Aunque considerado uno de los mejores escritores en lengua francesa, Michel Houellebecq es un autor polémico. Diría más: parece un autor que busca la polémica. La primera noticia que tuve de él hablaba de una controversia sobre derechos de autor. Al parecer, en su última novela, El mapa y el territorio, utilizó párrafos enteros sacados de la Wikipedia. Admitió las acusaciones y su editorial y su legión de abogados se prepararon para litigar en defensa del libro, supongo que frotándose las manos ante la publicidad que eso les iba a reportar. Pero para su sorpresa —y disgusto— nadie se querelló contra ellos; lo que ocurrió fue algo muy distinto: un imaginativo friqui (ingenierio informático y jurista, que de todo hay en la web) apeló al copyleft que ampara los textos de la Wikipedia y subió la novela a una página web para su descarga pública. «No desprecies a la culebra por no tener cuernos, quizá se reencarne en dragón» —decía una voz en off en la secuencia de cabecera de La frontera azul, una mítica serie de chinos de los años 70.
Os podéis imaginar de qué lado me situó a mí esa noticia. Llevado por ella indagué sobre el autor y supe que sus novelas eran polémicas porque no son políticamente correctas, tienen sexo explícito, atacan abiertamente a los “mayo del 68” y, en concreto la que nos ocupa, desencadenó las iras musulmanas, que lo llevaron a juicio por injurias racistas e incitación al odio religioso por las afirmaciones vertidas en la novela («la religión más idiota del mundo es el Islam» y cosas por el estilo). Esto, por contra, me puso de su lado.
Así que tenía hacia él sentimientos encontrados: por un lado me parece que la polémica es, en buena medida, una pose (las fotos de “Houellebecq” en Google hablan por sí solas) y un truco publicitario; por otro lado, defiendo el derecho a la incorrección política y, sobre todo, a criticar abiertamente las religiones (aunque se ensaña con el islam, el libro critica en general el monoteísmo). Pero haciendo caso omiso de las polémicas y de los calificativos de “enfant terrible de las letras francesas” (un apelativo tan poblado, por cierto, que lo original probablemente sea ser “enfant normal”), y descontando el hecho de que no hay intelectual francés sin “pose”, uno descubre que la crítica literaria lo trata bien y que, entre otras cosas, ha sido galardonado con el Goncourt (no por esta novela). Así que me dije, «vamos a leer algo de este muchacho», y eché mano de esta novela, no por nada especial, sino porque era la más fácil de conseguir.
Plataforma es la historia de Michel, un parisino cuarentón y funcionario del Ministerio de Cultura que atraviesa una crisis existencial. No encaja en el mundo en el que vive, cada vez entiende menos a la gente y su capacidad de experimentar emociones se encuentra aletargada. Aprovechando la herencia que le deja su padre al morir (asesinado por el hermano de su asistenta árabe) se embarca en un viaje de turismo sexual a Tailandia. E inesperadamente en él conoce a Valérie, una “mujer perfecta” que le va a cambiar completamente la vida.
La novela es, en esencia, una crítica a la sociedad de consumo en la que, de paso, hay “hondonadas de hostias” para todo el mundo: los ecologistas, los ejecutivos, las feministas, los intelectuales, los musulmanes... El turismo sexual es, a la vez, el epítome de la degradación del mundo y la puerta a la salvación, porque en esta novela el sexo es la metáfora de la felicidad. El “recao” de la novela es algo así como «¿por qué dedica todo el mundo sus energías a tanta gilipollez en lugar de dedicarse a follar?» Es la reivindicación de la sociedad bonobo. Así es como Valérie salva al protagonista; porque Valérie folla de la hostia, carece de inhibiciones y realiza todos sus sueños sexuales. El sexo destaca de forma brillante en la novela como algo limpio, puro, frente a un fondo oscuro de gente atormentada, triste, hostil, porque canaliza mal sus energías, confunde su escala de valores y folla poco y mal.
La novela está bien escrita y sus personajes en general bien trabajados. Claro, la chica resulta poco creíble, es demasiado perfecta, pero creo que eso está hecho a posta; de lo contrario la historia perdería su aspecto de fábula. Por su parte el protagonista empieza cayendo antipático (también me parece que a posta), pero uno va simpatizando poco a poco con él a medida que se va limpiando en ese bautismo de sexo con Valérie y va recomponiendo una vida normal. El tercer personaje de la novela, Jean-Yves, el colega con quien trabaja Valérie, también es un personaje bien definido, porque encarna buena parte de lo que la novela critica. Y los demás forman un telón de fondo, ya reflejando las miserias de la sociedad, ya expresando las opiniones del autor sobre cualquier asunto.
Aunque no la pondría entre las mejores novelas que he leído, tengo que admitir que me ha gustado y que me parece una lectura recomendable, aunque sólo sea porque la combinación de sexo y hostias (metafóricas) levanta la moral. Y aquí terminaría la crítica si no fuera porque creo que sería incompleta sin añadir algo. Pero eso que me queda por decir es un spoiler, de manera que si has decidido leer el libro o crees que podrías hacerlo y no quieres saber cómo acaba, te recomiendo que no sigas leyendo.
