A ver... Por dónde empiezo a dar... En breve: si el título fuera una pregunta, la respuesta sería NO.
Mejor empiezo por un disclaimer. Gregory Chaitin no es un «pringao»: es un matemático famoso que ha hecho contribuciones muy relevantes a la teoría algorítmica de la información relacionadas con el teorema de incompletitud de Gödel y con el problema de la parada de Turing. Inventó un número real que lleva su nombre: la constante de Chaitin, o la probabilidad de que un programa elegido al azar detenga correctamente una máquina de Turing determinada, un número real con propiedades fascinantes, como la de ser no computable y máximamente aleatorio (no puede comprimirse de ningún modo). Para cualquiera que esté interesado, es muy fácil encontrar artículo suyos explicando estos temas en la web. Por todas estas contribuciones ha sido nombrado doctor honoris causa por varias universidades y es mundialmente conocido.
Pero nada de esto lo convierte en una autoridad en evolución, y este libro contiene más conceptos erróneos sobre evolución que cualquiera que haya leído (no he leído nada de creacionistas ni de sus parientes próximos, los del diseño «inteligente»). El libro no me gusta ni en contenido ni en forma, pero soy más tolerante en lo primero que en lo segundo.
Chaitin pretende formalizar el proceso evolutivo de forma matemática. Esto es algo que muchos estamos tratando de hacer desde hace tiempo y no resulta nada fácil, porque la evolución utiliza trucos que desafían la imaginación. Encontrar una teoría matemática de la evolución se parece a echar abajo la muralla china con una cucharilla de café. Pero Chaitin intenta algo alternativo, y es definir un proceso evolutivo a medida sobre el que poder demostrar teoremas. No tengo nada que objetar a esto, excepto que las conclusiones que uno pueda sacar se podrán aplicar al proceso evolutivo real sólo en la medida en que el modelo capture la esencia del proceso real. Y es aquí donde el modelo de Chaitin fracasa.
Básicamente Chaitin define unos organismos que son programas de ordenador que mutan (hasta aquí sin problema), cuyo objetivo es resolver un problema llamado del busy beaver, que consiste en itentar nombrar el mayor número entero posible. Cuanto mayor sea el número mayor es la fitness del programa (en realidad no hay más que uno, y es reemplazado por cualquier mutante de mayor fitness). Según Chaitin, este modelo conlleva «creatividad» porque siempre es posible encontrar un programa de mayor fitness. No está acotada.
Es evidente que el modelo de Chaitin está fuertemente inspirado en la programación evolutiva, donde la fitness es un concepto ad hoc que se introduce con el propósito de que los programas optimicen algo. La solución óptima es la de mayor fitness, y la fitness de cualquier otra solución es inferior, tanto más cuanto más se «aleje» de la óptima. Con esta idea tiene sentido definir un problema que es indefinidamente mejorable y con ello permitir una optimización perpetua. Gracias a esta definición Chaitin puede demostrar resultados sobre la capacidad de optimización del proceso evolutivo, que prueban que se aproxima bastante a la eficiencia máxima (la búsqueda «inteligente») y está, en cambio, muy lejos del pésimo resultado de una búsqueda ciega al azar.
El «pequeño» problema es que nada de esto tiene que ver con la evolución, tal como ocurre en la naturaleza, y por tanto nada de lo que prueba Chaitin tiene que ver con Darwin: «no son el mismo juego, no son la misma liga, ni siquiera son el mismo puto deporte». Tal vez habría que desterrar de una vez por todas el concepto de fitness. En biología, la única forma sensata de definirla es como el número medio de descendientes de un individuo que llegan a la edad reproductiva. Pero es claro que nada de eso tiene que ver con una optimización. Míranos: unos putos monos con una fitness apenas superior a 1 y un éxito evolutivo comparable al de los virus (como bien apreció el Agente Smith en su famosa revelación). ¿Cómo es posible tal cosa? Pues porque la fitness de una especie no es la única clave para su éxito evolutivo: tan importante como ella es su capacidad de reducir la fitness de las especies competidoras. Y en eso somos todo unos maestros. En otras palabras, no es posible concebir el proceso evolutivo basándolo en un número asociado a cada especie (por mucho que lo llamemos fitness), ya que está inextricablemente unido a la ecología. Una especie puede prosperar si encuentra un nicho no explotado o consigue explotar los que hay de una manera más eficiente que las especies competidoras. Con ello no aumentará su fitness más allá del límite impuesto por la biología de su especie, pero sí reducirá la de sus competidores, y para el éxito evolutivo a largo plazo tanto da una cosa como la otra. Darwin era plenamente consciente de esto, como queda claro cuando uno lee el Origen de las especies. La idea de la optimización apareció a raíz de unos resultados de Fisher y Wright en los años 30 sobre genética de poblaciones; una idea más que superada y, desde luego, muy engañosa.
