miércoles, 28 de septiembre de 2016

El ruido del tiempo, de Julian Barnes

En cuanto acabé de leer esta novela le envié un email a Renato: «Tío, léete El ruido del tiempo». Así, en imperativo inapelable. Hoy me ha escrito el email que yo esperaba desde entonces: «Jose me he leído la novela. ¡Es muy buena!» Ya lo creo que lo es, pero además yo sabía que le iba a sonar muy bien a alguien que reconociera en primera persona experiencias como las que describe.

Voy a empezar diciendo lo que la novela no es: una biografía de Shostakovich. Julian Barnes nunca ha escrito una biografía (El loro de Flaubert tampoco lo es). No va con su estilo. Barnes escribe novelas para contar una idea. Y nunca de forma directa: la pillas o no, tú mismo. Aclaro esto porque circulan críticas de esta novela en afamados periódicos que yerran completamente el tiro: le afean las inexactitudes biográficas y expresan escepticismo hacia la interpretación de la vida del músico en la que se basa esta novela. Shostakovich, dicen, fue un colaboracionista con el régimen, en modo alguno merecedor de compasión —compasión que sí merecen los mártires que se enfrentaron a él.

No han entendido nada.

Barnes se ha inventado un Shostakovich —sobre hechos biográficos más o menos documentados— para contar la historia de la destrucción de un hombre. Para ello elige tres momentos de su vida, en tres fatídicos años bisiestos (1936, 1948, 1960) separados entre sí 12 años. Su siguiente cita dodecanual —esta vez con algunos meses de tregua— fue con la muerte. Con la física: su alma llevaba muerta algo más de 12 años.

En 1936 Shostakovich estrena su única (entonces no lo sabía) ópera: Lady Macbeth de Mtsensk. Stalin, que había acudido con su plana mayor, abandonó el auditorio a la mitad. Al día siguiente una crítica en Pravda (que algunos atribuyen al propio Stalin) lo acusaba sin piedad de «formalista» y a partir de entonces los lameculos del Poder se ensañaron con él. Sólo una casualidad lo salvó de ser «purgado».

En 1948, ya reconciliado con el Poder, Stalin lo llamó a casa por teléfono. Según cuenta Vasili Grossman en Vida y destino, al parcerer Stalin era muy aficionado a hacer estas llamadas. En ella le ofreció a Shostakovich formar parte de la delegación de artistas que viajarían a Nueva York para dar a conocer a occidente el arte soviético. Una oferta que Shostakovich no pudo rechazar. En ese viaje experimentó una de las mayores humillaciones de su vida. Ni siquiera pudo hablar con Stravinski, a quien admiraba profundamente y quien mostró hacia él su más absoluto desprecio.

En 1960, ya muerto el tirano, Jruschov le pide que, como muestra de buena voluntad hacia el nuevo talante del Poder, ingrese en el Partido. Ese Partido que asesinó a millones de personas, amigos suyos entre ellas, y que a punto estuvo de liquidarlo también a él. Shostakovich acaba aceptando, y gracias a ello recibe ciertos privilegios. Es el golpe definitivo, porque lo revela ante su propia conciencia como un cobarde. El Shostakovich de Barnes lo expresa así:
«Pero no era fácil ser un cobarde. Ser un héroe era mucho más fácil que ser un cobarde. Para ser un héroe sólo tenías que ser valiente un momento: cuando sacabas la pistola, lanzabas la bomba, apretabas el detonador, matabas al tirano y también a ti con él. Pero ser un cobarde era embarcarse en una carrera que duraba toda la vida. Nunca podías relajarte. Tenías que prever la próxima vez que tendrías que disculparte, titubear, achantarte, volver a familiarizarte con el sabor de las botas de caucho y el estado de tu propio personaje caído, abyecto. Ser un cobarde requería obstinación, perseverancia, una negativa a cambiar, lo cual, en cierto modo, constituía una especie de valentía. Sonrió para sus adentros y encendió otro cigarrillo. Aún no había perdido los placeres de la ironía.»
Por boca de su Shostakovich Barnes ironiza sobre los que, como esos críticos de su novela, juzgan desde la comodidad de su sillón occidental admirando a los mártires y despreciando a los cobardes. Y se muestra especialmente duro con los comunistas a distancia. No sé si a Shostakovich le gustaba o no Picasso; al Shostakovich de Barnes no:
«Él sabía poco de artes plásticas y difícilmente podía discutir de abstraccionismo con aquel poeta; pero consideraba a Picasso un bastardo y un cobarde. ¡Qué fácil era ser comunista cuando no vivías bajo el comunismo! Picasso se había pasado la vida pintando sus mierdas y aclamando al poder soviético. Pero Dios no quiera que cualquier pobre artistilla sometido a la férula soviética intente pintar como Picasso. Era libre de decir la verdad: ¿por qué no lo hizo en nombre de quienes no podían? En vez de eso, vivía como un hombre rico en París y en el sur de Francia pintando una y otra vez su repugnante paloma de la paz. Él aborrecía aquella puñetera paloma. Y aborrecía la esclavitud de las ideas tanto como la esclavitud física.»
Formalmente la novela lleva el sello inconfundible de su autor: su estilo indirecto, fragmentario, impresionista. Es una novela construida a base de recuerdos, reflexiones, diálogos... Cada fragmento es autocontenido e interesante per se, pero juntos componen la imagen y envían el mensaje. Barnes es un maestro haciendo esto. Además, en el hecho de inventarse una biografía de Shostakovich percibimos la segunda constante de su obra: los distintos puntos de vista de la Historia. Para Barnes la Historia deja de existir en el mismo momento en que se produce y lo que nos queda de ella son interpretaciones, tantas como narradores tiene. Gran parte de sus novelas se desarrollan sobre esta concepción (Hablando del asunto o El sentido de un final son paradigmáticas). Barnes no pretende que su versión de Shostakovich sea fiel a la realidad, simplemente es una versión tan legítima como cualquier otra. Y es una versión que le permite hablar de lo que quiere: del Poder y su capacidad de destruir a un ser humano.

Con cada libro que leo suyo me gusta más este hombre. De lejos me parece uno de los mejores autores que ha alumbrado Inglaterra, y uno además que, como los grandes artistas, mejora con la edad. Así que me angustio. Me angustio cada vez que veo una foto suya y lo veo envejecer, porque temo que el día menos pensado nos deja...

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