La bañera de Arquímedes es una colección
de 22 pequeños ensayos sacrílegos. Sus autores, los físicos y periodistas S.
Ortoli y N. Witkowski, nos invitan a fisgonear el panteón de la ciencia con
actitud irreverente, sin el más mínimo respeto por lo “sagrado”.
La ciencia, como toda actividad humana de
semejantes dimensiones, posee su propia mitología, incluso su mística
religiosa. Muchos científicos entienden su labor como la búsqueda del Santo
Grial y se vuelcan en cuerpo y alma. Desprecian, por banal, cualquier actividad
que no sea la gran empresa del conocimiento que es la ciencia. Así que, para
mantener alta la moral de la tropa y asegurar la adhesión incondicional de
nuevos aprendices de brujo se cuentan leyendas, se fijan lugares de culto y se
adoran santos. Ortoli y Witkowski contrarrestan esta corriente con sentido del
humor y preguntas irreverentes, como la de aquel niño, que al visitar el
milagroso manantial de Lourdes, le preguntó al guarda: “Oiga, señor:
¿cuántos litros tiene la cisterna?”.
Las vidas ejemplares se forjan a partir la
admiración sin medida de algunos historiadores de la ciencia, la imaginación
entusiasta de los propios científicos al referirse a sus santos o las
declaraciones de los santos mismos. En esta mitología, todos los gustos y
tendencias tienen cabida, de modo que cada uno pueda escoger, a conveniencia,
sus héroes. Por ejemplo, al respecto de los relámpagos de genio que sienten los
grandes creadores, tenemos desde el estilo bíblico del matemático LaurentSchwartz: “Todas las noches creía haberlo conseguido, pero al rayar el
nuevo día descubría de nuevo el error de los resultados que había obtenido en
la víspera. Al séptimo día, finalmente, las murallas se derrumbaron”;
al estilo hippye de Roland Moreno, el inventor de la tarjeta de crédito: “Tuve
la idea una mañana al despertar, cuando encendía un porrete”.
Los autores analizan en sus ensayos, desde
el sacrílego punto de vista del marketing y la iconografía, el éxito de
términos como “Big-Bang” o la ecuación E=mc2 , el “¡Eureka!”
de Arquímedes o la popularidad en nuestros tiempos de Leonardo da Vinci. Nos
desmitifican algunos mitos clásicos como el de la manzana de Newton, el sueño
de la serpiente de Kekulé o la tabla de los elementos químicos de Mendeleïev. O
nos recuerdan cómo la ciencia también es injusta con algunos personajes de
abnegación loable, como fue el caso de Bernard Palissy en su empresa por
fabricar la cerámica.
Otros ensayos están dedicados más a una
temática que a un personaje. Abordan el movimiento continuo, el mito de
Frankenstein, el eslabón perdido, los agujeros negros, los premios Nobel, el
lugar de Dios en la ciencia, el progreso científico y sus responsabilidades
sociales o las seudociencias representadas por el número áureo de Matila Ghyka
y los ovnis.
Un capítulo que me resulta especialmente
sabroso, por cuestiones profesionales, es el dedicado a la mariposa de Lorenz.
El caos determinista ha sido uno de los grandes hitos científicos del siglo XX.
Lorenz tropezó literalmente con él mientras simulaba con ordenadores un modelo
climático extremadamente simple. Detectó por una casualidad, que si cambiaba
ligerísimamente las cantidades iniciales en uno de sus experimentos numéricos,
los resultados variaban enormemente. Es lo que se conoce técnicamente como
sensibilidad a las condiciones iniciales de las ecuaciones. Poco después de su
descubrimiento, en 1972, Lorenz fue invitado a dar una conferencia que
tituló: ¿Puede el aleteo de una mariposa en Brasil desencadenar un
tornado en Texas? Como dicen los autores del libro: “más que
desencadenar un tornado, lo que desencadenó la mariposa brasileña fue una
tormenta mediática. Confirmando, una vez más, que más vale una buen imagen que
un montón de ecuaciones”. Desde ese momento el aleteo de la mariposa
se convirtió en un ejercicio aéreo obligado de cualquier proyecto con algún
asomo divulgativo. En la película Havana, Robert Redford nos explica cómo una
libélula en el mar de China puede provocar un huracán en el Caribe. Y en Parque
Jurásico, Jeff Goldblum suelta una majadería semejante con una mariposa china
provocando una tormenta en New York. Lo destacable de este mito científico respecto
a otros es su reciente parto. De modo que a los autores les ha sido
relativamente fácil documentar su nacimiento y evolución. Como nos cuentan, la
idea original no fue de Lorenz, que gustaba más de emplear una gaviota que una
mariposa, sino de Philip Merilees, el organizador de la conferencia a la que
hicimos referencia. Gran parte de la buena acogida del término tuvo como responsable
al éxito editorial de Gleick con su libro La teoría del Caos. Gleick titula uno de sus capítulos El efecto mariposa. Desde ese
momento la mariposa voló por su cuenta. Ortoli y Witkowski recogen en una tabla
unas cuarenta referencias en la literatura científica, donde aparecen el
hábitat de la mariposa, el lugar donde se produce la catástrofe climática y la
referencia bibliográfica del relato. A partir de aquí hacen una reflexión
crítica sobre la americanización (“estadounidensización” sería más correcto
pero es menos pronunciable) actual de la ciencia y la pérdida de perspectiva
histórica, que no tiene desperdicio.
El libro finaliza con un alegato a favor
del regreso de las grandes discusiones científicas, que tiempos ha eran materia
de debate entre los ciudadanos y ocupaban páginas importantes en los periódicos.
La ciencia es ahora propiedad de un reducido grupo de especialistas y sus
contenidos son cada vez más inaprensibles para el lego. Y como advierte
Lévy-Strauss: si los conocimientos desbordan a la imaginación, se nos empuja de
nuevo al pensamiento mítico. No es extraño, entonces, que asistamos a un paradójico
auge de las seudociencias y al gobierno del PP por mayoría absoluta y minoría
neuronal.
Me he gustado mucho la entrada.
ResponderEliminarSe me están acumulando los libros que tengo que leer.
Gracias Bartolo