Nunca había leído nada de Stephen King. No por nada especial, es que no me gusta el género de terror y fenómenos paranormales. Me aburre. (Tampoco he leído a Lovecraft, por el mismo motivo). Admito que lo tenía catalogado entre los escritores de best-sellers como churros (lo que de ningún modo justifica no haberlo leído, porque he leído cosas de otros «escritores de best-sellers como churros»). De pronto me encuentro con este libro, del King, que no sigue su línea habitual, y que trata nada más y nada menos que de viajes en el tiempo. Indago un poco más y solo encuentro elogios para la novela, e incluso me entero de que van a estrenar una miniserie basada en ella (por cierto, mañana). Demasiado tentador, incluso con mi prevención por el autor.
Resultado: una de las mejores novelas de viajes en el tiempo que he leído. Absorbente, y eso que es gorda. Pero no solo eso, me he encontrado con un autor que tiene oficio. Si uno lo piensa no es de extrañar, porque ha escrito novelas a cascoporro, así que aunque solo sea por las horas invertidas se ha convertido en un escritor sobresaliente (no siempre es así, porque los autores de best-sellers escriben con «negros», pero apostaría a que Stephen King no lo hace).
Brevemente, la cosa va de que un colega del protagonista, que tiene una furgoneta-hamburguesería, ha encontrado un portal temporal. No se explica cómo ni por qué está allí —ni falta que hace, la verdad—, pero lo importante es que el portal lleva a una fecha concreta de septiembre de 1958. Y según parece, todo se «resetea» cada vez que se cruza el portal. La trama que se monta a partir de este punto es fácil de deducir de la portada del libro.
El libro es muy bueno por muchas razones. Intriga aparte, tiene muchos puntos a su favor. Arranca con uno de los comienzos de novela más espectaculares que he leído, usando ese recurso tan anglosajón —que a mí me fascina— de comenzar por un punto tan alejado de lo que tú esperas que capta inmediatamente tu atención:
Pero lo mejor de la novela es la inmersión tan buena que hace en la Norteamérica de finales de los 50, comienzos de los 60. Es el meollo de la trama y la parte más lograda, hasta el punto de que llegas a olvidarte que empezaste a leer la novela porque trataba de viajes en el tiempo. Tensión y ritmo perfectos, buenos personajes, magníficas escenas... Un pedazo de novela, vaya.
Ha sido una grata sorpresa. Cuando acabé me repasé la bibliografía de este hombre en busca de alguna otra joya, pero está inundada de terror y parapsicología —excepto alguna cosa, que diría Rajoy. De todos modos, puede que rebusque un poco y lea algo más de Stephen King, después de todo.
Resultado: una de las mejores novelas de viajes en el tiempo que he leído. Absorbente, y eso que es gorda. Pero no solo eso, me he encontrado con un autor que tiene oficio. Si uno lo piensa no es de extrañar, porque ha escrito novelas a cascoporro, así que aunque solo sea por las horas invertidas se ha convertido en un escritor sobresaliente (no siempre es así, porque los autores de best-sellers escriben con «negros», pero apostaría a que Stephen King no lo hace).
Brevemente, la cosa va de que un colega del protagonista, que tiene una furgoneta-hamburguesería, ha encontrado un portal temporal. No se explica cómo ni por qué está allí —ni falta que hace, la verdad—, pero lo importante es que el portal lleva a una fecha concreta de septiembre de 1958. Y según parece, todo se «resetea» cada vez que se cruza el portal. La trama que se monta a partir de este punto es fácil de deducir de la portada del libro.
El libro es muy bueno por muchas razones. Intriga aparte, tiene muchos puntos a su favor. Arranca con uno de los comienzos de novela más espectaculares que he leído, usando ese recurso tan anglosajón —que a mí me fascina— de comenzar por un punto tan alejado de lo que tú esperas que capta inmediatamente tu atención:
Nunca he sido lo que se diría un hombre llorón.No es un circunloquio, está empezando a contarte cómo empezó todo. Y de paso presentando al personaje: con tan pocas palabras sabemos que es un hombre «duro», divorciado, con una exmujer alcohólica que lo dejó por otro tío cuando él ya había aguantado lo peor (así que se siente traicionado). Brillante.
Mi ex mujer alegó que el motivo principal de la separación era mi «inexistente gradiente emocional» (como si el tipo que conoció en las reuniones de Alcohólicos Anónimos no hubiera influido).
Pero lo mejor de la novela es la inmersión tan buena que hace en la Norteamérica de finales de los 50, comienzos de los 60. Es el meollo de la trama y la parte más lograda, hasta el punto de que llegas a olvidarte que empezaste a leer la novela porque trataba de viajes en el tiempo. Tensión y ritmo perfectos, buenos personajes, magníficas escenas... Un pedazo de novela, vaya.
Ha sido una grata sorpresa. Cuando acabé me repasé la bibliografía de este hombre en busca de alguna otra joya, pero está inundada de terror y parapsicología —excepto alguna cosa, que diría Rajoy. De todos modos, puede que rebusque un poco y lea algo más de Stephen King, después de todo.
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