No siempre es verdad el dicho «segundas partes nunca fueron buenas» (ahí está El Padrino II para demostrarlo), pero me temo que esta novela no es una de las excepciones. Y me ha supuesto una decepción, porque la primera parte de esta “trilogía victoriana”, El mapa del tiempo, me gustó mucho, y este autor, como ya he mencionado en múltiples ocasiones en este mismo blog, me parece en general muy bueno.
Me atrevo a conjeturar que El mapa del tiempo no fue concebida como la primera parte de ninguna trilogía. Es una novela cerrada que no deja cabos sueltos ni invita a su continuación. Está construida, a mi juicio, sobre dos pilares: el homenaje a Wells a través de su novela La máquina del tiempo, y los viajes temporales en una novela con aspiración de novela realista. Esta última es la chispa, la originalidad, lo que la hace especial. Se narran en la novela tres historias relacionadas con los viajes en el tiempo, y en las dos primeras no hay ni un ápice de fantasía. La tercera —la menos lograda a mi juicio porque es la que más débilmente se ajusta al patrón— es una historia fantástica, donde los viajes en el tiempo son lo que en cualquier novela de ciencia ficción, pero se puede incluir dentro del esquema general porque al final se atan los cabos para que no quede ni rastro de los elementos fantásticos (no quiero ser más explícito para no estropear nada a quien la quiera leer). Pues bien, El mapa del cielo toma el esquema de esta última historia y lo explota sin medida ni control, y sin “borrar las huellas” al final. Es decir, a diferencia de su predecesora, esta novela entra de lleno en el género fantástico. Sin que esto en sí mismo sea un demérito, no cabe duda de que le quita una buena parte de la originalidad que tenía aquélla.
Por lo demás, también El mapa del cielo homenajea; pero no sólo a Wells (en su versión La guerra de los mundos), sino a Poe, a Lovecraft, yo diría que incluso a Jane Austen, y a toda una serie de películas de culto friqui, como la versión cinemátográfica de La guerra de los mundos (con sus naves en forma de manta-raya voladora), La cosa, Terminator, La liga de los hombres extraordinarios y tal vez otras que ya no recuerdo o que se me han pasado por alto. Es decir, la trilogía parece que va de homenajear al siglo XIX a través de los autores y las obras favoritas de Palma, y toda la imaginería friqui que deriva de ellas (al parecer, excluyendo a Verne, que no parece ser autor de su gusto).
De nuevo, nada de esto es un problema en sí mismo. El verdadero problema de la novela es que acaba aburriendo, pecado imperdonable en una relato de aventuras. Salvo algún que otro giro —que por otra parte se intuye—, el argumento es bastante previsible, cosa que no ocurría con la novela anterior; la dosis que contiene de novela romántica resulta empalagosa a más no poder, y en general, la novela adolece de largos párrafos de relleno y elefantiasis de páginas. Con ella me ha ocurrido algo poco frecuente: algunos párrafos los he tenido que leer en diagonal para no tener que abandonarla.
Pese a todo, se sigue notando la portentosa imaginación del autor. Es quizá eso lo único que te hace continuar hasta el final: averiguar cómo ha concebido la historia completa. Mi opinión sobre esta novela es que se trata, básicamente, del típico intento de aprovechar el éxito de la anterior. No sé si la idea parte del propio autor o resulta una concesión a la presión editorial. Palma la hace aparecer como suya en los agradecimientos, pero no creo que se pueda confiar mucho en esa afirmación, porque dar a entender lo contrario daría una publicidad muy negativa a la novela y a su anunciada tercera parte. Pese a todo (pese al resultado final) le reconozco el ejercicio de honestidad al tratar de escribir una novela compleja y no una simple secuela sobre los mismos esquemas de la anterior. Confío en que el autor, pasada la resaca de la escritura y la promoción, haga un poco de autocrítica, vea los defectos de la novela y trate de enfocar la tercera parte de otra manera. Si es consciente de que la clave del éxito de la primera está en el planteamiento tan radicalmente nuevo de los viajes en el tiempo, tiene arte e imaginación suficientes como para acabar la trilogía en clave alta.
