El desembarco de Normandía tenía todas las papeletas para fracasar estrepitosamente. A Hitler no le estaba yendo nada bien en el frente ruso, pero en Francia tenía unas cuantas divisiones y un buen arsenal de tanques como para haber frenado cualquier intento de invasión por la costa francesa. Y sin embargo, las órdenes de Berlín fueron ignorar el desembarco que se estaba produciendo y concentrar las tropas en Calais. Hasta más de una semana después los alemanes no reaccionaron a la invasión, como si no fuese más que un simulacro. Es más: un par de divisiones Panzer que se dirigían a Normandía recibieron órdenes tajantes de Berlín de acudir a Calais a esperar la verdadera invasión. Bueno, pues todo esto se debió, como os podéis imaginar, al servicio de inteligencia inglés, pero sobre todo —y eso para mí ha sido una novedad— a un español: Juan Pujol. Garbo.
La historia de este hombre es fascinante. De hecho, parece un guión de Azcona (qué país, que hasta las grandes hazañas parecen películas de Berlanga). Juan Pujol era un niño con una imaginación desbordante que creció y se convirtió en un tarambana. Para desespero de su familia, no conseguía llevar ningún negocio a buen puerto y todo lo que emprendía le salía mal. En estas empezó la guerra civil. Él, hijo de un empresario catalán, no se sentía cómodo en el bando republicano, donde le reclutaron, así que cambió de bando en el frente del Ebro. Pero los fascistas no lo trataron nada bien, y pasó bastante tiempo recluido en un campo de concentración. Cuando salió, ya acabada la guerra, se marchó a Madrid, decidido a hacer algo para impedir que el fascismo tomase el control de Europa.
Así que un buen día se fue para la embajada británica y les dijo «buenas, que quiero ser espía». Así, como en las historias de Gila. Y como es de imaginar, lo pusieron en la calle con unas palmaditas en la espalda. Aparte de que no parece un método idóneo para reclutar espías, al parecer la embajada británica tenía órdenes de impedir a cualquier precio que España abandonase la neutralidad. Y reclutar espías en un país fascista donde los alemanes campaban a sus anchas quizá no era el mejor modo de conseguirlo. ¿Acabó esto con los planes de nuestro buen amigo Juan? Ni mucho menos. Visto que esa puerta se le cerrada intentó algo más rocambolesco: ofrecerse como espía a los alemanes para luego servir como agente doble a los británicos. Y a los ingleses no, pero a los alemanes les vendió la moto.
Y Juan Pujol —ahora el agente Arabel— marcha para Lisboa con la misión de viajar a Londres y montar una red de espionaje en suelo británico, pero en lugar de ello se va otra vez para la embajada británica, esta vez en Lisboa, donde por segunda ocasión es rechazado. Atrapado en su propia ratonera, Pujol hace creer a los alemanes que está en Inglaterra, y sin moverse de Lisboa manda informes de espionaje a los alemanes. Pero hay un problema: Pujol lo ignora todo de Inglaterra (hasta el idoma), así que tiene que inventar historias sacando información de aquí y de allá, de folletos turísticos, de historias que le cuentan... Y cuelan. Incluso cuela un informe en el que habla de unos escoceses que tras una reunión se marchan a beber... ¡vino!
Informe va informe viene, la película que monta Pujol empieza a alcanzar proporciones preocupantes: los alemanes están convencidos de tener una trama de agentes infiltrados en Inglaterra, todos reclutados por Pujol, y en realidad así es, sólo que todo ocurre en su imaginación. Pujol inventa no solo agentes: inventa sus vidas, sus personalidades, mata a algunos, recluta a otros, los visita, arregla sus problemas domésticos...
De pronto un día el MI6 intercepta en Londres un informe alemán que delata una red de agentes infiltrados en Inglaterra al mando de un tal Arabel. El informe da datos muy detallados sobre una flota inglesa que se dirige al estrecho de Gibraltar. Los ingleses, que pensaban que habían desactivado todo el espionaje alemán, entran en pánico y se ponen en contacto con la Armada para alertarles del problema. La respuesta de la Armada viene a ser algo así como «¿Flota? ¿Qué flota? No hemos mandado ninguna flota al estrecho.» Los ingleses no entienden nada, pero lanzan la orden de busca y captura de Arabel. Y en esto la embajada británica en Lisboa informa de que hay un tipo, un español, que por la descripción encaja con el tal Arabel, que ha ido por nosecuánta vez a ofrecerse como agente doble.
Y ahí empieza la carrera de Garbo. El libro, además de contarnos toda la historia y de explicarnos cómo lo hizo Garbo para engañar a Hitler y hacer posible el desembarco de Normandía, nos habla de la historia del espionaje, desde sus tímidos comienzos al final de la Primera Guerra Mundial, hasta el principio de la Guerra Fría. Nos habla especialmente de los agentes del MI5 y el MI6, algunos de los cuales son autores de famosas novelas de espías (James Bond nació allí). Pero sobre todo el libro nos habla de este personaje increíble, un timador del calibre de Henry Gondorff a quien la Gran Guerra salvó de una posible (y exitosa) vida de delincuencia y convirtió, en cambio, en un gran héroe. Pujol recibió, durante la guerra, dos condecoraciones: la Cruz de Hierro y la Orden del Imperio Británico. Terminada ésta, Pujol se reunió con sus contactos en la embajada alemana de Madrid, quienes le agradecieron de corazón sus esfuerzos. Y timador hasta el fin, Garbo murió dos veces: una en Angola al acabar la guerra y otra en Venezuela a finales de los 80.
