El chauvinismo histórico que padecemos (no sólo en España, sino en todas partes) nos hace tener una visión egocéntrica de la Historia que nos convierte en unos perfectos ignorantes a la que nos alejamos 1000 km de nuestro país. La Historia de España se estudia con exhaustividad —no en vano «España es una gran nación con 3.000 años de historia» (sí, a veces la ignorancia empieza en el km 0)—, pero la del resto del mundo, sólo en la medida en que nos afecta. Por eso sabemos cosas de la historia de Francia, Inglaterra, Italia o Alemania, pero lo ignoramos todo de los Balcanes o del Imperio Otomano (casi cinco siglos de historia despachados bajo el alias de «los turcos»). Y, paradojas del chauvinismo, aunque eso debiera significar que Latinoamérica tendría ser una extensión de nuestros libros de Historia, pues resulta que no, que sabemos mucho de las hazañas de Colón, Cortés o Pizarro, pero a la que los respectivos países se fueron independizando fueron cayendo en el más olímpico olvido («¿Cómo? ¿No queréis tener nada con nosotros? Pues que os den...»).
¿Y a qué viene esta digresión?, os preguntaréis —con razón—. Pues viene a que para mí era un enigma ver esas películas del oeste que se desarrollan en la frontera de México, donde se ve a los mexicanos luchar, al grito de «¡Viva Juárez!», contra soldados franceses a las órdenes de un tal Maximiliano, que jamás aparece en ellas pero del que queda claro que es un malvado cabrón. ¿Y qué coño pintan los franceses en México? ¿Cómo llegaron a instalarse allí, en un territorio que fue español, hasta el punto de que los mexicanos tuvieron que liarse la manta a la cabeza para echarlos? ¿Y quién es ese Maximiliano? Estas y otras preguntas similares me hacía yo ante la tele, mostrando sin reparo mi más absoluta ignorancia de la historia moderna de México.
Bueno, pues Noticias del Imperio, de Fernando del Paso, es la respuesta a esas preguntas —aunque esta quizá sea la forma más pobre de presentar esta gran novela—. Sí, Noticias del Imperio es una novela histórica; pero no, Noticias del Imperio no es una novela histórica... al uso. Empezaré por decir que Fernando del Paso es, con “tan solo” cuatro novelas publicadas —de las que ésta es la tercera—, uno de los grandes novelistas en lengua castellana (la cantidad no importa: Rulfo escribió solamente una). De hecho, lo consagró su primera novela, José Trigo. Como curiosidad añadiré que cada una de sus novela fue un parto de muchos años; que todas, salvo la última (una muy inusual novela de crímenes), han recibido premios (algunos tan prestigiosos como el Rómulo Gallegos), y que tiene producción en otros géneros (poesía, teatro, ensayo), aunque tampoco muy extensa. Es decir: del Paso es un escritor que no se prodiga, pero que cada vez que lo hace sienta cátedra (en sus propias palabras: «No puedo permitirme escribir un libro malo»).
Hay tres aspectos de la novela que quiero destacar. El primero de ellos es que trasciende la mera anécdota para convertirse en un ensayo histórico. El denominado Segundo Imperio Mexicano es, aunque breve (apenas cinco años), un periodo crucial, no sólo de la historia de México, sino de la historia mundial. Es el punto de no retorno de la decadencia de la monarquía absolutista, que había recuperado el poder en toda Europa tras la Restauración, y que acabaría mordiendo el polvo definitivamente (exceptuando los escombros que sobreviven hoy día en algunos países, España entre ellos) unos años más tarde en la Primera Guerra Mundial, verdadero colofón de su despropósito.
