Julian Barnes llegó tarde a la cocina. Como cuenta en el prólogo, es de una generación en la que la cocina era un dominio exclusivo de las mujeres y los hombres no tenían ni idea de lo que allí (literalmente) se cocía. Para cuando se interesó ya era tarde para ser lo que el llama un cocinero intuitivo, así que su destreza depende fundamentalmente de los libros de cocina. Que sea, además, un perfeccionista es un rasgo de carácter (una inseguridad más bien), y ambas cosas juntas son terreno abonado para la anécdota.
En este libro cuenta con mucha gracias sus peripecias en este terreno. Reconozco que me encanta cómo escribe este tío. Tiene un arte especial para sacar punta de la chorrada más tonta y escribirla de manera que no puedas dejar de leerla; y destila, además, un humor tan británico que reconozco que sus libros (éste en particular) son de los pocos que me han hecho reír a carcajadas. Es como el John Cleese de la literatura inglesa. Tiene historias de todo tipo. Por ejemplo, en un capítulo nos explica su agobio cuando, leyendo los pasos de una receta, ésta saltaba del 2 al 4 sin que hubiera rastro del paso 3. ¿Faltaba un paso en la receta o era una errata? ¿Y si era algo fundamental y sin el paso 3 todo el plato se iba a la mierda? Llegó a telefonear a la autora del libro para aclararlo. Nos cuenta también su incomodidad ante la imprecisión del lenguaje gastronómico. ¿Qué coño es una «cebolla mediana», cuando en cualquier bolsa de cebollas hay un continuo de calibres entre la chalota y el cebollón? Se plantea cuál es la cantidad más adecuada de libros de cocina, y si hay que tirar libros de vez en cuando y cuáles. En fin, todo así.
Si te gusta cocinar, no importa si cocinas de forma intuitiva o no (todos seguimos recetas de vez en cuando o compramos libros de cocina), te reconocerás en la mayoría de estas situaciones y te reirás, como me ha pasado a mí. Quizá las exagera un poco, pero casi todas, en mayor o menor medida, resultan familiares. De todos modos, creo que el libro es muy gracioso cocines o no, así que francamente lo recomiendo. Se lee en un plis, por otra parte.
En este libro cuenta con mucha gracias sus peripecias en este terreno. Reconozco que me encanta cómo escribe este tío. Tiene un arte especial para sacar punta de la chorrada más tonta y escribirla de manera que no puedas dejar de leerla; y destila, además, un humor tan británico que reconozco que sus libros (éste en particular) son de los pocos que me han hecho reír a carcajadas. Es como el John Cleese de la literatura inglesa. Tiene historias de todo tipo. Por ejemplo, en un capítulo nos explica su agobio cuando, leyendo los pasos de una receta, ésta saltaba del 2 al 4 sin que hubiera rastro del paso 3. ¿Faltaba un paso en la receta o era una errata? ¿Y si era algo fundamental y sin el paso 3 todo el plato se iba a la mierda? Llegó a telefonear a la autora del libro para aclararlo. Nos cuenta también su incomodidad ante la imprecisión del lenguaje gastronómico. ¿Qué coño es una «cebolla mediana», cuando en cualquier bolsa de cebollas hay un continuo de calibres entre la chalota y el cebollón? Se plantea cuál es la cantidad más adecuada de libros de cocina, y si hay que tirar libros de vez en cuando y cuáles. En fin, todo así.
Si te gusta cocinar, no importa si cocinas de forma intuitiva o no (todos seguimos recetas de vez en cuando o compramos libros de cocina), te reconocerás en la mayoría de estas situaciones y te reirás, como me ha pasado a mí. Quizá las exagera un poco, pero casi todas, en mayor o menor medida, resultan familiares. De todos modos, creo que el libro es muy gracioso cocines o no, así que francamente lo recomiendo. Se lee en un plis, por otra parte.
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