Hace más de dos años reseñé en este blog las dos primeras novelas de la Trilogía de Escipión el Africano, de Santiago Posteguillo. Contaba allí que, pese a no estar entre lo mejor del género, narraban una historia que merecía ser leída, y lo hacían muy bien, de manera que el disfrute estaba garantizado. Pero más de 1.600 páginas más tarde me enfrentaba a la lectura de la tercera parte, la que hoy traigo al blog, y entre que ya estaba cansado de peplum y que la segunda terminaba con la batalla de Zama, donde Escipión derrota a Aníbal y acaba la Segunda Guerra Púnica, me pareció que ya no merecía la pena engullir otras 900 páginas sobre «el resto de la vida de Escipión», que además prometían «bajona» dado el título. Así que lo dejé allí, satisfecho de haber leído una de las mejores narraciones de una de las más grandes epopeyas históricas. No sabía entonces lo equivocado que estaba.
¿Qué me ha llevado, más de dos años después, a completar la trilogía? La casualidad. Yo, que desde que tengo el Kindle apenas piso las librerías, un día haciendo tiempo me metí en la tienda de La Casa del Libro de la calle Fuencarral, y ¿a quién me encuentro allí? A Santiago Posteguillo in person dando una charla de promoción de su nuevo libro, Circo Máximo, segundo de su segunda trilogía, ésta dedicada al emperador Trajano. Me quedé un rato a escucharlo y, para mi sorpresa y agrado, descubrí que este hombre hace promoción de sus libros hablando de Roma. Lo que estaba contando lo contaba muy bien. Hablaba de que Trajano había decidido acabar con la corrupción política («ya ven ustedes que no es un problema actual», decía) y se había metido en un avispero. Y escuchando a aquél hombre hablar de aquella época como si la conociera bien me entraron ganas de más peplum. Así que me propuse acabar con la trilogía que había dejado inconclusa para en algún momento empezar con la de Trajano, que prometía (eso sí, para un verano, porque este hombre cada vez hace los libros más gordos).
La lectura de La traición de Roma me ha deparado varias sorpresas. Para empezar, las grandes batallas de Escipión (y su enfrentamiento con Aníbal) no se acabaron en Zama. Yo no lo sabía, pero hubo otra batalla crítica para Roma: la batalla de Magnesia, que enfrentó en Asia Menor a las legiones romanas con las tropas de Antíoco III Basileus Megas (o sea, el grossenbarandanführer de Siria) y sus temibles (por invencibles) catafractos. Para explicar los devastadores efectos de estas unidades de caballería, Posteguillo dedica unos capítulos a la batalla de Panion, donde gracias a estas unidades de caballería el ejército de Antíoco no vence, no, extermina al ejército egipcio. Con estos antecedentes, ya sabes que las legiones lo van a tener crudo cuando se enfrenten a Antíoco. Pero es que además Aníbal, desterrado de Cartago, se ha convertido en asesor del rey, así que la cosa pinta chunga desde el principio.
Como dice Saúl en su comentario a las dos entregas previas de la trilogía, Posteguillo tiene debilidad por la estrategia militar. Sus descripciones te permiten visualizar las batallas mucho mejor que en una película, hasta el punto de que puedes hasta anticipar los aciertos y errores tácticos de la colocación de las tropas. Y además, su habilidad para la narración épica hace que las vivas. De este modo, las batallas —que siempre dan algo de flojera porque a priori son aburridas— se convierten en una de las partes más «divertidas» de sus novelas (esto ocurría también en las dos entregas anteriores). Así que acción y épica por un tubo, que ríete tú de la Troya de Brad Pitt.
Pero la segunda sorpresa ha sido comprobar que el autor ha madurado su técnica narrativa y ha convertido esta tercera novela en una verdadera novela histórica. Lo que nos encontramos no es la crónica de una epopeya, sino la gestación, conflicto y resolución de un drama personal: el del enfrentamiento de Escipión y Catón, no en ninguna arena bélica, sino en el mismo Senado de Roma, y que concluye con la traición que da título al libro. La complejidad de los personajes es mucho mayor en esta novela. Las relaciones personales del entorno de Escipión ya no son tan simples como en los dos anteriores: Escipión tiene problemas con el Senado, con su mujer, con sus hijos... Tiene amigos leales, pero a veces sus aliados se encuentran entre las filas enemigas, aunque él no lo sepa ver. Catón, el malo, es otro personaje complejo. Posteguillo se esfuerza en hacerlo malvado, pero le ha salido un malo carismático. Es antipático, porque es muy carca y un aguafiestas, pero no puedes dejar de entender sus razones para enfrentarse a Escipión. El temor de Catón es que Escipión, aprovechando la fama que adquiere tras la batalla de Zama y el respaldo incondicional de la plebe, dé un golpe de estado y se erija en rey de Roma. Y hay momentos en que realmente podría haber ocurrido. El miedo se convierte en obsesión, la obsesión en odio y el odio lleva al lado oscuro, así que Catón acaba llevando a Roma al borde de la guerra civil, y lo hace montando una maquiavélica trama (al parecer verídica) que no desmerece en nada el planteamiento estratégico de cualquiera de las batallas.
