Nueva (ya quinta) entrega del detective loco de Mendoza, y en mi opinión la mejor con diferencia de la que podríamos llamar la «segunda época» de la saga. Las dos primeras entregas, El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas, aparecieron a finales de los 70, comienzos de los 80. Con ellas Mendoza se salió, escribiendo dos de las novelas más cómicas que nunca he leído. Los misterios que definen sus argumentos son en realidad sendos macguffins con los que justificar un retrato social en clave de humor de la Barcelona de la época. Las siguientes novelas, La aventura del tocador de señoras y El enredo de la bolsa y la vida, se demoraron veinte y treinta años respectivamente. Otra época, otra ciudad, otra gente, y las novelas habían perdido el fuelle inicial.
La Barcelona de los 70 era una ciudad más cutre, más pueblerina, menos glamurosa... pero más auténtica. De algún modo el personaje encajaba bien en ella: era su ciudad. En la Barcelona moderna el detective loco no es más que un anacronismo que intenta, con no mucho éxito, buscar su nicho de sordidez. Y sí, las cuatro novelas son esperpénticas, pero de un modo que no sabría precisar, las dos primeras resultan más creíbles y —tal vez por ello— más divertidas.
Parece que Mendoza era consciente de esto, y por eso ha recurrido a un subterfugio que devuelve a esta quinta entrega el «sabor» de las dos primeras: un flashback. En su recorrido para entregar un pedido del restaurante chino en el que trabaja, el encuentro con un perro hace rememorar a nuestro detective, cual magdalena de Proust, un caso acaecido en la época heroica de las dos primeras novelas. Así que Mendoza resucita aquella Barcelona y aquellos personajes y nos brinda una historia que haría la tercera en orden cronológico, y donde las peripecias discurren con la misma lógica que las de la cripta y la del laberinto.
Pero no se queda ahí. Tras recordar —y contarnos— los hechos, el protagonista siente una fuerte curiosidad por saber qué fue de la gente con la que se las tuvo que ver y recorre la ciudad buscando a unos y a otros, acarreando un pedido que tardará en llegar a su destino lo que dura la novela. Y el reencuentro con esos personajes, el contraste entre lo que fueron y lo que son, le da a Mendoza para hacer una reflexión sobre Barcelona, sobre la sociedad, sobre la vida y todo lo demás, sin dejar de lado el humor y la ironía, aunque esta vez un punto amarga.
Me ha parecido una novela muy grande; la obra de un maestro. En algo más de 300 páginas Mendoza ha puesto muchas cosas: misterio, humor, sátira social y reflexión filosófica. Es difícil dar más en menos: por sus garras se conoce al león.
La Barcelona de los 70 era una ciudad más cutre, más pueblerina, menos glamurosa... pero más auténtica. De algún modo el personaje encajaba bien en ella: era su ciudad. En la Barcelona moderna el detective loco no es más que un anacronismo que intenta, con no mucho éxito, buscar su nicho de sordidez. Y sí, las cuatro novelas son esperpénticas, pero de un modo que no sabría precisar, las dos primeras resultan más creíbles y —tal vez por ello— más divertidas.
Parece que Mendoza era consciente de esto, y por eso ha recurrido a un subterfugio que devuelve a esta quinta entrega el «sabor» de las dos primeras: un flashback. En su recorrido para entregar un pedido del restaurante chino en el que trabaja, el encuentro con un perro hace rememorar a nuestro detective, cual magdalena de Proust, un caso acaecido en la época heroica de las dos primeras novelas. Así que Mendoza resucita aquella Barcelona y aquellos personajes y nos brinda una historia que haría la tercera en orden cronológico, y donde las peripecias discurren con la misma lógica que las de la cripta y la del laberinto.
Pero no se queda ahí. Tras recordar —y contarnos— los hechos, el protagonista siente una fuerte curiosidad por saber qué fue de la gente con la que se las tuvo que ver y recorre la ciudad buscando a unos y a otros, acarreando un pedido que tardará en llegar a su destino lo que dura la novela. Y el reencuentro con esos personajes, el contraste entre lo que fueron y lo que son, le da a Mendoza para hacer una reflexión sobre Barcelona, sobre la sociedad, sobre la vida y todo lo demás, sin dejar de lado el humor y la ironía, aunque esta vez un punto amarga.
Me ha parecido una novela muy grande; la obra de un maestro. En algo más de 300 páginas Mendoza ha puesto muchas cosas: misterio, humor, sátira social y reflexión filosófica. Es difícil dar más en menos: por sus garras se conoce al león.
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