La inmensa mayoría de los libros son malos (muy malos incluso); algunos libros son buenos y leerlos resulta muy placentero; muy de vez en cuando alguno es genial, y cuando topas con uno de ellos se nota porque terminarlos deja un vacío, cuesta empezar otro libro y tu mente vuelve a ellos una y otra vez. Y después están esos libros, aquellos que salvarías de una quema salvaje, que te llevarías a una isla desierta, que cuando los recomiendas te pones incluso plasta, que mitificas de tal manera que, en tu recuerdo, elevas su lectura a la categoría de epifanía. No diré que te cambian la vida, porque queda muy cursi, pero sí que hay un antes y un después de leerlos. Vacío perfecto, para mí, es uno de esos libros. Lo leí hace mucho tiempo, pero lo he releído (¡lo cual conlleva el serio riesgo de descubrir que entre el mito y la realidad hay toda una vida!) y lo he disfrutado aún más que la primera vez.
De hecho no es este libro, es el propio Lem el que ha entrado en ese olimpo particular de autores intocables donde tengo también a Borges; pero Vacío perfecto y Ciberíada son las dos credenciales que avalan su ingreso, como de Borges lo son Ficciones y El aleph (y, como en el caso de Borges, sin menoscabo de muchos otros de sus escritos). (¿Lo estáis viendo? Ya me estoy poniendo pesado, así que al grano).
Vacío perfecto es una colección de reseñas de libros inexistentes, un género muy practicado por Borges (y por Rabelais o Swift antes que ellos), quien lo justifica así en el prólogo de Ficciones:
Y todo esto no es más que el aspecto formal de la obra. Cada uno de sus capítulos merecería un análisis separado. Como suele suceder en los libros de Lem, uno empieza leyendo un relato en apariencia trivial y de pronto se encuentra empantanado en medio de una profunda reflexión filosófica sobre alguno de los «grandes temas», pero con un enfoque completamente nuevo. A este respecto recuerdo que la primera vez que lo leí (hace ya más de veinte años) me impactó especialmente el capítulo titulado Non serviam. Sin entrar en detalles, se trata del viejo debate sobre la existencia o inexistencia de Dios, pero con una curiosísima peculiaridad: el lector adopta el punto de vista de Dios y, pese a ello, ha de admitir que el ateo tiene razón.
En fin, podría extenderme hablando de este libro y hacer la reseña más larga de este blog (¡lo que constituiría todo un récord!), sin embargo creo que es mejor no desvelar nada más de su contenido. Sólo quiero terminar añadiendo un par de datos. Uno: con Vacío perfecto Lem inaugura un proyecto más ambicioso, que llamó la Biblioteca del Siglo XXI, formado por obras que, como ésta, contienen reseñas o prólogos de libros imaginarios. Hasta su muerte escribió tres más: Magnitud imaginaria, Golem XIV y Provocación, obras que a su debido tiempo aparecerán reseñadas en el blog. Y dos: aunque he puesto la portada con que la extinta editorial Bruguera puso en circulación la segunda edición de este libro, porque es la que yo me compré, no me resisto a mostrar la preciosa portada con la que la editorial Impedimenta, que está reeditando las obras de Lem, ha decidido ilustrar la obra.
«Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario. Así procedió Carlyle en Sartor Resartus; así Butler en The Fair Haven; obras que tienen la imperfección de ser libros también, no menos tautológicos que los otros. Más razonable, más inepto, más haragán, he preferido la escritura de notas sobre libros imaginarios. Éstas son Tlön, Uqbar; Orbis Tertius y el Examen de la obra de Herbert Quain.»Pero si Borges aduce pereza o ineptitud para recurrir a esta técnica metanarrativa, Lem, mucho más obsesivo que el argentino, explora de una forma más exhaustiva las posibilidades del invento. Así encontramos entre las reseñas críticas disfrazadas a obras reales, descripciones de libros imposibles, novelas o ensayos cuya escritura resultaría embarazosa y, como no, novelas posibles que Lem podría haber escrito y que bien por pereza borgiana, bien por falta de tiempo, van a ingresar para siempre en la biblioteca de libros inexistentes. Y no queda ahí la cosa: ¿qué mejor prólogo a un libro de críticas verdaderas de libros falsos que una crítica falsa de un libro verdadero? Porque ese es el brillante malabarismo que da comienzo a esta obra: una reseña crítica de Vacío perfecto que desentraña, sin piedad, las razones últimas que subyacen a cada uno de sus capítulos, y termina burlándose del intento de Lem de hacer creer que el prólogo está escrito por el propio autor para autojustificar un libro injustificable.
Y todo esto no es más que el aspecto formal de la obra. Cada uno de sus capítulos merecería un análisis separado. Como suele suceder en los libros de Lem, uno empieza leyendo un relato en apariencia trivial y de pronto se encuentra empantanado en medio de una profunda reflexión filosófica sobre alguno de los «grandes temas», pero con un enfoque completamente nuevo. A este respecto recuerdo que la primera vez que lo leí (hace ya más de veinte años) me impactó especialmente el capítulo titulado Non serviam. Sin entrar en detalles, se trata del viejo debate sobre la existencia o inexistencia de Dios, pero con una curiosísima peculiaridad: el lector adopta el punto de vista de Dios y, pese a ello, ha de admitir que el ateo tiene razón.
En fin, podría extenderme hablando de este libro y hacer la reseña más larga de este blog (¡lo que constituiría todo un récord!), sin embargo creo que es mejor no desvelar nada más de su contenido. Sólo quiero terminar añadiendo un par de datos. Uno: con Vacío perfecto Lem inaugura un proyecto más ambicioso, que llamó la Biblioteca del Siglo XXI, formado por obras que, como ésta, contienen reseñas o prólogos de libros imaginarios. Hasta su muerte escribió tres más: Magnitud imaginaria, Golem XIV y Provocación, obras que a su debido tiempo aparecerán reseñadas en el blog. Y dos: aunque he puesto la portada con que la extinta editorial Bruguera puso en circulación la segunda edición de este libro, porque es la que yo me compré, no me resisto a mostrar la preciosa portada con la que la editorial Impedimenta, que está reeditando las obras de Lem, ha decidido ilustrar la obra.
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