Por segunda vez viene a este blog un libro de divulgación escrito por amigos, y por segunda vez su tema es la evolución. Es otro ensayo de la colección Sin fronteras que edita la Cátedra de Divulgació de la Ciencia de la Universitat de València. ¡Bien por esta editorial! En un país que vota políticos que creen que recortar en inversión científica es un ahorro, toda divulgación es poca, así que cualquier iniciativa en esa dirección debe ser aplaudida.
¿Otro libro sobre evolución? ¿No hay ya muchos? Pues no sé si hay muchos o no, pero haya los que haya, son pocos. Si hay un proceso dinámico que está resultando difícil de entender es el proceso evolutivo, un mecanismo (o más bien un conjunto de ellos) que permea toda la biología y le da sentido, y que aun la trasciende en su poder explicativo y creador. Los mismos procesos evolutivos que han creado las especies operan en las dinámicas socioeconómicas y se emplean con éxito para diseñar algoritmos y sistemas electrónicos, e incluso se utilizan para crear arte. Y a pesar de ser tan ubicuo hoy, más de 150 años desde la publicación de El origen de las especies, seguimos sin comprender bien los mecanismos detrás de la evolución, y los descubrimientos que ponen patas arriba los antiguos paradigmas se suceden (véase si no el libro de Wagner que comentó Susanna en este blog). Así que intentar divulgar lo que sabemos de evolución, destacando todo aquello que se sale de los tópicos clásicos, como hace este libro, me parece un gran idea.
El libro pone en perspectiva la evolución desde la complejidad. ¿Y qué es la complejidad? «La complejidad», nos dicen los autores, «es como la pornografía: difícil de definir, pero fácil de reconocer.» Intuitivamente todos estamos de acuerdo en que uno de los efectos de la evolución es generar complejidad. Y sin embargo, no hay nada inherente al proceso evolutivo que induzca necesariamente un aumento de la complejidad (y este es uno de los temas que se discuten en el libro). Es más, con frecuencia los organismos se simplifican desprendiéndose de adaptaciones ya inútiles, o aprovechándose de relaciones simbióticas. La emergencia de estructuras complejas es más bien el resultado de un proceso contingente que tiende siempre a construir sobre lo que hay, chapuza tras chapuza, aprovechando cualquier oportunidad de readaptar (exaptar, en terminología de Gould) los órganos que ya existen a nuevas funciones, como cuando abrimos la cerveza con el rabo de un tenedor. En un comienzo que homenajea a Gould —aunque con sabor local—, el capítulo 1 recurre a la metáfora de la arquitectura del monasterio Sant Pere de Rodes, un entramado de construcciones de distintos estilos y lógica confusa que producen un resultado a la vez funcional y hermoso, y que no hacen sino reflejar una historia convulsa y llena de avatares. Así es la evolución.
Pero hay una segunda conexión con la complejidad: la evolución es consecuencia de procesos microscópicos autoorganizados a nivel molecular que determinan qué es posible y qué no y condicionan los caminos que la evolución puede explorar. Y así el libro nos habla de cómo pueden ser las manchas de las pieles de los animales, de por qué hay cinco dedos en la mano y cuántos cabe esperar en los mutantes, o de por qué no hay mostruos de más de dos cabezas. Una vez leí que alguien se preguntaba por qué no hemos evolucionado hasta prescindir de la necesidad del sueño, cuando es obvio que si no tuviéramos que dormir aumentaríamos nuestra capacidad de supervivencia (y, por qué no, de procreación). El libro nos explica muy claramente los fortísimos condicionantes físico-químicos con los que operan los procesos evolutivos, condicionantes que limitan enormemente el espacio de posibilidades. Posiblemente dormir sea uno de esos condicionantes.
La mejor baza del libro es la visión moderna que proporciona de la evolución, apartándose del paradigma clásico de la genética de poblaciones y presentándola como un proceso resultante de fenómenos autoorganizados, de complejas redes reguladoras de la expresión genética, de la interacción de distintas escalas evolutivas que actúan a distintos tiempos, sobre distintos “agentes” (individuos, especies, géneros...) y con distintos mecanismos, y de la interacción entre especies en complejas redes ecológicas con relaciones tanto simbióticas como de competición. Y por supuesto, todo bajo el paraguas de la omnipresente selección natural.
El libro resulta muy ameno de leer. Está lleno de magníficos ejemplos y de ilustraciones, y cada capítulo plantea un tema autocontenido, tanto en materia como en interés. Según escribo esto oigo por mi ventana cantar un grillo, y en su cadencia cansina puedo deducir que ya por las noches baja bastante la temperatura (algo que he aprendido en el prefacio del libro).
Es un ensayo de divulgación “blanda”, lo que no quiere decir mala, sino que aspira a llegar un público amplio, no solo a gente con formación científica. Y es en este aspecto donde puede hacerse alguna crítica al libro: en ocasiones abusa de tecnicismos, a mi juicio innecesarios, y algunas explicaciones resultan un tanto confusas a menos que sepas de qué se está hablando. Afortunadamente son pocas.
