Cada vez que estoy de viaje por Alemania, según constata Jose (creador de este blog), siempre leo algo relacionado con los nazis (según él es el entorno), así que para no contradecirlo empezé a leer un libro que él mismo descubrió: Quiero dar testimonio hasta el final, de Victor Klemperer. Dicho libro son los diarios del Profesor alemán (de la Technische Hochschule de Dresden) de lenguas románicas Victor Klemperer.
En las primeras líneas de su contraportada leemos:
Durante largos años Victor Klemperer, alemán, distinguido romanista y judío, se dio a la tarea de anotar con una regularidad abrumadora las vejaciones del terror nazi: «Desde hace unas semanas, depresión por este régimen reaccionario. Yo no escribo aquí historia contemporánea. Pero sí quiero dejar constancia de mi amargura, más fuerte de lo que nunca había imaginado poder sentir». Son las palabras iniciales de las más de mil quinientas páginas que completan unos diarios llevados en riguroso secreto durante los años de la dictadura nazi, salvados milagrosamente de la guerra y del exterminio judío.
Son dos tochos monumentales que empezé a leer y que me superaron. El problema no es cómo está escrito, al fin y al cabo son unos diarios. El problema es que terminé harto de las quejas de Klemperer. Me leí 3 años de sus diarios y no había día que no se quejase de sus problemas de salud, de los caprichos de su esposa (alemana 100%) y de la incertidumbre en que vivía: “no sobreviviré a este régimen”, etc. Terminaron siendo angustiosos, así que los dejé (y eso que, en general, enganchan). No lo he descartado pero es un libro que, o bien eres historiador y quieres usarlo como documento de trabajo (que es lo que en realidad es), o te cansa sobremanera.
Dada la “obligación” de leer algo de la historia alemana entonces pillé el libro que da título a esta reseña. Su contraportada comienza así:
A primera vista, Adolf Hitler parecía un candidato poco adecuado para asumir un poder dictatorial. ¿Por qué, de entre todos los fanáticos del nacionalismo racista que había en Alemania tras la Primera Guerra Mundial, fue Hitler quien recibió el apoyo de las masas? ¿Cómo pudo llegar un personaje tan poco atractivo a hacerse con el control de la maquinaria de un complejo Estado moderno? ¿Por qué su autoridad —en contra de todas las previsiones— no fue limitada por las clases gobernantes tradicionales ni por medio de restricciones constitucionales? ¿Qué papel desempeñó personalmente en el diseño de la política? ¿Dirigía él realmente, hasta sus últimas consecuencias, el curso de la política y la forma de las decisiones fundamentales?
Parecía prometedor… y en parte lo es, pero (siempre hay un pero) si seguimos leyendo la contraportada:
Este estudio interpretativo de Ian Kershaw no es otra biografía breve de Hitler, aunque los capítulos temáticos estén organizados conforme a un marco cronológico amplio. En su lugar, estudia estos y otros asuntos concentrándose directamente en la naturaleza y los mecanismos del poder de Hitler y en cómo hizo uso de él. Kershaw encuentra la respuesta fundamental a todas estas cuestiones en la forma peculiar de gobierno “carismático” que llegó a ser inherente a Hitler como encarnación de una gama amplia de expectativas y descontentos sociales. Toda forma de legalidad y de gobierno racionalmente organizado fue destruida por la disponibilidad a “trabajar en la dirección del Führer”, es decir, en la dirección de las supuestas intenciones de Hitler. En gran medida, pues, el poder de Hitler fue producto de la colaboración, la tolerancia y el desacierto o la debilidad de quienes se encontraban en posiciones de responsabilidad e influencia, y debió su expansión progresiva a las concesiones y capitulaciones que éstos estuvieron dispuestos a realizar. El final de la Guerra Fría y del orden europeo de posguerra, ambos legados del Tercer Reich, proporciona un momento oportuno para esta nueva valoración.
Y efectivamente, el libro no es un ensayo al uso (en nada se parece por ejemplo a El nazi perfecto, de Martin Davidson, que ya reseñé en este blog), es más parecido al Anotaciones sobre Hitler, de Sebastian Haffner, que también reseñé aquí, pero a diferencia de este último, Kershaw pretende probar rigurosamente, a partir de las teorías de Max Weber (publicada en Economy and Society, ed. por Guenther Roth y Claus Wittich, Berkeley/Los Angeles, 1978), las causas que llevaron a Alemania a la catástrofe que fue el Tercer Reich. Como explica su autor en el prólogo:
Al adoptar el concepto de «dominación carismática» de Max Weber he intentado dar respuesta, por lo menos para mi propio uso, a interrogantes como por qué fue Hitler, de todos los fanáticos nacionalistas y racistas con enfoques más o menos parecidos que había en la Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial, el que atrajo tanto interés, o cómo un candidato tan improbable pudo hacerse con el control de la maquinaria de un Estado moderno y complejo, por qué las clases gobernantes tradicionales, en contra de lo que se esperaba, no recortaron un poder que rompió todo tipo de límites, qué significó su propio papel en la configuración de la política, y si realmente era él quien la dirigía en persona y tomaba las decisiones cruciales hasta el final.
El libro no está mal, pero es difícil de leer. No es un texto para un lector común (como es mi caso) y si lo terminé fue porque ya había dejado uno a medias y dos me pareció imperdonable y poco serio. Sí que es verdad que su razonamiento es impecable y su explicacióm de cómo fue posible la ascención de Hitler y cómo lo consiguió es convincente. No obstante, al final se puede llegar a las mismas conclusiones que al leer el libro de Davidson que mencioné antes: unas condiciones históricas muy peculiares (y ojo, muy parecidas a las de este periodo 2008-2014), un líder mesiánico y tremendamente carismático (eso es lo que todavía no ha aparecido, pero tiempo al tiempo), y mucha gente con ganas de escucharlo, e incluso seguirlo. Mi recomendación es, por tanto, si te interesa mucho el tema, y tienes tiempo, léelo, pero sólo después de que hayas leído como mínimo los dos anteriores. De otra forma, y probablemente aun así, será un tostón infumable.
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