Continuando con el homenaje a Cervantes que (involuntariamente) empecé hace dos entradas con el Tristram Shandy de Sterne, hoy traigo al blog una novela histórica ambientada en el Madrid de comienzos del XVII y con una intriga en torno al «falso» Quijote de Avellaneda. Como ya sabéis, mientras Cervantes remoloneaba —para desconsuelo de su editor— sin decidirse a abordar en serio una continuación de la aventuras de su famoso hidalgo, un tal Alonso Fernández de Avellaneda se le adelantó publicando en una imprenta de Tarragona la dicha continuación. Este «falso Quijote», como se le suele llamar hoy día, tuvo en cambio buena acogida entre el público. Y por si esto fuera poco para el desolado Cervantes, en su prólogo el tal Avellaneda se despacha a gusto con él, en represalia, dice, por haber ofendido en su obra a alguien en cuya descripción encaja muy bien Lope de Vega.
La denominación de «falso» no solo responde al hecho de que su autor no sea Cervantes, ni de que —a decir de quienes lo han leído— sea de una calidad muy inferior al original, sino también a que nada en él es auténtico. Empezando por su autor, que es un pseudónimo de alguien desconocido aún hoy (hay algunas conjeturas de quién pudo ser, pero ninguna certeza), y acabando por la imprenta, que no existía, pasando por las autorizaciones eclesiásticas para su publicación, también falsificadas. Corrió muchos riesgos su autor, porque falsificar los permisos podía suponer ir a galeras. Quizá por eso nadie haya sabido nunca el verdadero nombre de Avellaneda.
La novela empieza cuando Francisco de Robles, el editor del Quijote y dueño de un garito clandestino de juego, encarga a uno de sus esbirros, el protagonista de la novela, la búsqueda del tal Avellaneda, se supone que para ajustarle cuentas por haberle usurpado sus ganancias. A partir de ahí, una narración en primera persona de este personaje, que encaja bastante bien en el arquetipo del pícaro, va recorriendo el Madrid de la época entrevistándose con todos los grandes del Siglo de Oro (Cervantes incluido), así como con ilustres personajes de la nobleza.
El argumento es en verdad un macguffin que sirve al autor de pretexto para hacer un soberbio retrato costumbrista de aquel momento histórico; tan bueno que se hizo merecedor del I Premio Internacional de Novela Histórica «Ciudad de Zaragoza». Jamás he leído una recreación tan impresionante de una época histórica. No solo recoge el ambiente de la ciudad de una forma que (sobre todo si conoces Madrid) te hace verla con otros ojos, sino que recrea la forma de vida de la gente de una manera tan fiel que no se me ocurre mejor lectura para sumergirte en el Madrid de los Austrias. Por informar, el libro es explícito en detalles que las novelas suelen omitir, como los hábitos gastronómicos y escatológicos del personal. A ratos la novela huele (mal, por supuesto).
También resulta evidente que el segundo propósito de la novela es dar vida a todos los escritores contemporáneos de Cervantes y a varios personajes muy conocidos de la época. La trama discurre de tal manera que el protagonista se va implicando de una forma u otra en las obras más famosas. Todo ello en la persecución de un fantasma que cada vez parece más esquivo.
El lado negativo de todo esto es que la trama avanza con una lentitud exasperante para una supuesta novela de intriga (que es lo que parece inicialmente), y llegas incluso a dudar de si aquello rematará de alguna forma convincente o simplemente acabarás tropezando con la palabra FIN. Pero la forma en que está escrita y la ambientación son tan buenas que sigues leyendo interesado, hasta que por fin, hacia los tres cuartos de novela aquello empieza a coger momento y, lo que hasta entonces era costumbrismo, se convierte en una novela de intriga en toda regla que consigue terminar dignamente la historia. Al final, incluso le coges cariño al protagonista (también el autor, ya que parece que lo ha hecho protagonizar otro par de novelas).
Alfonso Mateo-Sagasta es un profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, experto en historia antigua y medieval, que sabe escribir y, sobre todo, sabe documentarse para recrear una época. Ha escrito unas cuantas novelas históricas, varias de ellas premiadas, así que es harto probable que retorne a este blog.
La denominación de «falso» no solo responde al hecho de que su autor no sea Cervantes, ni de que —a decir de quienes lo han leído— sea de una calidad muy inferior al original, sino también a que nada en él es auténtico. Empezando por su autor, que es un pseudónimo de alguien desconocido aún hoy (hay algunas conjeturas de quién pudo ser, pero ninguna certeza), y acabando por la imprenta, que no existía, pasando por las autorizaciones eclesiásticas para su publicación, también falsificadas. Corrió muchos riesgos su autor, porque falsificar los permisos podía suponer ir a galeras. Quizá por eso nadie haya sabido nunca el verdadero nombre de Avellaneda.
La novela empieza cuando Francisco de Robles, el editor del Quijote y dueño de un garito clandestino de juego, encarga a uno de sus esbirros, el protagonista de la novela, la búsqueda del tal Avellaneda, se supone que para ajustarle cuentas por haberle usurpado sus ganancias. A partir de ahí, una narración en primera persona de este personaje, que encaja bastante bien en el arquetipo del pícaro, va recorriendo el Madrid de la época entrevistándose con todos los grandes del Siglo de Oro (Cervantes incluido), así como con ilustres personajes de la nobleza.
El argumento es en verdad un macguffin que sirve al autor de pretexto para hacer un soberbio retrato costumbrista de aquel momento histórico; tan bueno que se hizo merecedor del I Premio Internacional de Novela Histórica «Ciudad de Zaragoza». Jamás he leído una recreación tan impresionante de una época histórica. No solo recoge el ambiente de la ciudad de una forma que (sobre todo si conoces Madrid) te hace verla con otros ojos, sino que recrea la forma de vida de la gente de una manera tan fiel que no se me ocurre mejor lectura para sumergirte en el Madrid de los Austrias. Por informar, el libro es explícito en detalles que las novelas suelen omitir, como los hábitos gastronómicos y escatológicos del personal. A ratos la novela huele (mal, por supuesto).
También resulta evidente que el segundo propósito de la novela es dar vida a todos los escritores contemporáneos de Cervantes y a varios personajes muy conocidos de la época. La trama discurre de tal manera que el protagonista se va implicando de una forma u otra en las obras más famosas. Todo ello en la persecución de un fantasma que cada vez parece más esquivo.
El lado negativo de todo esto es que la trama avanza con una lentitud exasperante para una supuesta novela de intriga (que es lo que parece inicialmente), y llegas incluso a dudar de si aquello rematará de alguna forma convincente o simplemente acabarás tropezando con la palabra FIN. Pero la forma en que está escrita y la ambientación son tan buenas que sigues leyendo interesado, hasta que por fin, hacia los tres cuartos de novela aquello empieza a coger momento y, lo que hasta entonces era costumbrismo, se convierte en una novela de intriga en toda regla que consigue terminar dignamente la historia. Al final, incluso le coges cariño al protagonista (también el autor, ya que parece que lo ha hecho protagonizar otro par de novelas).
Alfonso Mateo-Sagasta es un profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, experto en historia antigua y medieval, que sabe escribir y, sobre todo, sabe documentarse para recrear una época. Ha escrito unas cuantas novelas históricas, varias de ellas premiadas, así que es harto probable que retorne a este blog.
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