Ese era Garbo. Y si no salís disparados a pillar el libro es que tengo menos futuro escribiendo reseñas que el Fari en la NBA.
La historia de este hombre es fascinante. De hecho, parece un guión de Azcona (qué país, que hasta las grandes hazañas parecen películas de Berlanga). Juan Pujol era un niño con una imaginación desbordante que creció y se convirtió en un tarambana. Para desespero de su familia, no conseguía llevar ningún negocio a buen puerto y todo lo que emprendía le salía mal. En estas empezó la guerra civil. Él, hijo de un empresario catalán, no se sentía cómodo en el bando republicano, donde le reclutaron, así que cambió de bando en el frente del Ebro. Pero los fascistas no lo trataron nada bien, y pasó bastante tiempo recluido en un campo de concentración. Cuando salió, ya acabada la guerra, se marchó a Madrid, decidido a hacer algo para impedir que el fascismo tomase el control de Europa.
Así que un buen día se fue para la embajada británica y les dijo «buenas, que quiero ser espía». Así, como en las historias de Gila. Y como es de imaginar, lo pusieron en la calle con unas palmaditas en la espalda. Aparte de que no parece un método idóneo para reclutar espías, al parecer la embajada británica tenía órdenes de impedir a cualquier precio que España abandonase la neutralidad. Y reclutar espías en un país fascista donde los alemanes campaban a sus anchas quizá no era el mejor modo de conseguirlo. ¿Acabó esto con los planes de nuestro buen amigo Juan? Ni mucho menos. Visto que esa puerta se le cerrada intentó algo más rocambolesco: ofrecerse como espía a los alemanes para luego servir como agente doble a los británicos. Y a los ingleses no, pero a los alemanes les vendió la moto.
Y Juan Pujol —ahora el agente Arabel— marcha para Lisboa con la misión de viajar a Londres y montar una red de espionaje en suelo británico, pero en lugar de ello se va otra vez para la embajada británica, esta vez en Lisboa, donde por segunda ocasión es rechazado. Atrapado en su propia ratonera, Pujol hace creer a los alemanes que está en Inglaterra, y sin moverse de Lisboa manda informes de espionaje a los alemanes. Pero hay un problema: Pujol lo ignora todo de Inglaterra (hasta el idoma), así que tiene que inventar historias sacando información de aquí y de allá, de folletos turísticos, de historias que le cuentan... Y cuelan. Incluso cuela un informe en el que habla de unos escoceses que tras una reunión se marchan a beber... ¡vino!
Informe va informe viene, la película que monta Pujol empieza a alcanzar proporciones preocupantes: los alemanes están convencidos de tener una trama de agentes infiltrados en Inglaterra, todos reclutados por Pujol, y en realidad así es, sólo que todo ocurre en su imaginación. Pujol inventa no solo agentes: inventa sus vidas, sus personalidades, mata a algunos, recluta a otros, los visita, arregla sus problemas domésticos...
De pronto un día el MI6 intercepta en Londres un informe alemán que delata una red de agentes infiltrados en Inglaterra al mando de un tal Arabel. El informe da datos muy detallados sobre una flota inglesa que se dirige al estrecho de Gibraltar. Los ingleses, que pensaban que habían desactivado todo el espionaje alemán, entran en pánico y se ponen en contacto con la Armada para alertarles del problema. La respuesta de la Armada viene a ser algo así como «¿Flota? ¿Qué flota? No hemos mandado ninguna flota al estrecho.» Los ingleses no entienden nada, pero lanzan la orden de busca y captura de Arabel. Y en esto la embajada británica en Lisboa informa de que hay un tipo, un español, que por la descripción encaja con el tal Arabel, que ha ido por nosecuánta vez a ofrecerse como agente doble.
Y ahí empieza la carrera de Garbo. El libro, además de contarnos toda la historia y de explicarnos cómo lo hizo Garbo para engañar a Hitler y hacer posible el desembarco de Normandía, nos habla de la historia del espionaje, desde sus tímidos comienzos al final de la Primera Guerra Mundial, hasta el principio de la Guerra Fría. Nos habla especialmente de los agentes del MI5 y el MI6, algunos de los cuales son autores de famosas novelas de espías (James Bond nació allí). Pero sobre todo el libro nos habla de este personaje increíble, un timador del calibre de Henry Gondorff a quien la Gran Guerra salvó de una posible (y exitosa) vida de delincuencia y convirtió, en cambio, en un gran héroe. Pujol recibió, durante la guerra, dos condecoraciones: la Cruz de Hierro y la Orden del Imperio Británico. Terminada ésta, Pujol se reunió con sus contactos en la embajada alemana de Madrid, quienes le agradecieron de corazón sus esfuerzos. Y timador hasta el fin, Garbo murió dos veces: una en Angola al acabar la guerra y otra en Venezuela a finales de los 80.
Ese era Garbo. Y si no salís disparados a pillar el libro es que tengo menos futuro escribiendo reseñas que el Fari en la NBA.
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