lunes, 6 de mayo de 2013

La pista de hielo, de Roberto Bolaño

Cada vez es más frecuente que los grandes novelistas tonteen con la novela de crímenes. Pese a ser un género “menor” (ya el ser un género resulta menor en la literatura), su gran éxito es una tentación para cualquiera. Claro que cuando se atreven lo hacen a su manera, y es frecuente que escriban grandes novelas, en las que los personajes y sus conflictos son el verdadero argumento, y la trama criminal resulta, a lo sumo, un marco pintoresco (tal es el caso, por ejemplo, de Blanco nocturno o de Me llamo rojo, ambas comentadas en este blog). La pista de hielo es la versión de Bolaño de este experimento.

Tres personajes—un peruano emprendedor; un poeta amigo de antiguas reuniones de alcohol y literatura en el D.F. que trampea para ganarse la vida, y un digno representante de la casta política municipal de la era del pelotazo—alternan sus historias para contarnos los hechos acaecidos en Z, una población costera de Barcelona, relacionados con un crimen del que no sabemos ni quién es la víctima ni (por supuesto) quién es el asesino. Los afanes de estos personajes en torno a tres mujeres son la verdadera trama de la novela, que discurre en el universo bolañiano de Los detectives salvajes (incluso diría que los personajes principales, o alguno de ellos al menos, están sacados de las mil historias colaterales de aquella novela). En la lógica (retorcida en este caso) del género, el reto del lector es adivinar quién va a morir. En ello descansa el suspense de la novela, no (como es habitual) en adivinar el asesino, algo bastante fácil una vez conocida la identidad del cadáver (y además irrelevante).

Se trata de una novela de factura en apariencia sencilla, lejos de las complejidades de 2666. Pero en su sencillez está su grandeza. No es fácil escribir con un estilo tan llano, tan desprovisto de lindezas y florituras, y que sin embargo la prosa tenga poesía. Todo suena muy bien, como con las palabras justas. No hay metáforas sobadas; al contrario, son sutiles y extrañas. Hay frases que podrían ser un microrrelato: «El asesino duerme mientras la víctima lo fotografía...», podemos leer al final de un capítulo.

Leyendo esta novela se me ocurrió que la poesía de Bolaño tiene que ser rara, muy alejada de la ortodoxia. Busqué algunos poemas suyos y, en efecto, su poesía es prosa de frases truncadas. Bolaño, al parecer, se hizo famoso cuando decidió novelar sus poemas. Vedlo vosotros mismos:
De sillas, de atardeceres extra,
de pistolas que acarician
nuestros mejores amigos
está hecha la muerte
O esta otra:
Ahora paseas solitario por los muelles
de Barcelona
Fumas un cigarrillo negro y por
un momento crees que sería bueno
que lloviese
Dinero no te conceden los dioses
mas sí caprichos extraños
Mira hacia arriba:
está lloviendo
¿Era Bolaño un poeta mal dotado o un prosista excepcional? No lo sé y poco importa. Tal vez sea una mutación literaria, y ya sabemos de lo que son capaces las mutaciones...

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