de la expedición, y el encuentro y la estancia en el Nuevo Mundo y el regreso a México. La primera parte nos intenta sumergir en el imperio azteca. La riqueza de esa cultura hace imposible que se pueda despachar bien en cien páginas a la vez que se hace progresar la historia. Solo pongo, como ejemplo a contrastar, la epopeya Sinuhé, el egipcio, novela que sí consigue realizar con éxito la inmersión en el mundo egipcio. Demasiado superficial en esta parte, pues. La segunda, el diario de a bordo, es un calco del de Colón, así que resulta poco original. ¿Y qué decir de la tercera? ¿Tal vez que recorren Europa y Asia en poco más de 150 páginas? De nuevo, la novela malogra una buena historia. Si Marco Polo, con ir de Italia a China, pudo escribir un extenso libro con las maravillas que vio, ¿qué no podría haber escrito un azteca viajando por un mundo mucho más extenso y más diferente del propio que el que vio Marco Polo? El autor recurre con frecuencia al truco de que algunos de los manuscritos de Quetza se han perdido. Truco sucio. No cuela.
Pero hay más: una historia como esta corre el peligro de ser maniquea, peligro que ésta no sortea en absoluto. Se nos pinta a unos aztecas más civilizados de lo que eran y a unos europeos más cafres de lo que eran. Que no es que lo fueran poco, pero es que de eso andaban todos sobrados. Incluso, para soslayar el “pequeño inconveniente” de que está muy feo que los “buenos” de la historia hagan sacrificios humanos, se nos cuenta que en el imperio azteca estaban los seguidores de Huitzilopochtli, el dios de la guerra ávido de tales sacrificios, y los seguidores de Quetzálcoatl, un dios “pacifista” según nos lo pinta el autor. ¿Adivináis a qué grupo pertenece el prota? Personalmente creo que esto es una milonga sin ninguna base histórica, pero resuelve el problema a satisfacción del autor (y supongo que también de aquéllos que comparten esa misma visión maniquea de la historia real): nuestro protagonista, bueno entre malos, llega a una Europa plagada de malos, donde sí se hacen sacrificios humanos (los autos de fe) y no hay, en este caso, ninguna facción en contra. Ni Hollywood podría haberlo pergeñado mejor. Para remate, el final de la novela es más que predecible.
En su planteamiento general, la novela me recuerda otra, En busca del unicornio, de Juan Eslava Galán, que describe otra epopeya (ésta de españoles por África en busca del cuerno del unicornio que cure la impotenica del rey Enrique IV de Castilla). Pero esta, en cambio, resulta mucho más convincente que la que nos ocupa. Después de haber leído El anatomista me resulta muy sorprendente este fiasco del mismo autor. Solo puedo explicármelo si Andahazi tenía en mente escribir un posible guión cinematográfico que convenciera a algún productor de Hollywood. Si ese ha sido su propósito, nada que objetar: todo el mundo tiene derecho a intentar ganar dinero.
Resumiendo: novelilla de aventuras poco convincente y fácil de leer, apropiada si (a) tienes menos de 17 años o (b) el sol que cae sobre la tumbona en plena ola de calor hace que tu sistema neuronal no tolere demasiadas sofisticaciones.
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