La monarquía absolutista, centrada en la dinastía Habsburgo, era poseedora del derecho exclusivo a gobernar el mundo, un derecho incuestionable que provenía, por descendencia directa, del Sacro Imperio Romano. Y como tal se comportaba. Por eso Victoria de Inglaterra extendió sus dominios hasta la India, Leopoldo de Bélgica se anexionó el corazón de África y al entonces monarca de Francia, Napoleón III, se le ocurrió la genial idea de incorporar México a los territorios de esa gran familia que era la monarquía europea, aprovechando como excusa la decisión de Juárez de no pagar la deuda externa. Y así, Napoleón III, a la busca de un “pringao” a quien colocarle la corona imperial mexicana, da con Maximiliano, un Habsburgo sin muchas opciones al trono del Imperio Austrohúngaro (al que tan aficionado era Berlanga), quien acepta el encargo a condición de que los mexicanos lo acepten a él como su emperador y de contar con el apoyo de las tropas francesas. Los conservadores y la iglesia (¡cómo no!) de México, que ven en él la posibilidad de arrebatarle el poder al liberal Juarez, lo acogen con los brazos abiertos, y Napoleón III, que ve la ocasión de hacerse con el control de las minas de plata de Sonora, le cede un buen contingente de tropas que le “allanan” el camino. Toda esta geopolítica decadente aparece magníficamente reflejada en la novela.
El segundo aspecto destacable es la personalidad de los emperadores. Maximiliano y Carlota son dos caracteres exquisitamente trabajados. Sus virtudes y sus miserias, sus ambiciones y sus contradicciones, sus noblezas y sus bajezas. Sobre Maximiliano, resulta muy curioso cómo lo retrata como un individuo fatuo, caprichoso, frívolo y capaz de cometer atrocidades sin siquiera ser consciente de ello, y a la vez destacar su nobleza de carácter, sus aspiraciones a ser amado por el pueblo de México, sus deseos de establecer una monarquía liberal (en contra de quienes le apoyan) y su patriotismo, no por adoptado menos intenso (sus últimas palabras ante el pelotón de fusilamiento fueron «¡Viva México!»). De hecho, el relato de la ejecución de Maximiliano es el punto en torno al que gira toda la novela, por su dramatismo, por la estatura moral del personaje y por la trascendencia que el hecho tuvo en todo el mundo. En cuanto a la emperatriz Carlota, ella es el pilar sostiene toda la novela. Es su ambición la que lleva a Maximiliano a México, pero es también ella quien pone finalmente perspectiva a la historia (muere en 1927, con 86 años), aunque esta no sea más que la visión de una loca que lleva 60 años recluida en el castillo de Bouchout, en Bélgica.
Y esto me lleva al tercer aspecto destacable de la novela, tal vez el más importante: su peculiar (y compleja) estructura formal. Dos hilos narrativos se entrelazan, en capítulos que se alternan en una cadencia perfectamente regular: de un lado, el largo e incoherente monólogo de la emperatriz Carlota dede el castillo de Bouchout en su último año de vida, que abre y cierra la novela; del otro, la historia propiamente dicha, narrada a muchas voces y de forma nada lineal. El primero es el más difícil de leer, pero a veces también el más fascinante. Es el discurso de una loca, y en él se mezclan realidad, ficción, deseos y delirios. Narra la misma historia que el segundo hilo, pero de una manera distorsionada, reconocible solo a posteriori. Se dirige a Maximiliano, y en el monólogo se reconocen por igual amor y odio, admiración y reproche, justificación y culpa. Las frases son larguísimas y de sintaxis compleja, y los temas se entremezclan. Quizá esté más cerca de la poesía que de la prosa.
En cuanto a la narración de la historia en sí, cada capítulo se estructura en tres partes, pero no componen una historia lineal, sino que son trozos inconexos, relatos parciales, escritos que componen un curioso collage. Encontramos en ellos diálogos entre Juárez y su secretario, o entre Maximiliano y el suyo; tertulias de sobremesa de las familias acomodadas de Ciudad de México; conversaciones en un baile o en la corte de Napoleón III; monólogos de personajes, no ya secundarios, sino anecdóticos; pregones; fragmentos de cartas; o extractos del Reglamento para los Servicios de Honor y el Ceremonial de la Corte (la extrema dedicación de Maximiliano a redactar las casi 600 páginas que componen este reglamento es uno de los aspectos que mejor definen su personalidad). Todas estas escenas inconexas se engranan mediante fragmentos “normales” de la historia, redactados como genuinos ensayos históricos. Y la guinda la pone un último capítulo titulado Ceremonial para el fusilamiento de un Emperador que, pese a su apariencia de humor negro, con la perspectiva que entonces tenemos de la personalidad de Maximiliano y habiendo leído el pormenorizado relato de su ejecución, os aseguro que no te deja insensible.
