Se trata de una novela de ciencia ficción que narra el encuentro con una civilización alienígena... solo que ésta no es extraterrestre sino “intraterrestre”: las hormigas. Al parecer el autor, Bernard Werber, es un periodista científico francés fascinado por el mundo de las hormigas. Ha escrito una trilogía sobre el tema: además de esta primera novela la completan El día de las hormigas y La revolución de las hormigas (esta última, al parecer, no se ha traducido al castellano). La novela que nos ocupa supuso el lanzamiento al estrellato de este autor: vendió millones de ejemplares, fue aclamada por la crítica, traducida a muchos idiomas y obtuvo algún que otro premio.
La novela lleva en paralelo dos historias. Por un lado, el sobrino de un científico experto en hormigas, trágicamente fallecido por un ataque masivo de avispas, hereda de éste una casa en París con un extraño sótano y una advertencia dejada en casa de su madre (la abuela del protagonista) en un sobre cerrado dirigido a él: no entrar en el sótano bajo ningún concepto. Allí se muda con su mujer y su hijo y, como ya podéis suponer, el sótano se convierte en su obsesión. Al mismo tiempo, e intercalándola con ésta, nos cuenta la historia de Bel-o-kan, un hormiguero cercano, “capital” de una federación de hormigueros. Las dos historias discurren sin aparente conexión hasta el final de la novela, donde se entrelazan de una forma sorprendente.
Para empezar, se trata de una interesante historia de ciencia ficción, muy amena y original. Ahora bien, dicho esto, también hay que decir que la novela no está demasiado bien equilibrada. El contraste entre la historia de los humanos y la de las hormigas es muy exagerado. Esta última está elaborada con mucho mimo, mezclando realidad y ficción de una forma convincente, y proporcionando una imagen de las hormigas como de una civilización de una inteligencia comparable a la humana, pero muy distinta. Es evidente que el autor se ha documentado mucho acerca de las hormigas, y sobre esta base científica ha elaborado la idea de una civilización “alienígena”. Sin embargo he de decir que el resultado está conseguido a medias. Las primeras ideas que nos transmite dan a entender que (como decía Hofstadter) el hormiguero es la entidad inteligente, que las hormigas desempeñan papeles similares a los de las células de un organismo, aquellas clasificadas en castas con distintos roles como estas se diferencian en órganos y especializan en distintas funciones. Nos cuenta que pueden comunicarse entre sí de forma química, bien emitiendo feromonas que controlan a su antojo y combinan para elaborar mensajes, bien conectándose a través de las antenas y creando redes neurales complejas. Ignoro cuánto de verdad hay en esto pero sería fascinante si ocurriera así. El problema es que, a medida que el libro progresa, las hormigas van “humanizándose”, y si bien se nos da a entender en algún momento que estamos asistiendo a una “traducción” al “humanés” del comportamiento hormiga, no es menos cierto que cada vez más descubrimos a hormigas tomando iniciativas que no les son propias o haciendo previsiones a futuro que es muy improbable que pueda elaborar el diminuto y poco desarrollado cerebro de una única hormiga. Pero a pesar de ello la historia resulta creíble y disfrutamos conociendo los avatares de la política de la federación de hormigas y de sus eternas rivales las termitas, de sus guerras, alianzas, sus defensas contra toda clase de enemigos o peligros, etc.
La historia de los humanos resulta, por el contrario, un poco patética, incluso ridícula. Decir que los personajes son planos es dotarlos de dos dimensiones más de las que en realidad tienen. Casi cualquier reacción o decisión suya nos sorprende porque no encaja en absoluto ni con la situación ni con la psicología más elemental. Y ni siquiera es una historia que merezca ese nombre. No se trata más que de una serie de cuñas intercaladas entre la historia de las hormigas que no tienen otro propósito que darle un final original a la novela.
Pero con todo la novela es muy entretenida y me atrevería a recomendarla. Además, por lo que a mí respecta, ha cumplido perfectamente el papel de lectura “ligera” que yo andaba buscando —otro día os contaré por qué.
La novela lleva en paralelo dos historias. Por un lado, el sobrino de un científico experto en hormigas, trágicamente fallecido por un ataque masivo de avispas, hereda de éste una casa en París con un extraño sótano y una advertencia dejada en casa de su madre (la abuela del protagonista) en un sobre cerrado dirigido a él: no entrar en el sótano bajo ningún concepto. Allí se muda con su mujer y su hijo y, como ya podéis suponer, el sótano se convierte en su obsesión. Al mismo tiempo, e intercalándola con ésta, nos cuenta la historia de Bel-o-kan, un hormiguero cercano, “capital” de una federación de hormigueros. Las dos historias discurren sin aparente conexión hasta el final de la novela, donde se entrelazan de una forma sorprendente.
Para empezar, se trata de una interesante historia de ciencia ficción, muy amena y original. Ahora bien, dicho esto, también hay que decir que la novela no está demasiado bien equilibrada. El contraste entre la historia de los humanos y la de las hormigas es muy exagerado. Esta última está elaborada con mucho mimo, mezclando realidad y ficción de una forma convincente, y proporcionando una imagen de las hormigas como de una civilización de una inteligencia comparable a la humana, pero muy distinta. Es evidente que el autor se ha documentado mucho acerca de las hormigas, y sobre esta base científica ha elaborado la idea de una civilización “alienígena”. Sin embargo he de decir que el resultado está conseguido a medias. Las primeras ideas que nos transmite dan a entender que (como decía Hofstadter) el hormiguero es la entidad inteligente, que las hormigas desempeñan papeles similares a los de las células de un organismo, aquellas clasificadas en castas con distintos roles como estas se diferencian en órganos y especializan en distintas funciones. Nos cuenta que pueden comunicarse entre sí de forma química, bien emitiendo feromonas que controlan a su antojo y combinan para elaborar mensajes, bien conectándose a través de las antenas y creando redes neurales complejas. Ignoro cuánto de verdad hay en esto pero sería fascinante si ocurriera así. El problema es que, a medida que el libro progresa, las hormigas van “humanizándose”, y si bien se nos da a entender en algún momento que estamos asistiendo a una “traducción” al “humanés” del comportamiento hormiga, no es menos cierto que cada vez más descubrimos a hormigas tomando iniciativas que no les son propias o haciendo previsiones a futuro que es muy improbable que pueda elaborar el diminuto y poco desarrollado cerebro de una única hormiga. Pero a pesar de ello la historia resulta creíble y disfrutamos conociendo los avatares de la política de la federación de hormigas y de sus eternas rivales las termitas, de sus guerras, alianzas, sus defensas contra toda clase de enemigos o peligros, etc.
La historia de los humanos resulta, por el contrario, un poco patética, incluso ridícula. Decir que los personajes son planos es dotarlos de dos dimensiones más de las que en realidad tienen. Casi cualquier reacción o decisión suya nos sorprende porque no encaja en absoluto ni con la situación ni con la psicología más elemental. Y ni siquiera es una historia que merezca ese nombre. No se trata más que de una serie de cuñas intercaladas entre la historia de las hormigas que no tienen otro propósito que darle un final original a la novela.
Pero con todo la novela es muy entretenida y me atrevería a recomendarla. Además, por lo que a mí respecta, ha cumplido perfectamente el papel de lectura “ligera” que yo andaba buscando —otro día os contaré por qué.
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