Quiero empezar esta entrada aclarando que me cuento entre los que opinan que este hombre merecía el Nobel de literatura desde hacía, por lo menos, 30 años. Conversación en La Catedral es una novela que, como Cien años de soledad, justifica un Nobel. Pero en el caso de Vargas Llosa, además, su producción cuenta con varias novelas extraordinarias: La guerra del fin del mundo, La fiesta del Chivo, Lituma en los Andes, o incluso alguna de las "menores", como Pantaleón y las visitadoras, merecen estar en cualquier lista de las mejores novelas de la literatura en lengua castellana.
Ahora bien, dicho esto también diré que desde La fiesta del Chivo no he vuelto a leer nada de Vargas Llosa que me entusiasme. Leí El paraíso en la otra esquina (aburrida), Las travesuras de la niña mala (interesante, pero sin más) y ahora El sueño del celta, una gran decepción.
En breve: la novela es un coñazo. Da un poco de remordimiento decir esto cuando uno lee que el autor se ha documentado durante años , viajando y leyendo, para escribir esta biografía de Roger Casement (1864-1916), un irlandés que, siendo cónsul británico, primero en el Congo Belga y luego en la Amazonía, denunció los abusos, vejaciones y atrocidades a que eran sometidos los indígenas en las explotaciones de caucho. Al parecer, sus informes tuvieron una enorme repercusión en la opinión pública europea y consiguieron frenar los abusos. Pero me da la impresión de que lo que atrajo el interés de Vargas Llosa hacia este personaje es el giro radical que imprimió a su vida convirtiéndose en un militante extremista por la independencia irlandesa, una militancia que le llevó a sacrificar todo el prestigio y los honores ganados al servicio de la corona británica y a acabar juzgado por traición y ejecutado en la horca tras una revuelta irlandesa contra la ocupación británica.
Así contado el argumento puede sonar interesante, pero es la manera de narrar la historia lo que la vuelve un coñazo. En la novela se alternan los capítulos que cuentan la vida de Casement con los que narran su estancia en la cárcel en espera de la ejecución. Estos últimos, por cierto, los únicos interesantes porque son los únicos que elaboran las facetas más humanas de la personalidad del protagonista. Los demás son un mero relato biográfico, carente por completo de personajes (más allá del protagonista), pero también de momentos memorables. Incluso las atrocidades que se narran se describen con distancia, de manera que cuesta empatizar con las víctimas, como cuando en el telediario te cuentan los muertos en alguna catástrofe. Por otro lado, hay que admitirlo, el personaje resulta un redomado imbécil. Es admirable lo que hizo, desde luego, pero tiene la personalidad de un cretino. Al parecer fueron las atrocidades que presenció en el Congo las que lo convencieron de que había un paralelismo entre la ocupación belga del Congo y la británica de Irlanda (!). De hecho, a lo largo de los capítulos de la cárcel vamos descubriendo la elaboración del "mito irlandés", en la que él colaboró activamente; una manifestación de histeria colectiva teñida de romanticismo hipertrofiado. En fin.
Total que el aburrimiento te va ganando poco a poco y te da el mazazo final cuando en la última parte de la novela el autor vuelve a contar la "experiencia irlandesa", de la que ya conoces todo lo relevante por lo que has ido descubriendo en la cárcel. Esa parte se hace tan cuesta arriba que incluso comprendes a los británicos cuando lo ahorcan.
Insisto, no quiero pecar de excesivamente duro con alguien cuya forma de trabajar me parece admirable y cuyo currículum lo acredita como uno de los mayores escritores en lengua castellana. Pero ciertamente no recomiendo esta novela a nadie.
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