Aunque ahora está de moda la «fusión» de géneros, como ocurre con las novelas poéticas o las novelas ensayo, la idea no es nueva. Este libro de 1949 ya explica en su título (Götter, Gräber und Gelehrte. Roman der Archäologie) que se trata de uno de tales géneros híbridos: «novela de arqueología». En su prólogo el autor defiende que la ciencia tiene potencial de sobra para escribir libros en los que se mezclen la intriga y la emoción de la novela de aventuras o el relato detectivesco con el rigor del ensayo científico. Se trata de limar todas las arideces, tecnicismos y erudiciones y destacar el aspecto humano, la búsqueda y el hallazgo, los éxitos y los fracasos. Y no se postula como creador de este nuevo género, sino que apela a una incipiente tradición citando un famoso precursor: Cazadores de microbios, de Paul de Kruif, y otro libro publicado casi simultáneamente con éste, también sobre arqueología: Lost Worlds, de Anne Terry White.
Y en efecto, el libro es una estupenda novela de aventuras que narra hechos rigurosamente ciertos. La arqueología es terreno abonado para este tipo de experimento literario. El tirón de Indiana Jones se debe en parte a eso. Pero es que, además, el libro cubre los mayores hallazgos arqueológicos de la historia, así que el éxito está asegurado. Ceram es el pseudónimo con que firma su autor, Kurt Wilhem Marek (Marek al revés es casi Ceram), que, contra lo que se podría pensar, no fue un arqueólogo, sino un periodista y crítico literario alemán a quien los americanos hicieron prisionero en Italia en 1944 y que decidió aprovechar su cautiverio para leer todo lo que cayó en sus manos sobre arqueología. Con tal bagage se lanzó a escribir Dioses, tumbas y sabios.
El libro está dividido en cinco partes: El libro de las estatuas, donde, entre otras cosas, se narran el descubrimiento de Pompeya y Herculano, y la increíble hazaña de Schliemann, que sacó a la luz Troya, descubrió la civilización micénica y casi también la minoica; El libro de las pirámides, que cubre desde la invasión napoleónica de Egipto hasta el hallazgo de Howard Carter de la tumba de Tutankamón; El libro de las torres, que narra los descubrimientos de los imperios asirio, babilónico y sumerio y cuenta la historia del desciframiento de la escritura cuneiforme; El libro de las escaleras, sobre las civilizaciones precolombinas, y Sobre los libros de historia de la arqueología que aún no pueden escribirse, que apunta hallazgos recientes (para su época) en el Indo y en otros lugares. El autor aconseja en el prólogo empezar a leer por el segundo libro, imagino que porque en aquella época aún estaba reciente el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, el hallazgo arqueológico que probablemente haya tenido el mayor seguimiento mediático de la historia, en parte por la fascinación que ejerce la civilización egipcia sobre nuestro imaginario colectivo y en parte por el fabuloso tesoro que, contra todo pronóstico, se encontró sin expoliar, y empezando a leer por ahí el lector tenía más posibilidades de quedar enganchado. En mi opinión, y habiendo hecho caso al consejo del autor, creo que hoy día resulta innecesario. A mí no me parece menos fascinante la historia de Schliemann que la de Carter, y si acaso me lo parece más, así que yo aconsejo empezar el libro por el principio, porque la diversión está asegurada desde la página uno.
Inevitablemente el libro está obsoleto. Desde 1949 hasta ahora mucho ha llovido, mucho nuevo se ha encontrado y mucho de lo que se consideraba cierto se ha rectificado. Por ejemplo, sabemos hoy mucho más sobre los mayas y aztecas, y sobre los pueblos que los precedieron (los constructores de Teotihuacán); incluso hay teorías con bastante sustento empírico de por qué el imperio maya desapareció. También ha cambiado la visión sobre lo que ocurrió en Pompeya y Herculano: hace poco vi en un documental que la hipótesis que mejor explica la imagen «congelada» que nos dejaron estas ciudades es que el Vesubio mandó una nube piroclástica sobre ellas, tan rápido que los habitantes no tuvieron posibilidad de huir. Y sobre la Atlántida, que Ceram menciona un par de veces en el libro, porque en aquella época se especulaba si tendría alguna relación con la civilización maya, ahora tenemos una convincente explicación que la identifica con la civilización minoica, destruida de la noche a la mañana por el tsunami que provocó la enorme explosión de un volcán que había en la isla de Tera. En fin, que el libro, de seguir el autor vivo, habría admitido una segunda edición corregida y ampliada, o una segunda parte tan fascinante como la primera. Pero como podéis imaginar, la obsolescencia es mínima en lo que se refiere a las civilizaciones del Nilo, del Tigris y el Eúfrates y del Egeo, así que el libro se puede seguir leyendo para aprender sobre todas ellas. Y ahora que recuerdo, sí que hay una especie de segunda parte, del mismo autor, donde se llena uno de los vacíos que deja este libro: el imperio hitita, ese gran desconocido (el libro se ha traducido con el título de El misterio de los hititas, y ya le tengo echado el ojo).