Noticias del Imperio es una obra maestra y toda una exhibición de arte literario. Pero no es una lectura fácil. Si has te ha gustado 2666, o Rayuela, o Terra Nostra o incluso el Ulises, entonces tienes que leerla. No es que se parezca a ninguna de ellas (ni siquiera estas se parecen entre sí), pero sí tiene la misma ambición de explorar nuevas formas narrativas. Ahora, si buscas lectura para la playa, este no es tu libro.
¿Y a qué viene esta digresión?, os preguntaréis —con razón—. Pues viene a que para mí era un enigma ver esas películas del oeste que se desarrollan en la frontera de México, donde se ve a los mexicanos luchar, al grito de «¡Viva Juárez!», contra soldados franceses a las órdenes de un tal Maximiliano, que jamás aparece en ellas pero del que queda claro que es un malvado cabrón. ¿Y qué coño pintan los franceses en México? ¿Cómo llegaron a instalarse allí, en un territorio que fue español, hasta el punto de que los mexicanos tuvieron que liarse la manta a la cabeza para echarlos? ¿Y quién es ese Maximiliano? Estas y otras preguntas similares me hacía yo ante la tele, mostrando sin reparo mi más absoluta ignorancia de la historia moderna de México.
Bueno, pues Noticias del Imperio, de Fernando del Paso, es la respuesta a esas preguntas —aunque esta quizá sea la forma más pobre de presentar esta gran novela—. Sí, Noticias del Imperio es una novela histórica; pero no, Noticias del Imperio no es una novela histórica... al uso. Empezaré por decir que Fernando del Paso es, con “tan solo” cuatro novelas publicadas —de las que ésta es la tercera—, uno de los grandes novelistas en lengua castellana (la cantidad no importa: Rulfo escribió solamente una). De hecho, lo consagró su primera novela, José Trigo. Como curiosidad añadiré que cada una de sus novela fue un parto de muchos años; que todas, salvo la última (una muy inusual novela de crímenes), han recibido premios (algunos tan prestigiosos como el Rómulo Gallegos), y que tiene producción en otros géneros (poesía, teatro, ensayo), aunque tampoco muy extensa. Es decir: del Paso es un escritor que no se prodiga, pero que cada vez que lo hace sienta cátedra (en sus propias palabras: «No puedo permitirme escribir un libro malo»).
Hay tres aspectos de la novela que quiero destacar. El primero de ellos es que trasciende la mera anécdota para convertirse en un ensayo histórico. El denominado Segundo Imperio Mexicano es, aunque breve (apenas cinco años), un periodo crucial, no sólo de la historia de México, sino de la historia mundial. Es el punto de no retorno de la decadencia de la monarquía absolutista, que había recuperado el poder en toda Europa tras la Restauración, y que acabaría mordiendo el polvo definitivamente (exceptuando los escombros que sobreviven hoy día en algunos países, España entre ellos) unos años más tarde en la Primera Guerra Mundial, verdadero colofón de su despropósito.
La monarquía absolutista, centrada en la dinastía Habsburgo, era poseedora del derecho exclusivo a gobernar el mundo, un derecho incuestionable que provenía, por descendencia directa, del Sacro Imperio Romano. Y como tal se comportaba. Por eso Victoria de Inglaterra extendió sus dominios hasta la India, Leopoldo de Bélgica se anexionó el corazón de África y al entonces monarca de Francia, Napoleón III, se le ocurrió la genial idea de incorporar México a los territorios de esa gran familia que era la monarquía europea, aprovechando como excusa la decisión de Juárez de no pagar la deuda externa. Y así, Napoleón III, a la busca de un “pringao” a quien colocarle la corona imperial mexicana, da con Maximiliano, un Habsburgo sin muchas opciones al trono del Imperio Austrohúngaro (al que tan aficionado era Berlanga), quien acepta el encargo a condición de que los mexicanos lo acepten a él como su emperador y de contar con el apoyo de las tropas francesas. Los conservadores y la iglesia (¡cómo no!) de México, que ven en él la posibilidad de arrebatarle el poder al liberal Juarez, lo acogen con los brazos abiertos, y Napoleón III, que ve la ocasión de hacerse con el control de las minas de plata de Sonora, le cede un buen contingente de tropas que le “allanan” el camino. Toda esta geopolítica decadente aparece magníficamente reflejada en la novela.