En suma, un libro necesario en estos tiempos oscuros que nos ha tocado vivir, y muy recomendable incluso para leer en una tumbona.
¿Otro libro sobre evolución? ¿No hay ya muchos? Pues no sé si hay muchos o no, pero haya los que haya, son pocos. Si hay un proceso dinámico que está resultando difícil de entender es el proceso evolutivo, un mecanismo (o más bien un conjunto de ellos) que permea toda la biología y le da sentido, y que aun la trasciende en su poder explicativo y creador. Los mismos procesos evolutivos que han creado las especies operan en las dinámicas socioeconómicas y se emplean con éxito para diseñar algoritmos y sistemas electrónicos, e incluso se utilizan para crear arte. Y a pesar de ser tan ubicuo hoy, más de 150 años desde la publicación de El origen de las especies, seguimos sin comprender bien los mecanismos detrás de la evolución, y los descubrimientos que ponen patas arriba los antiguos paradigmas se suceden (véase si no el libro de Wagner que comentó Susanna en este blog). Así que intentar divulgar lo que sabemos de evolución, destacando todo aquello que se sale de los tópicos clásicos, como hace este libro, me parece un gran idea.
El libro pone en perspectiva la evolución desde la complejidad. ¿Y qué es la complejidad? «La complejidad», nos dicen los autores, «es como la pornografía: difícil de definir, pero fácil de reconocer.» Intuitivamente todos estamos de acuerdo en que uno de los efectos de la evolución es generar complejidad. Y sin embargo, no hay nada inherente al proceso evolutivo que induzca necesariamente un aumento de la complejidad (y este es uno de los temas que se discuten en el libro). Es más, con frecuencia los organismos se simplifican desprendiéndose de adaptaciones ya inútiles, o aprovechándose de relaciones simbióticas. La emergencia de estructuras complejas es más bien el resultado de un proceso contingente que tiende siempre a construir sobre lo que hay, chapuza tras chapuza, aprovechando cualquier oportunidad de readaptar (exaptar, en terminología de Gould) los órganos que ya existen a nuevas funciones, como cuando abrimos la cerveza con el rabo de un tenedor. En un comienzo que homenajea a Gould —aunque con sabor local—, el capítulo 1 recurre a la metáfora de la arquitectura del monasterio Sant Pere de Rodes, un entramado de construcciones de distintos estilos y lógica confusa que producen un resultado a la vez funcional y hermoso, y que no hacen sino reflejar una historia convulsa y llena de avatares. Así es la evolución.
Pero hay una segunda conexión con la complejidad: la evolución es consecuencia de procesos microscópicos autoorganizados a nivel molecular que determinan qué es posible y qué no y condicionan los caminos que la evolución puede explorar. Y así el libro nos habla de cómo pueden ser las manchas de las pieles de los animales, de por qué hay cinco dedos en la mano y cuántos cabe esperar en los mutantes, o de por qué no hay mostruos de más de dos cabezas. Una vez leí que alguien se preguntaba por qué no hemos evolucionado hasta prescindir de la necesidad del sueño, cuando es obvio que si no tuviéramos que dormir aumentaríamos nuestra capacidad de supervivencia (y, por qué no, de procreación). El libro nos explica muy claramente los fortísimos condicionantes físico-químicos con los que operan los procesos evolutivos, condicionantes que limitan enormemente el espacio de posibilidades. Posiblemente dormir sea uno de esos condicionantes.
La mejor baza del libro es la visión moderna que proporciona de la evolución, apartándose del paradigma clásico de la genética de poblaciones y presentándola como un proceso resultante de fenómenos autoorganizados, de complejas redes reguladoras de la expresión genética, de la interacción de distintas escalas evolutivas que actúan a distintos tiempos, sobre distintos “agentes” (individuos, especies, géneros...) y con distintos mecanismos, y de la interacción entre especies en complejas redes ecológicas con relaciones tanto simbióticas como de competición. Y por supuesto, todo bajo el paraguas de la omnipresente selección natural.
El libro resulta muy ameno de leer. Está lleno de magníficos ejemplos y de ilustraciones, y cada capítulo plantea un tema autocontenido, tanto en materia como en interés. Según escribo esto oigo por mi ventana cantar un grillo, y en su cadencia cansina puedo deducir que ya por las noches baja bastante la temperatura (algo que he aprendido en el prefacio del libro).
Es un ensayo de divulgación “blanda”, lo que no quiere decir mala, sino que aspira a llegar un público amplio, no solo a gente con formación científica. Y es en este aspecto donde puede hacerse alguna crítica al libro: en ocasiones abusa de tecnicismos, a mi juicio innecesarios, y algunas explicaciones resultan un tanto confusas a menos que sepas de qué se está hablando. Afortunadamente son pocas.
En suma, un libro necesario en estos tiempos oscuros que nos ha tocado vivir, y muy recomendable incluso para leer en una tumbona.
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