miércoles, 3 de septiembre de 2014

Abril rojo, de Santiago Roncagliolo

El marxismo-leninismo abrirá el sendero luminoso hacia la revolución.
— José Carlos Mariátegui
De esta máxima del fundador del Partido Comunista de Perú extrajo su nombre la tristemente famosa organización terrorista PCP-SL, más conocida como «Sendero Luminoso». Los que tengáis mi edad recordaréis las frecuentes noticias procedentes de Perú sobre las masacres que sus seguidores infligían o que el ejército peruano protagonizaba con la excusa de la lucha antiterrorista. Fue una época terrible para las poblaciones serranas en torno a Ayacucho, donde operaba la banda. Durante la década larga que duró la guerra contra el terrorismo murieron, a manos de uno u otro bando, casi 70.000 personas (de las que sólo hay identificadas en torno a 20.000).

Es posible que, como sostienen algunos, no haya distinción en el terrorismo, pero Sendero Luminoso está cargado de unas connotaciones particularmente sangrientas. El grado de lunatismo de sus acciones, mezcla de una fanática pseudoideología marxista con leyendas indígenas ancestrales, trae a la memoria los sacrificios sangrientos de incas o aztecas; por eso sus crímenes conjuran una fascinación especial. Para colmo, el ejército fue brutal en su represión, que ejerció de forma indiscriminada y produjo no pocas fosas comunes llenas de cadáveres. Ahora que ya aquella guerra parece cosa del pasado, parece una historia que pide a gritos ser novelada, y alguna que otra aparación hace Sendero Luminoso en las novelas de Vargas Llosa. Pero hasta leer Abril rojo no había leído ninguna que abordara tan directamente el tema. El autor nos describe así su novela:
«Siempre quise escribir un thriller, es decir, un policial sangriento con asesinos en serie y crímenes monstruosos. Y encontré los elementos necesarios en la historia de mi país, una zona de guerra, una celebración de la muerte como la Semana Santa, una ciudad poblada de fantasmas. ¿Se puede decir más? [...] Siempre quise escribir una novela sobre lo que ocurre cuando la muerte se convierte en la única forma de vida. Y aquí está.»
El fiscal distrital Félix Chacaltana es un burócrata convencido que dedica su tiempo a enviar actas, informes y memorándums a cuanta institución conoce sin más propósito que el de hacerlo todo ajustado a orden. Ha pedido su traslado de Lima a Ayacucho, la ciudad en la que nació y de la que se marchó acuciado por el recuerdo de la muerte de su madre en un incendio, y allí todo el mundo lo considera un «pringao». Pero su pequeño mundo ordenado se pone patas arriba cuando aparece un cadáver tan carbonizado que basta un soplido para deshacerlo, y al que le falta un brazo que, según el forense, le fue arrancado en vida. Nadie sabe quién es y nadie lo reclama, y cuando Chacaltana intenta averiguar algo, del ejército le llegan «sugerencias» de no menearlo. Al mismo tiempo, parece que Sendero Luminoso, al que se suponía desarticulado, ha vuelto a actuar. Y en medio de la celebración de la Semana Santa, la más famosa del mundo después de la de Sevilla, empiezan a sucederse crímenes a cual más horrendo y con pinta de seguir alguna clase de ritual.

Estos son los elementos de esta, en efecto, novela de crímenes y asesinatos en serie. Pero no es una novela al uso, porque el protagonista es, efectivamente, un pringao que se ve sobrepasado por los acontecimientos y que no acierta a dar pie con bola. Y a medida que la novela progresa se va revelando un pasado que se remonta a la guerra antiterrorista y que parece cada vez más relacionado con las muertes, aunque Chacaltana parece incapaz de dar con la clave que las resuelva. Es ese pasado que vamos descubriendo el verdadero protagonista de la novela; el pilar que sostiene la narración, la aleja del típico best-seller y justifica el Alfaguara con que fue premiada.

Abril rojo es una buena novela; muy buena. Y lo es incluso si (como es mi caso) no eres aficionado a las novelas de crímenes. Por otra parte, Roncagliolo es el único autor peruano que conozco aparte de Vargas Llosa y Bryce Echenique, y desde luego el único de menos de cuarenta años. Quiero decir con esto que, aunque sigamos pensando en el boom como el referente literario latinoamericano, las nuevas generaciones de autores tienen una calidad como hace tiempo que no se ve a este lado del Atlántico. Abril rojo es una novela magnífica para abrirle la puerta a la nueva literatura peruana.

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