Vi Dioses, tumbas y sabios por primera vez en casa de Susanna (coautora de este blog). Ella y Anxo (otro coautor) sostenían que lo habían leído en su juventud y les había encantado, y yo expresaba mis dudas de que el libro aguantara una segunda lectura de adulto. Me equivoqué y así lo hago constar públicamente. El libro es muy bueno, incluso leído a mi edad, incluso conociendo el 70 por ciento de los hechos que se narran. Definitivamente recomendable.
Y en efecto, el libro es una estupenda novela de aventuras que narra hechos rigurosamente ciertos. La arqueología es terreno abonado para este tipo de experimento literario. El tirón de Indiana Jones se debe en parte a eso. Pero es que, además, el libro cubre los mayores hallazgos arqueológicos de la historia, así que el éxito está asegurado. Ceram es el pseudónimo con que firma su autor, Kurt Wilhem Marek (Marek al revés es casi Ceram), que, contra lo que se podría pensar, no fue un arqueólogo, sino un periodista y crítico literario alemán a quien los americanos hicieron prisionero en Italia en 1944 y que decidió aprovechar su cautiverio para leer todo lo que cayó en sus manos sobre arqueología. Con tal bagage se lanzó a escribir Dioses, tumbas y sabios.
El libro está dividido en cinco partes: El libro de las estatuas, donde, entre otras cosas, se narran el descubrimiento de Pompeya y Herculano, y la increíble hazaña de Schliemann, que sacó a la luz Troya, descubrió la civilización micénica y casi también la minoica; El libro de las pirámides, que cubre desde la invasión napoleónica de Egipto hasta el hallazgo de Howard Carter de la tumba de Tutankamón; El libro de las torres, que narra los descubrimientos de los imperios asirio, babilónico y sumerio y cuenta la historia del desciframiento de la escritura cuneiforme; El libro de las escaleras, sobre las civilizaciones precolombinas, y Sobre los libros de historia de la arqueología que aún no pueden escribirse, que apunta hallazgos recientes (para su época) en el Indo y en otros lugares. El autor aconseja en el prólogo empezar a leer por el segundo libro, imagino que porque en aquella época aún estaba reciente el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, el hallazgo arqueológico que probablemente haya tenido el mayor seguimiento mediático de la historia, en parte por la fascinación que ejerce la civilización egipcia sobre nuestro imaginario colectivo y en parte por el fabuloso tesoro que, contra todo pronóstico, se encontró sin expoliar, y empezando a leer por ahí el lector tenía más posibilidades de quedar enganchado. En mi opinión, y habiendo hecho caso al consejo del autor, creo que hoy día resulta innecesario. A mí no me parece menos fascinante la historia de Schliemann que la de Carter, y si acaso me lo parece más, así que yo aconsejo empezar el libro por el principio, porque la diversión está asegurada desde la página uno.
Inevitablemente el libro está obsoleto. Desde 1949 hasta ahora mucho ha llovido, mucho nuevo se ha encontrado y mucho de lo que se consideraba cierto se ha rectificado. Por ejemplo, sabemos hoy mucho más sobre los mayas y aztecas, y sobre los pueblos que los precedieron (los constructores de Teotihuacán); incluso hay teorías con bastante sustento empírico de por qué el imperio maya desapareció. También ha cambiado la visión sobre lo que ocurrió en Pompeya y Herculano: hace poco vi en un documental que la hipótesis que mejor explica la imagen «congelada» que nos dejaron estas ciudades es que el Vesubio mandó una nube piroclástica sobre ellas, tan rápido que los habitantes no tuvieron posibilidad de huir. Y sobre la Atlántida, que Ceram menciona un par de veces en el libro, porque en aquella época se especulaba si tendría alguna relación con la civilización maya, ahora tenemos una convincente explicación que la identifica con la civilización minoica, destruida de la noche a la mañana por el tsunami que provocó la enorme explosión de un volcán que había en la isla de Tera. En fin, que el libro, de seguir el autor vivo, habría admitido una segunda edición corregida y ampliada, o una segunda parte tan fascinante como la primera. Pero como podéis imaginar, la obsolescencia es mínima en lo que se refiere a las civilizaciones del Nilo, del Tigris y el Eúfrates y del Egeo, así que el libro se puede seguir leyendo para aprender sobre todas ellas. Y ahora que recuerdo, sí que hay una especie de segunda parte, del mismo autor, donde se llena uno de los vacíos que deja este libro: el imperio hitita, ese gran desconocido (el libro se ha traducido con el título de El misterio de los hititas, y ya le tengo echado el ojo).
Vi Dioses, tumbas y sabios por primera vez en casa de Susanna (coautora de este blog). Ella y Anxo (otro coautor) sostenían que lo habían leído en su juventud y les había encantado, y yo expresaba mis dudas de que el libro aguantara una segunda lectura de adulto. Me equivoqué y así lo hago constar públicamente. El libro es muy bueno, incluso leído a mi edad, incluso conociendo el 70 por ciento de los hechos que se narran. Definitivamente recomendable.
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