Parece que la moda de abundar en los tópicos está en alza. Empezó con aquello de por qué las chicas no saben leer mapas y los chicos no escuchan (que ha dado para muchos monólogos de El club de la comedia) y últimamente andamos por los 8 apellidos vascos y contando (por cierto, mentiría si dijera que no me reí con la película). Recrearse en los tópicos para hacer unas risas es un clásico. Hay en ello la doble moral de, por un lado, reírte de la tontería, y por otro concederle cierta credibilidad (si no no tendría gracia...). Recuerdo que cuando estuve viviendo en Amsterdan a finales de los 80 circulaba por allí un libro titulado The undutchables, en el que un inglés que había vivido años en Holanda se burlaba, con la saña del extranjero que los tiene que padecer, de todos los tics, manías y costumbres absurdas (para los de fuera) de los holandeses. Era un best-seller allí y ellos se partían el ojete comentándolo.
El asesino de la regañá va en esa línea, sólo que en él todo queda en casa. Dejadame que os cuente de qué va para que os situeis. Julio Muñoz Gijón es un periodista sevillano que tuitea con el nick @RancioSevillano, que ya lo dice todo. No sé si sigue ejerciendo de periodista o no, pero en un momento dado decidió que el tema daba para hacer novelas (de crímenes, otro tópico) y la cosa le ha ido tan bien que ya va por la cuarta entrega. Esta primera abre con un crimen muy «sevillano»: en la basílica de la Macarena aparece, colgado de una viga con un cíngulo de nazareno, un perroflauta asesinado con el afilado trozo de una regañá. ¿Que qué es una regañá? Pues una oblea de pan duro, crujiente y plano, del tipo que, con forma cilíndrica, en Madrid llamamos colín y en otras partes pico y otros muchos nombres. Os he puesto una foto para que os hagáis una idea.
Enseguida nos enteramos de que una especie de cofradía de sevillanos «auténticos» ha decidido defender la esencia sevillana acabando con todo aquello que suena moderno o contrario al sevillismo más rancio (por ejemplo esto). Así que uno de ellos se ha convertido en serial killer y amenaza con sembrar la Semana Santa de cadáveres alternativos. La policía sevillana hace venir de Madrid al inspector Villanueva, que jamás ha estado en Sevilla, pero que tiene fama de Sherlock castizo. El argumento os lo podéis figurar. Consiste en un recorrido por todos los lugares y tópicos emblemáticos del sevillismo, para perplejidad de nuestro héroe que no se entera de la misa la media y a quien todo parece marciano. Todo ello, supongo, para juerga y regocijo de autóctonos, que se ven caricaturizados en sus costumbres proporcionándoles, a la vez, orgullo y diversión.
La historia es una totada. Como novela de crímenes no vale un carajo. La novela sólo se sostiene si te hace gracia y, aunque conozco alguna excepción, creo que para que de verdad te haga gracia debes ser sevillano (y si me apuráis, incluso ejercer de ello). Como he dicho, la novela lleva ya tres secuelas que, por lo que he leído, abundan en la misma línea. A mí con esta me ha llegado. Por tema y desarrollo la novela está a la altura de Mortadelo y Filemón, con la excepción de que estos son más «universales». Si os pica la curiosidad podéis probar porque se lee en un rato y juzgáis por vosotros mismos.
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