Me atrevo a conjeturar que El mapa del tiempo no fue concebida como la primera parte de ninguna trilogía. Es una novela cerrada que no deja cabos sueltos ni invita a su continuación. Está construida, a mi juicio, sobre dos pilares: el homenaje a Wells a través de su novela La máquina del tiempo, y los viajes temporales en una novela con aspiración de novela realista. Esta última es la chispa, la originalidad, lo que la hace especial. Se narran en la novela tres historias relacionadas con los viajes en el tiempo, y en las dos primeras no hay ni un ápice de fantasía. La tercera —la menos lograda a mi juicio porque es la que más débilmente se ajusta al patrón— es una historia fantástica, donde los viajes en el tiempo son lo que en cualquier novela de ciencia ficción, pero se puede incluir dentro del esquema general porque al final se atan los cabos para que no quede ni rastro de los elementos fantásticos (no quiero ser más explícito para no estropear nada a quien la quiera leer). Pues bien, El mapa del cielo toma el esquema de esta última historia y lo explota sin medida ni control, y sin “borrar las huellas” al final. Es decir, a diferencia de su predecesora, esta novela entra de lleno en el género fantástico. Sin que esto en sí mismo sea un demérito, no cabe duda de que le quita una buena parte de la originalidad que tenía aquélla.
Por lo demás, también El mapa del cielo homenajea; pero no sólo a Wells (en su versión La guerra de los mundos), sino a Poe, a Lovecraft, yo diría que incluso a Jane Austen, y a toda una serie de películas de culto friqui, como la versión cinemátográfica de La guerra de los mundos (con sus naves en forma de manta-raya voladora), La cosa, Terminator, La liga de los hombres extraordinarios y tal vez otras que ya no recuerdo o que se me han pasado por alto. Es decir, la trilogía parece que va de homenajear al siglo XIX a través de los autores y las obras favoritas de Palma, y toda la imaginería friqui que deriva de ellas (al parecer, excluyendo a Verne, que no parece ser autor de su gusto).
De nuevo, nada de esto es un problema en sí mismo. El verdadero problema de la novela es que acaba aburriendo, pecado imperdonable en una relato de aventuras. Salvo algún que otro giro —que por otra parte se intuye—, el argumento es bastante previsible, cosa que no ocurría con la novela anterior; la dosis que contiene de novela romántica resulta empalagosa a más no poder, y en general, la novela adolece de largos párrafos de relleno y elefantiasis de páginas. Con ella me ha ocurrido algo poco frecuente: algunos párrafos los he tenido que leer en diagonal para no tener que abandonarla.
Pese a todo, se sigue notando la portentosa imaginación del autor. Es quizá eso lo único que te hace continuar hasta el final: averiguar cómo ha concebido la historia completa. Mi opinión sobre esta novela es que se trata, básicamente, del típico intento de aprovechar el éxito de la anterior. No sé si la idea parte del propio autor o resulta una concesión a la presión editorial. Palma la hace aparecer como suya en los agradecimientos, pero no creo que se pueda confiar mucho en esa afirmación, porque dar a entender lo contrario daría una publicidad muy negativa a la novela y a su anunciada tercera parte. Pese a todo (pese al resultado final) le reconozco el ejercicio de honestidad al tratar de escribir una novela compleja y no una simple secuela sobre los mismos esquemas de la anterior. Confío en que el autor, pasada la resaca de la escritura y la promoción, haga un poco de autocrítica, vea los defectos de la novela y trate de enfocar la tercera parte de otra manera. Si es consciente de que la clave del éxito de la primera está en el planteamiento tan radicalmente nuevo de los viajes en el tiempo, tiene arte e imaginación suficientes como para acabar la trilogía en clave alta.
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