El segundo aspecto destacable es la personalidad de los emperadores. Maximiliano y Carlota son dos caracteres exquisitamente trabajados. Sus virtudes y sus miserias, sus ambiciones y sus contradicciones, sus noblezas y sus bajezas. Sobre Maximiliano, resulta muy curioso cómo lo retrata como un individuo fatuo, caprichoso, frívolo y capaz de cometer atrocidades sin siquiera ser consciente de ello, y a la vez destacar su nobleza de carácter, sus aspiraciones a ser amado por el pueblo de México, sus deseos de establecer una monarquía liberal (en contra de quienes le apoyan) y su patriotismo, no por adoptado menos intenso (sus últimas palabras ante el pelotón de fusilamiento fueron «¡Viva México!»). De hecho, el relato de la ejecución de Maximiliano es el punto en torno al que gira toda la novela, por su dramatismo, por la estatura moral del personaje y por la trascendencia que el hecho tuvo en todo el mundo. En cuanto a la emperatriz Carlota, ella es el pilar sostiene toda la novela. Es su ambición la que lleva a Maximiliano a México, pero es también ella quien pone finalmente perspectiva a la historia (muere en 1927, con 86 años), aunque esta no sea más que la visión de una loca que lleva 60 años recluida en el castillo de Bouchout, en Bélgica.
Y esto me lleva al tercer aspecto destacable de la novela, tal vez el más importante: su peculiar (y compleja) estructura formal. Dos hilos narrativos se entrelazan, en capítulos que se alternan en una cadencia perfectamente regular: de un lado, el largo e incoherente monólogo de la emperatriz Carlota dede el castillo de Bouchout en su último año de vida, que abre y cierra la novela; del otro, la historia propiamente dicha, narrada a muchas voces y de forma nada lineal. El primero es el más difícil de leer, pero a veces también el más fascinante. Es el discurso de una loca, y en él se mezclan realidad, ficción, deseos y delirios. Narra la misma historia que el segundo hilo, pero de una manera distorsionada, reconocible solo a posteriori. Se dirige a Maximiliano, y en el monólogo se reconocen por igual amor y odio, admiración y reproche, justificación y culpa. Las frases son larguísimas y de sintaxis compleja, y los temas se entremezclan. Quizá esté más cerca de la poesía que de la prosa.
En cuanto a la narración de la historia en sí, cada capítulo se estructura en tres partes, pero no componen una historia lineal, sino que son trozos inconexos, relatos parciales, escritos que componen un curioso collage. Encontramos en ellos diálogos entre Juárez y su secretario, o entre Maximiliano y el suyo; tertulias de sobremesa de las familias acomodadas de Ciudad de México; conversaciones en un baile o en la corte de Napoleón III; monólogos de personajes, no ya secundarios, sino anecdóticos; pregones; fragmentos de cartas; o extractos del Reglamento para los Servicios de Honor y el Ceremonial de la Corte (la extrema dedicación de Maximiliano a redactar las casi 600 páginas que componen este reglamento es uno de los aspectos que mejor definen su personalidad). Todas estas escenas inconexas se engranan mediante fragmentos “normales” de la historia, redactados como genuinos ensayos históricos. Y la guinda la pone un último capítulo titulado Ceremonial para el fusilamiento de un Emperador que, pese a su apariencia de humor negro, con la perspectiva que entonces tenemos de la personalidad de Maximiliano y habiendo leído el pormenorizado relato de su ejecución, os aseguro que no te deja insensible.
Noticias del Imperio es una obra maestra y toda una exhibición de arte literario. Pero no es una lectura fácil. Si has te ha gustado 2666, o Rayuela, o Terra Nostra o incluso el Ulises, entonces tienes que leerla. No es que se parezca a ninguna de ellas (ni siquiera estas se parecen entre sí), pero sí tiene la misma ambición de explorar nuevas formas narrativas. Ahora, si buscas lectura para la playa, este no es tu libro.
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