Pero como decía antes, mi crítica no es tanto al contenido —que pese a no tener nada que ver con la evolución real no deja de ser un ejercicio interesante— como a la forma de plantear este libro, supuestamente «divulgativo». El libro está a años luz de ser un ensayo de divulgación trabajado. De hecho, parece la transcripción casi literal de una o varias charlas. El estilo es descuidado, como el que se usa en la comunicación oral. Los temas previos a entrar en el meollo del asunto se tratan de forma tan superficial que uno se pregunta para qué se incluyen siquiera. Y cuando se aborda el problema, resulta ininteligible. De hecho, es preferible leer sobre esta idea (caso de estar interesado) en los artículos que se encuentran en la web, mejor que en este libro. El estilo, además, resulta irritante. Chaitin parece más interado en citar grandes nombres de la ciencia o la filosofía de todos los tiempos, por las razones más peregrinaas, y en darse autobombo que realmente en sustanciar un argumento y construir un ensayo. Del libro no se aprende nada.
Cualquiera que me conozca y me haya oído hablar de él sabrá que La nueva mente del emperador, de Roger Penrose, me parece un mal libro porque sus argumentos sobre la mente son erróneos y su teoría sobre el origen de la mente un absoluto disparate. Sin embargo le concedo al libro que es un excelente ensayo de física y computación. A eso me refiero. Para sostener su argumento Penrose hace una labor previa de pedagogía sobre las bases en que se va a apoyar (un poco excesiva en su caso, si no fuera porque es lo único salvable del libro). Chaitin no se molesta ni en lo más mínimo en hacer nada parecido. El resultado es un libro de contenido prácticamente nulo que resulta un pérdida de tiempo leer. Insisto: si alguien tiene interés, mejor que acuda a los artículos porque el libro es muy decepcionante.
En definitiva, un libro prescindible (y aunque lo he leído en inglés, supongo que lo mismo se aplica a su traducción en castellano en la colección Metatemas).
Mejor empiezo por un disclaimer. Gregory Chaitin no es un «pringao»: es un matemático famoso que ha hecho contribuciones muy relevantes a la teoría algorítmica de la información relacionadas con el teorema de incompletitud de Gödel y con el problema de la parada de Turing. Inventó un número real que lleva su nombre: la constante de Chaitin, o la probabilidad de que un programa elegido al azar detenga correctamente una máquina de Turing determinada, un número real con propiedades fascinantes, como la de ser no computable y máximamente aleatorio (no puede comprimirse de ningún modo). Para cualquiera que esté interesado, es muy fácil encontrar artículo suyos explicando estos temas en la web. Por todas estas contribuciones ha sido nombrado doctor honoris causa por varias universidades y es mundialmente conocido.
Pero nada de esto lo convierte en una autoridad en evolución, y este libro contiene más conceptos erróneos sobre evolución que cualquiera que haya leído (no he leído nada de creacionistas ni de sus parientes próximos, los del diseño «inteligente»). El libro no me gusta ni en contenido ni en forma, pero soy más tolerante en lo primero que en lo segundo.
Chaitin pretende formalizar el proceso evolutivo de forma matemática. Esto es algo que muchos estamos tratando de hacer desde hace tiempo y no resulta nada fácil, porque la evolución utiliza trucos que desafían la imaginación. Encontrar una teoría matemática de la evolución se parece a echar abajo la muralla china con una cucharilla de café. Pero Chaitin intenta algo alternativo, y es definir un proceso evolutivo a medida sobre el que poder demostrar teoremas. No tengo nada que objetar a esto, excepto que las conclusiones que uno pueda sacar se podrán aplicar al proceso evolutivo real sólo en la medida en que el modelo capture la esencia del proceso real. Y es aquí donde el modelo de Chaitin fracasa.
Básicamente Chaitin define unos organismos que son programas de ordenador que mutan (hasta aquí sin problema), cuyo objetivo es resolver un problema llamado del busy beaver, que consiste en itentar nombrar el mayor número entero posible. Cuanto mayor sea el número mayor es la fitness del programa (en realidad no hay más que uno, y es reemplazado por cualquier mutante de mayor fitness). Según Chaitin, este modelo conlleva «creatividad» porque siempre es posible encontrar un programa de mayor fitness. No está acotada.
