Una «distopía» es como una antiutopía, un hipotético futuro chungo con el que se pretende ilustrar algún aspecto negativo del presente. Viene del griego «dis-» (malo) y «-topos» (lugar), y aunque aún es un barbarismo anglosajón, es una palabra que está a punto de entrar en el DRAE. Cuento esto por si algún lector es como yo, que había oído la palabra pero no sabía exactamente qué significaba (aunque lo intuía).
La distopía es uno de los géneros más exitosos de la ciencia ficción, que nos ha dado algunas de las más famosas. Blade runner, La carretera, El planeta de los simios o La naranja mecánica están entre las más conocidas, aunque desde luego, las más emblemáticas del género son Farenheit 451, Un mundo feliz y, sobre todo, 1984. Con la excepción de esta última, la distopía, como la utopía, no pretende especular sobre un futuro probable, sino extrapolar disfuncionalidades del presente llevándolas a un extremo exagerado para hacerlas más visibles e invitarnos a reflexionar sobre ellas. Si es posible, además, intentando hacer sentir mal al lector/espectador, porque lo que tiene que quedar muy claro de una distopía es que es chunga. Digo que con excepción de 1984, porque yo creo que con esta novela Orwell sí que quería alertar de una amenaza real de convertir el mundo en algo como lo que describe. En buena medida, los regímenes comunistas llegaron a implementar bastante bien la distopía (Corea del Norte es paradigmática). Renato suele decir al respecto que 1984 es un teorema: si se dan las premisas de la novela el mundo que describe es estable. Tal vez tenga razón y lo que nos salve de ese futuro tan desolador sea que las premisas parecen (por fortuna) imposibles de alcanzar. Siendo muchísimo menos realista (y en mi opinión peor novela), creo que Huxely atina en Un mundo feliz con la debilidad de nuestra sociedad: el control de los seres humanos no se alcanzará por el miedo, como en 1984, sino a través del entretenimiento. En un ensayo posterior, Nueva visita a un mundo feliz (que espero traer pronto a este blog), Huxley analiza su novela en esta clave comparándola con el mundo real, y otros autores más modernos se han sumado a esta visión (por ejemplo Niel Postman en Divertirse hasta morir). La realidad parece darles la razón.
Pero la distopía es, sobre todo, un género literario, una nueva modalidad del viejo género de terror que explota los miedos mucho más profundos y reales que descubrió Kafka. Así, quizá no sea su factibilidad la mejor manera de juzgarlas, sino su capacidad para hacernos sentir angustia. Y ahí 1984 es la reina absoluta.
Mañana todavía es un compendio de doce relatos, escritos por otros tantos autores, que ofrece un abanico de distopías de distinto género y calidad. Entre ellos hay nombres muy conocidos, como Félix J. Palma, Rosa Montero, Juan Miguel Aguilera o Javier Negrete. Varios de ellos son activos desarrolladores del género, y otros se han sumado a la moda y han sido incluidos por su (a juicio del compilador) calidad literaria. El resultado es un libro bastante entretenido que deja, al leerlo, el mismo estado de ánimo que verse una temporada de Black mirror. Por supuesto, como en toda compilación de relatos, la calidad de los mismos es muy desigual. Abundan los «plagios» de distopías conocidas, otras no resultan demasiado creíbles y otras recurren a lugares comunes; pero uno también encuentra relatos con un final sorprendente, e incluso alguno (el de Javier Negrete, por ejemplo) bastante bien conseguido (aunque también tenga reminiscencias conocidas). Por cierto, este último es el que más pone los pelos de punta porque presenta la distopía que está más cerca de realizarse, y te hace preguntarte por qué parecemos ir encaminados cuesta abajo hacia ella, cuando a muy pocos parece gustarles.
No está mal. No es lo mejor del género pero sí es una lectura entretenida y absorbente. Si necesitas una pequeña dosis de mal rollito (sin pasarse), este es el libro perfecto. Luego un baño en la playa y a cenar, no vaya a ser que alguna de estas distopías (u otra) nos pille con la tripa vacía.
La distopía es uno de los géneros más exitosos de la ciencia ficción, que nos ha dado algunas de las más famosas. Blade runner, La carretera, El planeta de los simios o La naranja mecánica están entre las más conocidas, aunque desde luego, las más emblemáticas del género son Farenheit 451, Un mundo feliz y, sobre todo, 1984. Con la excepción de esta última, la distopía, como la utopía, no pretende especular sobre un futuro probable, sino extrapolar disfuncionalidades del presente llevándolas a un extremo exagerado para hacerlas más visibles e invitarnos a reflexionar sobre ellas. Si es posible, además, intentando hacer sentir mal al lector/espectador, porque lo que tiene que quedar muy claro de una distopía es que es chunga. Digo que con excepción de 1984, porque yo creo que con esta novela Orwell sí que quería alertar de una amenaza real de convertir el mundo en algo como lo que describe. En buena medida, los regímenes comunistas llegaron a implementar bastante bien la distopía (Corea del Norte es paradigmática). Renato suele decir al respecto que 1984 es un teorema: si se dan las premisas de la novela el mundo que describe es estable. Tal vez tenga razón y lo que nos salve de ese futuro tan desolador sea que las premisas parecen (por fortuna) imposibles de alcanzar. Siendo muchísimo menos realista (y en mi opinión peor novela), creo que Huxely atina en Un mundo feliz con la debilidad de nuestra sociedad: el control de los seres humanos no se alcanzará por el miedo, como en 1984, sino a través del entretenimiento. En un ensayo posterior, Nueva visita a un mundo feliz (que espero traer pronto a este blog), Huxley analiza su novela en esta clave comparándola con el mundo real, y otros autores más modernos se han sumado a esta visión (por ejemplo Niel Postman en Divertirse hasta morir). La realidad parece darles la razón.
Pero la distopía es, sobre todo, un género literario, una nueva modalidad del viejo género de terror que explota los miedos mucho más profundos y reales que descubrió Kafka. Así, quizá no sea su factibilidad la mejor manera de juzgarlas, sino su capacidad para hacernos sentir angustia. Y ahí 1984 es la reina absoluta.
Mañana todavía es un compendio de doce relatos, escritos por otros tantos autores, que ofrece un abanico de distopías de distinto género y calidad. Entre ellos hay nombres muy conocidos, como Félix J. Palma, Rosa Montero, Juan Miguel Aguilera o Javier Negrete. Varios de ellos son activos desarrolladores del género, y otros se han sumado a la moda y han sido incluidos por su (a juicio del compilador) calidad literaria. El resultado es un libro bastante entretenido que deja, al leerlo, el mismo estado de ánimo que verse una temporada de Black mirror. Por supuesto, como en toda compilación de relatos, la calidad de los mismos es muy desigual. Abundan los «plagios» de distopías conocidas, otras no resultan demasiado creíbles y otras recurren a lugares comunes; pero uno también encuentra relatos con un final sorprendente, e incluso alguno (el de Javier Negrete, por ejemplo) bastante bien conseguido (aunque también tenga reminiscencias conocidas). Por cierto, este último es el que más pone los pelos de punta porque presenta la distopía que está más cerca de realizarse, y te hace preguntarte por qué parecemos ir encaminados cuesta abajo hacia ella, cuando a muy pocos parece gustarles.
No está mal. No es lo mejor del género pero sí es una lectura entretenida y absorbente. Si necesitas una pequeña dosis de mal rollito (sin pasarse), este es el libro perfecto. Luego un baño en la playa y a cenar, no vaya a ser que alguna de estas distopías (u otra) nos pille con la tripa vacía.
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