Toda fábula tiene una moraleja, y ésta no es una excepción. La de ésta no es más optimista que la de 1984, novela con la que, salvando las distancias, tiene bastante paralelismo. El capitalismo no conduce a la salvación del ser humano, como no lo hacía el comunismo, y paradójicamente por motivos parecidos. El final de Plataforma deja el mismo regusto fatalista y amargo.
Os podéis imaginar de qué lado me situó a mí esa noticia. Llevado por ella indagué sobre el autor y supe que sus novelas eran polémicas porque no son políticamente correctas, tienen sexo explícito, atacan abiertamente a los “mayo del 68” y, en concreto la que nos ocupa, desencadenó las iras musulmanas, que lo llevaron a juicio por injurias racistas e incitación al odio religioso por las afirmaciones vertidas en la novela («la religión más idiota del mundo es el Islam» y cosas por el estilo). Esto, por contra, me puso de su lado.
Así que tenía hacia él sentimientos encontrados: por un lado me parece que la polémica es, en buena medida, una pose (las fotos de “Houellebecq” en Google hablan por sí solas) y un truco publicitario; por otro lado, defiendo el derecho a la incorrección política y, sobre todo, a criticar abiertamente las religiones (aunque se ensaña con el islam, el libro critica en general el monoteísmo). Pero haciendo caso omiso de las polémicas y de los calificativos de “enfant terrible de las letras francesas” (un apelativo tan poblado, por cierto, que lo original probablemente sea ser “enfant normal”), y descontando el hecho de que no hay intelectual francés sin “pose”, uno descubre que la crítica literaria lo trata bien y que, entre otras cosas, ha sido galardonado con el Goncourt (no por esta novela). Así que me dije, «vamos a leer algo de este muchacho», y eché mano de esta novela, no por nada especial, sino porque era la más fácil de conseguir.
Plataforma es la historia de Michel, un parisino cuarentón y funcionario del Ministerio de Cultura que atraviesa una crisis existencial. No encaja en el mundo en el que vive, cada vez entiende menos a la gente y su capacidad de experimentar emociones se encuentra aletargada. Aprovechando la herencia que le deja su padre al morir (asesinado por el hermano de su asistenta árabe) se embarca en un viaje de turismo sexual a Tailandia. E inesperadamente en él conoce a Valérie, una “mujer perfecta” que le va a cambiar completamente la vida.
La novela es, en esencia, una crítica a la sociedad de consumo en la que, de paso, hay “hondonadas de hostias” para todo el mundo: los ecologistas, los ejecutivos, las feministas, los intelectuales, los musulmanes... El turismo sexual es, a la vez, el epítome de la degradación del mundo y la puerta a la salvación, porque en esta novela el sexo es la metáfora de la felicidad. El “recao” de la novela es algo así como «¿por qué dedica todo el mundo sus energías a tanta gilipollez en lugar de dedicarse a follar?» Es la reivindicación de la sociedad bonobo. Así es como Valérie salva al protagonista; porque Valérie folla de la hostia, carece de inhibiciones y realiza todos sus sueños sexuales. El sexo destaca de forma brillante en la novela como algo limpio, puro, frente a un fondo oscuro de gente atormentada, triste, hostil, porque canaliza mal sus energías, confunde su escala de valores y folla poco y mal.
La novela está bien escrita y sus personajes en general bien trabajados. Claro, la chica resulta poco creíble, es demasiado perfecta, pero creo que eso está hecho a posta; de lo contrario la historia perdería su aspecto de fábula. Por su parte el protagonista empieza cayendo antipático (también me parece que a posta), pero uno va simpatizando poco a poco con él a medida que se va limpiando en ese bautismo de sexo con Valérie y va recomponiendo una vida normal. El tercer personaje de la novela, Jean-Yves, el colega con quien trabaja Valérie, también es un personaje bien definido, porque encarna buena parte de lo que la novela critica. Y los demás forman un telón de fondo, ya reflejando las miserias de la sociedad, ya expresando las opiniones del autor sobre cualquier asunto.
Aunque no la pondría entre las mejores novelas que he leído, tengo que admitir que me ha gustado y que me parece una lectura recomendable, aunque sólo sea porque la combinación de sexo y hostias (metafóricas) levanta la moral. Y aquí terminaría la crítica si no fuera porque creo que sería incompleta sin añadir algo. Pero eso que me queda por decir es un spoiler, de manera que si has decidido leer el libro o crees que podrías hacerlo y no quieres saber cómo acaba, te recomiendo que no sigas leyendo.
Toda fábula tiene una moraleja, y ésta no es una excepción. La de ésta no es más optimista que la de 1984, novela con la que, salvando las distancias, tiene bastante paralelismo. El capitalismo no conduce a la salvación del ser humano, como no lo hacía el comunismo, y paradójicamente por motivos parecidos. El final de Plataforma deja el mismo regusto fatalista y amargo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario