Acabo de leer esta novela, Solar, que para mí representa el primer contacto con la obra de Ian McEwan. No es una novela breve, pero me ha durado apenas una semana. En mi caso, eso implica que he buscado todos los huecos posibles para seguir leyendo. O sea, que me ha enganchado.
Michael Beard es un físico en la cincuentena cuyos mayores logros quedan lejos en el tiempo y en el recuerdo, si otra cosa no por las veces que este último ha sido reelaborado y reescrito. Bendecido con la gracia del Nobel siendo bastante joven, el resto de su vida profesional se ha construido sobre las rentas del premio. El libro comienza cuando el quinto matrimonio de Beard está yéndose a pique: un desafortunado suceso (muy conveniente para el protagonista, por otra parte), le da una nueva excusa para huir otra vez del compromiso (siempre ligero) y volver a la adolescencia (nunca superada). El carácter voluble de Beard queda bien ilustrado por un irrefrenable deseo de comer que disfraza de consuelo o recompensa. Su falta de aprecio por lo sencillo, lo cotidiano y lo real se manifiesta asimismo en los aspectos profesionales: acaba de ser nombrado director de un nuevo centro dedicado al desarrollo de tecnologías limpias y eficientes para frenar el cambio climático. Hace ya muchos años que Beard perdió el tren de la ciencia, si bien ese Nobel --en el que la casualidad jugó su parte-- estampó en él una convicción vitalicia de su valía. Todo lo que vino después fue merecido.
Aunque tanto el título de la novela como la contraportada y algunas críticas que he leído en internet destacan "la abundancia de incitaciones a reflexionar sobre el cambio climático", esa no ha sido mi reacción tras leer la historia. Lo más interesante es el personaje de Beard y sus relaciones con las mujeres, los demás científicos y los distintos individuos que se le cruzan (y que él gustoso habría evitado), entre los que se hallan esos postdocs con coleta y los amantes de su mujer -- no desvelo nada que no se descubra muy al principio. Siendo yo misma parte del sistema científico, me ha resultado inevitable no ver en Beard los peores vicios del scientific stablishment. He disfrutado la forma en que McEwan, a lo largo de la novela y no siempre de forma explícita, analiza diálogos y acciones cuya motivación se origina en una intimidad casi subconsciente. Va más allá: nos explica de manera muy convincente cómo la falta de ética en los actos (hasta el asesinato) puede ser reelaborada hasta convertirlos en acciones más que justificables: son inevitables, loables, resultado de una justicia platónica. El texto está cargado de ironía, es ácido en ocasiones y esperpéntico en otras.
Ian McEwan une grandes hazañas intelectuales (¿conseguir un premio Nobel?) y nuestra naturaleza más irracional y egoísta para hacernos reflexionar no sobre el calentamiento global (opino), sino sobre la distancia frecuente entre nuestra íntima interpretación del mundo y de los demás y la fachada que les ofrecemos. Un relato bien documentado, creíble y recomendable.
Michael Beard es un físico en la cincuentena cuyos mayores logros quedan lejos en el tiempo y en el recuerdo, si otra cosa no por las veces que este último ha sido reelaborado y reescrito. Bendecido con la gracia del Nobel siendo bastante joven, el resto de su vida profesional se ha construido sobre las rentas del premio. El libro comienza cuando el quinto matrimonio de Beard está yéndose a pique: un desafortunado suceso (muy conveniente para el protagonista, por otra parte), le da una nueva excusa para huir otra vez del compromiso (siempre ligero) y volver a la adolescencia (nunca superada). El carácter voluble de Beard queda bien ilustrado por un irrefrenable deseo de comer que disfraza de consuelo o recompensa. Su falta de aprecio por lo sencillo, lo cotidiano y lo real se manifiesta asimismo en los aspectos profesionales: acaba de ser nombrado director de un nuevo centro dedicado al desarrollo de tecnologías limpias y eficientes para frenar el cambio climático. Hace ya muchos años que Beard perdió el tren de la ciencia, si bien ese Nobel --en el que la casualidad jugó su parte-- estampó en él una convicción vitalicia de su valía. Todo lo que vino después fue merecido.
Aunque tanto el título de la novela como la contraportada y algunas críticas que he leído en internet destacan "la abundancia de incitaciones a reflexionar sobre el cambio climático", esa no ha sido mi reacción tras leer la historia. Lo más interesante es el personaje de Beard y sus relaciones con las mujeres, los demás científicos y los distintos individuos que se le cruzan (y que él gustoso habría evitado), entre los que se hallan esos postdocs con coleta y los amantes de su mujer -- no desvelo nada que no se descubra muy al principio. Siendo yo misma parte del sistema científico, me ha resultado inevitable no ver en Beard los peores vicios del scientific stablishment. He disfrutado la forma en que McEwan, a lo largo de la novela y no siempre de forma explícita, analiza diálogos y acciones cuya motivación se origina en una intimidad casi subconsciente. Va más allá: nos explica de manera muy convincente cómo la falta de ética en los actos (hasta el asesinato) puede ser reelaborada hasta convertirlos en acciones más que justificables: son inevitables, loables, resultado de una justicia platónica. El texto está cargado de ironía, es ácido en ocasiones y esperpéntico en otras.
Ian McEwan une grandes hazañas intelectuales (¿conseguir un premio Nobel?) y nuestra naturaleza más irracional y egoísta para hacernos reflexionar no sobre el calentamiento global (opino), sino sobre la distancia frecuente entre nuestra íntima interpretación del mundo y de los demás y la fachada que les ofrecemos. Un relato bien documentado, creíble y recomendable.
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