domingo, 22 de enero de 2012

Lamarck's signature, de Edward J. Steele, Robyn A. Lindley y Robert V. Blanden

La controversia entre el lamarckismo y el darwinismo es tan antigua como ficticia; una reliquia histórica, vaya. El darwinismo afirma que, en un entorno de recursos limitados, si las entidades que se mantienen de ellos se reproducen con variaciones, aquellas variedades que lo hacen más eficazmente, con el tiempo acaban dominando la población y llevando a las demás a la extinción. Formulado así, el darwinismo es un teorema matemático que no es difícil demostrar. Como se puede ver, el darwinismo no habla de los mecanismos de la herencia, la gran ausente de El origen de las especies, más allá de decir que los hijos se parecen a los padres.

Por su parte el lamarckismo es la hipótesis de que los caracteres adquiridos se heredan. Y aunque Lamarck lo propuso como el mecanismo básico de la evolución de los seres vivos, en realidad es una hipótesis sobre un mecanismo hereditario. Por lo tanto, lamarckismo y darwinismo no son incompatibles (como nos hacen creer los libros de texto); tanto es así, que el propio Darwin, diez años después de la publicación de El origen, propuso un mecanismo lamarckiano como fuente de las variaciones en la herencia: la teoría de la pangénesis. Su idea básica es que la interacción con el entorno genera en los órganos unos corpúsculos que llevan información de esta interacción a los órganos reproductores y la trasmiten a la progenie. Siempre se ha presentado la pangénesis como una capitulación del gran científico, y los neodarwinistas omiten hablar de ella como de algo embarazoso.  La realidad es que no hubo tal capitulación: Darwin desconocía la genética y buscaba justificar su teoría, consciente de que la herencia de caracteres adquiridos en absoluto se contradice con ella.

La antítesis del lamarckismo es la genética, tal como se formuló a mediados del pasado siglo, tras el descubrimiento de la estructura del ADN, y concretamente la "barrera de Weissmann", lo que conocemos hoy como el "dogma central de la biología molecular", a saber, que la información genética pasa del ADN al ARN y de éste a las proteínas, pero nunca a la inversa. La barrera de Weissmann (que éste "demostró" en unos famosos experimentos con ratones; véase la figura) impide que la interacción con el entorno pueda ser codificada y transferida a la progenie.

Pero hoy sabemos que el dogma es falso. El descubrimiento de los retrovirus (cuyo ejemplo más famoso es el VIH), la retrotranscriptasa (que traspasa información del ARN al ADN y que los vertebrados llevamos codificada en nuestro propio ADN) y la desconcertante existencia de mutitud de retrovirus muy antiguos en nuestro código genético, han dejado una trampilla (¡más bien una puerta de doble hoja!) abierta a la vieja hipótesis de Lamarck. De eso trata este libro.

En la búsqueda de evidencias de lamarckismo, dos de los autores del libro (Edward Steele y Robert Bladen, la tercera es una periodista) han dedicado su vida a estudiar el sistema inmunológico de los vertebrados. Y en este estudio, los hechos experimentales apuntan a un trasvase de información del soma a la línea germinal. El libro es una maravilla. Hace poco Mario se quejaba de esa divulgación que omite las ecuaciones para vender al gran público. Si este libro fuera de física, estaría repleto de ecuciones. Es divulgación como a mí me gusta: sin arredrarse en meterse en harina, para evitar dejar al lector con la miel en los labios (algo que muy frecuentemente ocurre en la divulgación "blanda"). Así que cuando terminas has aprendido muchas cosas. De hecho, el siguiente paso es estudiar el sistema inmune en un libro de texto. La contrapartida es que resulta duro de leer: a menudo he tenido que releer párrafos enteros para enterarme de todos los intríngulis moleculares. Sin embargo no es tan duro como leer un artículo; pese a lo que pueda parecer, los autores han hecho un enorme esfuerzo para simplificar los detalles farragosos y no emborronar las ideas, y a mi juicio lo han logrado. El libro se puede leer.

Aunque solo tratara del sistema inmunológico, el libro merecería la pena. De hecho, seis de los siete capítulos más un epílogo están dedicados a explicar todo lo que en 1998 se sabía del mismo. Y os aseguro que más de una vez el relato te deja con la boca abierta. Es, en dos palabras, im-presionante. Pero va más allá, porque la idea que defienden los autores es que la barrera de Weissmann se "salta", al menos en lo que se refiere a la inmunización; es decir, una parte de los resultados de nuestra lucha contra los patógenos se la pasamos a nuestros hijos. He de decir que las pruebas de esto aún no son (o no eran) concluyentes, pero la evidencia es abrumadora. De hecho, empecinarse en sostener un punto de vista neodarwiniano en la evolución del sistema inmunológico empieza a parecer fundamentalista. En el último capítulo y en el epílogo los autores especulan con otras posibles pruebas de herencia de caracteres adquiridos, y aquí he de decir que las pruebas resultan mucho menos convincentes. Pero hay un argumento fortísimo (a mi juicio) en favor del lamarckismo, y es este: es posible. La existencia (demostrada) de retrotranscripción en nuestro ADN y la presencia de retrovirus hacen posible la transferencia de genes, no ya entre especies, sino entre distintas células dentro del propio cuerpo. Ante eso, empeñarse en que no existe tal transferencia a la línea germinal me parece a mí que es más bien la hipótesis que hay que probar.

La lectura del libro resulta fascinante por otro motivo: os aseguro que, como físico, ser testigo de los encendidos debates en la biología resulta, cuanto menos, una experiencia sociológica incomparable. No hay nada que se le parezca en la física. Por supuesto, a los autores los han tachado de todo, como os podéis imaginar, y ellos arrementen contra los neodarwinistas con el mismo furor. Fijaos hasta dónde llega la cosa, que Dawkins, el "bulldog del neodarwinismo", ante la abrumadora evidencia de la presunta transferencia del soma a la línea germinal, llega a decir que, de demostrarse definitivamente, eso querría decir que, contra lo que creíamos, ¡los leucocitos forman parte del sistema reproductivo! Con un par. Mi opinión es que la lamentable falta de ecuaciones que soporten las teorías en biología hace que estas discusiones lleguen hasta el terreno personal. Fascinante, como os digo.

En fin, que el libro es muy, muy recomendable. La única pega es que es información un tanto obsoleta, ya que la edición es de 1998, y de entonces a acá la evidencia en favor de "gorileos" en el ADN es tan abrumadora que seguro que el debate está ya más decantado. En todo caso, el libro merece leerse aunque solo sea por su descripción del sistema inmunológico.

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