La traición de Roma es un drama shakespeariano: la crónica del ascenso y caída de un héroe, la historia de una traición. Una traición tanto más terrible por lo mucho que Roma le debe a Escipión. No habría habido Imperio Romano sin Escipión, y sin Imperio Romano, la historia del mundo habría sido muy diferente. Y sí, el Hollywood-style sigue presente en la novela, pero ya me gustaría a mí que Hollywood volviese a hacer películas así.
¿Qué me ha llevado, más de dos años después, a completar la trilogía? La casualidad. Yo, que desde que tengo el Kindle apenas piso las librerías, un día haciendo tiempo me metí en la tienda de La Casa del Libro de la calle Fuencarral, y ¿a quién me encuentro allí? A Santiago Posteguillo in person dando una charla de promoción de su nuevo libro, Circo Máximo, segundo de su segunda trilogía, ésta dedicada al emperador Trajano. Me quedé un rato a escucharlo y, para mi sorpresa y agrado, descubrí que este hombre hace promoción de sus libros hablando de Roma. Lo que estaba contando lo contaba muy bien. Hablaba de que Trajano había decidido acabar con la corrupción política («ya ven ustedes que no es un problema actual», decía) y se había metido en un avispero. Y escuchando a aquél hombre hablar de aquella época como si la conociera bien me entraron ganas de más peplum. Así que me propuse acabar con la trilogía que había dejado inconclusa para en algún momento empezar con la de Trajano, que prometía (eso sí, para un verano, porque este hombre cada vez hace los libros más gordos).
La lectura de La traición de Roma me ha deparado varias sorpresas. Para empezar, las grandes batallas de Escipión (y su enfrentamiento con Aníbal) no se acabaron en Zama. Yo no lo sabía, pero hubo otra batalla crítica para Roma: la batalla de Magnesia, que enfrentó en Asia Menor a las legiones romanas con las tropas de Antíoco III Basileus Megas (o sea, el grossenbarandanführer de Siria) y sus temibles (por invencibles) catafractos. Para explicar los devastadores efectos de estas unidades de caballería, Posteguillo dedica unos capítulos a la batalla de Panion, donde gracias a estas unidades de caballería el ejército de Antíoco no vence, no, extermina al ejército egipcio. Con estos antecedentes, ya sabes que las legiones lo van a tener crudo cuando se enfrenten a Antíoco. Pero es que además Aníbal, desterrado de Cartago, se ha convertido en asesor del rey, así que la cosa pinta chunga desde el principio.
Como dice Saúl en su comentario a las dos entregas previas de la trilogía, Posteguillo tiene debilidad por la estrategia militar. Sus descripciones te permiten visualizar las batallas mucho mejor que en una película, hasta el punto de que puedes hasta anticipar los aciertos y errores tácticos de la colocación de las tropas. Y además, su habilidad para la narración épica hace que las vivas. De este modo, las batallas —que siempre dan algo de flojera porque a priori son aburridas— se convierten en una de las partes más «divertidas» de sus novelas (esto ocurría también en las dos entregas anteriores). Así que acción y épica por un tubo, que ríete tú de la Troya de Brad Pitt.
Pero la segunda sorpresa ha sido comprobar que el autor ha madurado su técnica narrativa y ha convertido esta tercera novela en una verdadera novela histórica. Lo que nos encontramos no es la crónica de una epopeya, sino la gestación, conflicto y resolución de un drama personal: el del enfrentamiento de Escipión y Catón, no en ninguna arena bélica, sino en el mismo Senado de Roma, y que concluye con la traición que da título al libro. La complejidad de los personajes es mucho mayor en esta novela. Las relaciones personales del entorno de Escipión ya no son tan simples como en los dos anteriores: Escipión tiene problemas con el Senado, con su mujer, con sus hijos... Tiene amigos leales, pero a veces sus aliados se encuentran entre las filas enemigas, aunque él no lo sepa ver. Catón, el malo, es otro personaje complejo. Posteguillo se esfuerza en hacerlo malvado, pero le ha salido un malo carismático. Es antipático, porque es muy carca y un aguafiestas, pero no puedes dejar de entender sus razones para enfrentarse a Escipión. El temor de Catón es que Escipión, aprovechando la fama que adquiere tras la batalla de Zama y el respaldo incondicional de la plebe, dé un golpe de estado y se erija en rey de Roma. Y hay momentos en que realmente podría haber ocurrido. El miedo se convierte en obsesión, la obsesión en odio y el odio lleva al lado oscuro, así que Catón acaba llevando a Roma al borde de la guerra civil, y lo hace montando una maquiavélica trama (al parecer verídica) que no desmerece en nada el planteamiento estratégico de cualquiera de las batallas.
La traición de Roma es un drama shakespeariano: la crónica del ascenso y caída de un héroe, la historia de una traición. Una traición tanto más terrible por lo mucho que Roma le debe a Escipión. No habría habido Imperio Romano sin Escipión, y sin Imperio Romano, la historia del mundo habría sido muy diferente. Y sí, el Hollywood-style sigue presente en la novela, pero ya me gustaría a mí que Hollywood volviese a hacer películas así.
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