Como ya habréis adivinado, me gustan las historias de viajes en el tiempo. Un día andaba comentando el tema con un amigo, y me dijo: «Pues si te gusta el asunto, tienes que leerte El fin de la eternidad de Asimov». Y yo soy un mandado, así que aquí tenéis la reseña.
De lo poco que leí de Asimov en mi adolescencia, se implantó en mi cabeza la idea de que el tipo era un genio y que todo lo que fuese a leer de él me encantaría. Hace un año o así releí la trilogía de la Fundación y la disfruté muchísimo, así que empecé El fin de la eternidad con la idea de que sería algo similar.
Pero me equivoqué.
Empecemos por el principio. La Eternidad es una organización que controla esto de los viajes en el tiempo y que tiene “oficinas” en todos los siglos de la historia post-viajes en el tiempo (a partir del XXVII). Cada oficina se encarga de monitorear lo que ocurre en la Tierra en ese siglo, y el objetivo de la Eternidad es evitar que la humanidad se destruya, y optimizar la existencia para el mayor número de seres humanos posibles. O sea, que son unos utilitaristas de toda la vida.
¿Cómo hacen esto? Gracias a su dominio de los viajes en el tiempo y a sus avanzadas matemáticas (de nuevo, como en la Fundación, aparece el concepto de sociología matemática), los empleados de la Eternidad son capaces de calcular qué consecuencias tendrán pequeños cambios en las condiciones de un momento concreto, usándolos para sus propósitos. Por ejemplo, accionar un interruptor en un momento dado puede hacer que alguien tenga que levantarse a apagarlo, y como consecuencia no podrá coger la llamada de teléfono que haría que bla bla bla, y al final viven más humanos y son más felices. Aquí se nota que Asimov escribió esta novela en 1954, antes de que la teoría del caos hiciese entrada en escena, y asume que todo es cuestión de estimar probabilidades de sucesos.
Así que la Eternidad está compuesta por “técnicos”, que son los ejecutores de los cambios, “sociólogos”, que estudian las sociedades de cada siglo, “computadores”, que calculan las consecuencias de cada cambio, y así. El protagonista, Andrew Harlan, es un técnico. Por razones que van quedando claras a lo largo de la novela, se ha enamorado de una mujer del mundo normal (lo cual está más o menos prohibido) y está decidido a hacer lo que sea necesario para irse a vivir con ella y ser felices y comer perdices. En el proceso engañará a sus superiores y compañeros de trabajo, y filosofará someramente sobre el propósito de la Eternidad. Giros argumentales a tutiplén.
El libro parece escrito rápido y sin muchas ganas. La idea de una organización como la Eternidad es muy de Asimov y daría mucho jugo, y es una pena que no se desarrolle más. El argumento es muy sencillo, a pesar de los continuos giros argumentales (que al final son lo único que evitan que dejes de leer este librito de 200 páginas), y apenas rasca la superficie de lo que se podría hacer con un universo así. Quizás, cuando Asimov escribió esto en 1954, la novela era lo más de lo más, pero ha llovido mucho desde entonces, y la cosa se queda en un mero entretenimiento de dos tardes. Una pena, pero siempre nos quedará la Fundación.
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