El subtítulo de esta novela es La crónica de un instante, y no podría ser más descriptivo. En la novela "no pasa ná", a tal punto que su autor incluso rehusó llamarla novela. Pero que nadie se engañe: es una obra muy buena. No en vano está considerada una de las obras cumbres de la literatura hispana.
Vayamos por partes. Louis Hubert Farabeuf fue un famoso cirujano francés de comienzos del siglo XX a quien se atribuye la introducción de la higiene en Francia (ya, ya, su trabajo deja mucho que desear). Su especialidad era la amputación de miembros, para cuya práctica diseñó diversos utensilios y sobre la que escribió varios tratados en los que, según parece, puso mucha pasión en las descripciones de operaciones. Su segunda afición fue la fotografía, y en un viaje por china documentó gráficamente suplicios públicos. Según he leído, Elizondo concibió esta novela leyendo uno de los famosos tratados de este personaje. Inquietante, ¿verdad?
Pero el resultado del ejercicio literario, la novela, por referirnos a ella de alguna manera, es muy rara. Es un Mulholland Drive en toda regla: una obra que te engancha, pero de la que terminas preguntándote: «¿qué me he perdido?» El relato es muy deconcertante: no sabes qué está pasando, no sabes quién habla, no sabes cuántos personajes hay... Pero la historia se va haciendo más y más inquietante a cada capítulo. La narración no progresa en absoluto: en el primer capítulo se describen cinco o seis imágenes que una y otra vez vuelven a aparecer en distintas combinaciones y, posiblemente, relatadas por distintos personajes, a lo largo de la novela. Hay varios hombres y varias mujeres, pero en ocasiones no está claro si no son en realidad más que un solo hombre y una sola mujer. Y el relato cuenta una y otra vez lo mismo, aunque en cada capítulo siempre hay algo nuevo que va conduciendo la novela hacia un túnel tenebroso, siniestro y desasosegante. Se barrunta el horror desde casi el principio, y cada novedad lo confirma. No sabes cómo, porque tu sensación es de no entender nada, pero en realidad vas montando una historia en la cabeza. Al final todo conduce al instante del subtítulo, ese instante alrededor del que gira todo el relato y que, sin embargo, nunca se llega a narrar. Así que el final es abierto, y hay muchas versiones distintas sobre cómo interpretar lo que has leído. Creo que es parte del juego: cómo rematas la historia dice probablemente más de ti que del relato o del autor. Mi final es el más siniestro (¡así que cuidado conmigo!), y por lo que he leído es el final sobre el que hay mayor consenso (de hecho, la gente atribuye ese final a la perversión del autor, pero a mí me da que el alma humana tiene muchos más dobleces de lo que aparenta...); el de Yuri —que leyó la novela poco antes que yo— es, en cambio, un final "feliz". Y más tarde, pensándolo, me di cuenta de que aún hay otra forma más de interpretar el relato en clave sobrenatural. Porque en la novela la ouija y el I Ching son omnipresentes.
Farabeuf es una lectura obligada, pese a lo desconocida que es. Supuso (así lo refiere Volpi) una entrada de aire fresco en una literatura mexicana plagada de sombreros charros, pistolas y cananas, aldeas desérticas y líderes brutales. Pero también fue una singularidad, un paréntesis entre los años 60 y 70 en el que un grupo de autores (Elizondo es el más famoso de ellos) rompieron, si bien de forma efímera, con ese esquema narrativo. El grupo del crack tiene a los autores de esta época como referente en su enfrentamiento a las secuelas del boom. Ahora bien, su lectura no es camino de rosas, y probablemente no sea la más aconsejable para conciliar el sueño. De todos modos, no es un ejercicio tan terrible: apenas son doscientas páginas, de manera que se lee en dos sentadas. Personalmente he hecho cosas más difíciles. Creo que al final recompensa, y seguro que si la leéis nos dará para más de una sesión de análisis literario delante de unas cervezas.
Pero el resultado del ejercicio literario, la novela, por referirnos a ella de alguna manera, es muy rara. Es un Mulholland Drive en toda regla: una obra que te engancha, pero de la que terminas preguntándote: «¿qué me he perdido?» El relato es muy deconcertante: no sabes qué está pasando, no sabes quién habla, no sabes cuántos personajes hay... Pero la historia se va haciendo más y más inquietante a cada capítulo. La narración no progresa en absoluto: en el primer capítulo se describen cinco o seis imágenes que una y otra vez vuelven a aparecer en distintas combinaciones y, posiblemente, relatadas por distintos personajes, a lo largo de la novela. Hay varios hombres y varias mujeres, pero en ocasiones no está claro si no son en realidad más que un solo hombre y una sola mujer. Y el relato cuenta una y otra vez lo mismo, aunque en cada capítulo siempre hay algo nuevo que va conduciendo la novela hacia un túnel tenebroso, siniestro y desasosegante. Se barrunta el horror desde casi el principio, y cada novedad lo confirma. No sabes cómo, porque tu sensación es de no entender nada, pero en realidad vas montando una historia en la cabeza. Al final todo conduce al instante del subtítulo, ese instante alrededor del que gira todo el relato y que, sin embargo, nunca se llega a narrar. Así que el final es abierto, y hay muchas versiones distintas sobre cómo interpretar lo que has leído. Creo que es parte del juego: cómo rematas la historia dice probablemente más de ti que del relato o del autor. Mi final es el más siniestro (¡así que cuidado conmigo!), y por lo que he leído es el final sobre el que hay mayor consenso (de hecho, la gente atribuye ese final a la perversión del autor, pero a mí me da que el alma humana tiene muchos más dobleces de lo que aparenta...); el de Yuri —que leyó la novela poco antes que yo— es, en cambio, un final "feliz". Y más tarde, pensándolo, me di cuenta de que aún hay otra forma más de interpretar el relato en clave sobrenatural. Porque en la novela la ouija y el I Ching son omnipresentes.
Farabeuf es una lectura obligada, pese a lo desconocida que es. Supuso (así lo refiere Volpi) una entrada de aire fresco en una literatura mexicana plagada de sombreros charros, pistolas y cananas, aldeas desérticas y líderes brutales. Pero también fue una singularidad, un paréntesis entre los años 60 y 70 en el que un grupo de autores (Elizondo es el más famoso de ellos) rompieron, si bien de forma efímera, con ese esquema narrativo. El grupo del crack tiene a los autores de esta época como referente en su enfrentamiento a las secuelas del boom. Ahora bien, su lectura no es camino de rosas, y probablemente no sea la más aconsejable para conciliar el sueño. De todos modos, no es un ejercicio tan terrible: apenas son doscientas páginas, de manera que se lee en dos sentadas. Personalmente he hecho cosas más difíciles. Creo que al final recompensa, y seguro que si la leéis nos dará para más de una sesión de análisis literario delante de unas cervezas.
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