Es evidente que el modelo de Chaitin está fuertemente inspirado en la programación evolutiva, donde la fitness es un concepto ad hoc que se introduce con el propósito de que los programas optimicen algo. La solución óptima es la de mayor fitness, y la fitness de cualquier otra solución es inferior, tanto más cuanto más se «aleje» de la óptima. Con esta idea tiene sentido definir un problema que es indefinidamente mejorable y con ello permitir una optimización perpetua. Gracias a esta definición Chaitin puede demostrar resultados sobre la capacidad de optimización del proceso evolutivo, que prueban que se aproxima bastante a la eficiencia máxima (la búsqueda «inteligente») y está, en cambio, muy lejos del pésimo resultado de una búsqueda ciega al azar.
El «pequeño» problema es que nada de esto tiene que ver con la evolución, tal como ocurre en la naturaleza, y por tanto nada de lo que prueba Chaitin tiene que ver con Darwin: «no son el mismo juego, no son la misma liga, ni siquiera son el mismo puto deporte». Tal vez habría que desterrar de una vez por todas el concepto de fitness. En biología, la única forma sensata de definirla es como el número medio de descendientes de un individuo que llegan a la edad reproductiva. Pero es claro que nada de eso tiene que ver con una optimización. Míranos: unos putos monos con una fitness apenas superior a 1 y un éxito evolutivo comparable al de los virus (como bien apreció el Agente Smith en su famosa revelación). ¿Cómo es posible tal cosa? Pues porque la fitness de una especie no es la única clave para su éxito evolutivo: tan importante como ella es su capacidad de reducir la fitness de las especies competidoras. Y en eso somos todo unos maestros. En otras palabras, no es posible concebir el proceso evolutivo basándolo en un número asociado a cada especie (por mucho que lo llamemos fitness), ya que está inextricablemente unido a la ecología. Una especie puede prosperar si encuentra un nicho no explotado o consigue explotar los que hay de una manera más eficiente que las especies competidoras. Con ello no aumentará su fitness más allá del límite impuesto por la biología de su especie, pero sí reducirá la de sus competidores, y para el éxito evolutivo a largo plazo tanto da una cosa como la otra. Darwin era plenamente consciente de esto, como queda claro cuando uno lee el Origen de las especies. La idea de la optimización apareció a raíz de unos resultados de Fisher y Wright en los años 30 sobre genética de poblaciones; una idea más que superada y, desde luego, muy engañosa.
Pero como decía antes, mi crítica no es tanto al contenido —que pese a no tener nada que ver con la evolución real no deja de ser un ejercicio interesante— como a la forma de plantear este libro, supuestamente «divulgativo». El libro está a años luz de ser un ensayo de divulgación trabajado. De hecho, parece la transcripción casi literal de una o varias charlas. El estilo es descuidado, como el que se usa en la comunicación oral. Los temas previos a entrar en el meollo del asunto se tratan de forma tan superficial que uno se pregunta para qué se incluyen siquiera. Y cuando se aborda el problema, resulta ininteligible. De hecho, es preferible leer sobre esta idea (caso de estar interesado) en los artículos que se encuentran en la web, mejor que en este libro. El estilo, además, resulta irritante. Chaitin parece más interado en citar grandes nombres de la ciencia o la filosofía de todos los tiempos, por las razones más peregrinaas, y en darse autobombo que realmente en sustanciar un argumento y construir un ensayo. Del libro no se aprende nada.
Cualquiera que me conozca y me haya oído hablar de él sabrá que La nueva mente del emperador, de Roger Penrose, me parece un mal libro porque sus argumentos sobre la mente son erróneos y su teoría sobre el origen de la mente un absoluto disparate. Sin embargo le concedo al libro que es un excelente ensayo de física y computación. A eso me refiero. Para sostener su argumento Penrose hace una labor previa de pedagogía sobre las bases en que se va a apoyar (un poco excesiva en su caso, si no fuera porque es lo único salvable del libro). Chaitin no se molesta ni en lo más mínimo en hacer nada parecido. El resultado es un libro de contenido prácticamente nulo que resulta un pérdida de tiempo leer. Insisto: si alguien tiene interés, mejor que acuda a los artículos porque el libro es muy decepcionante.
En definitiva, un libro prescindible (y aunque lo he leído en inglés, supongo que lo mismo se aplica a su traducción en castellano en la colección Metatemas).
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