Ettore Majorana fue uno de los físicos más brillantes de la era cuántica. Nacido en Sicilia en 1906, formó parte del famoso «grupo de Roma», liderado por Enrico Fermi. Pese a sus escasísimas publicaciones, el impacto de sus contribuciones perdura aún. La más famosa de ellas es el denominado fermión de Majorana. Se trata de una partícula de spin 1/2 (un fermión) que es su propia antipartícula. Se especula que los neutrinos podrían ser fermiones de Majorana, pero más importante que eso es el hecho de que un estado ligado de un par electrón-hueco en un superconductor forma una quasipartícula que cumple la ecuación de Majorana, y este tipo de estados ligados (cuya existencia se confirmó experimentalmente el año pasado) resultan particularmente útiles en el diseño de computadores cuánticos. No está mal, para una contribución hecha en los años '30.
Pero no voy a hablar de nada de esto aquí, sino del propio Majorana. Porque más fascinante que sus contribuciones son el personaje, su vida y el misterio que lo acompaña. Majorana era un niño prodigio a quien sus padres gustaban de exhibir —para su gran desasosiego— haciendo complicados cálculos delante de las visitas. Aunque estudió ingeniería en Roma, su inclinación científica le hizo unirse, a los 22 años, al grupo de Fermi, bajo cuya «supervisión» se doctoró al año siguiente. Sobre la supervisión de Fermi, Edoardo Amaldi, su amigo y biógrafo, escribió lo siguiente:
Este era el gachó.
En 1933 marcha a Alemania y pasa varios meses en la casa de Heisenberg, con quien al parecer sintoniza muy bien. No necesito explicar cómo era la Alemania de aquellos días ni quien gobernaba en Italia. A su vuelta manifiesta un comportamiento más antisocial que de costumbre y se recluye en su casa durante cuatro años. De allí sale para presentarse a una cátedra y, tras un apaño muy a la italiana (que no resultaría ajeno en España) acaba de catedrático, no en Roma, donde se presentó, sino en Nápoles. Por primera vez se enfrenta a la docencia, cosa que le desasosiega muchísimo, y un año más tarde ocurre el suceso más notorio de su vida: desaparece sin dejar rastro en una travesía entre Palermo y Nápoles. Desde entonces no se supo más de él. Ni siquiera si se suicidó o se escondió en algún lugar del mundo.
Este es el hecho crucial sobre el que descansa la brillante novela-biografía-ensayo filosófico que construye Sciascia sobre el personaje de Ettore Majorana. Con una prosa magnífica y una notable ecomía de medios, Sciascia reconstruye, a partir de escritos y testimonios, vida, psicología y hechos del protagonista, y propone, basándose en conjeturas razonables y en hechos concretos, su teoría sobre la desaparición. Según él, Majorana, una persona «de una sensibilidad extrema», obsesionada con las consecuencias éticas de la ciencia y de una clarividencia prodigiosa, supo ver las consecuencias que su presencia en la Italia de 1938, como el mayor genio reconocido de la física cuántica, tendrían para la humanidad, y decidió quitarse de enmedio. Pero Sciascia no contempla el suicidio, por razones que, francamente, resultan convincentes, y propone la idea de que se recluyó en un monasterio perdido de Italia.
Leonardo Sciascia reflexiona en el libro sobre la ética de la ciencia y la responsabilidad de los científicos. Alaba a Majorana por su decisión y carga contra los físicos que participaron en la construcción de la bomba atómica. Desmonta incluso el argumento de que se trataba de una carrera contra los nazis, aportando evidencias de que, en realidad, Heisenberg trató de transmitir el mensaje a Bohr de que los nazis estaban muy lejos de conseguirla. Cuenta también cómo Fermi obtuvo la primera reacción en cadena antes que los americanos sin ser consciente de ello hasta años más tarde. O tal vez lo fue...
El libro, de este modo, se convierte en una pieza pionera de metaliteratura, en la que se combinan crónica, relato de intriga y ensayo filosófico. En la edición de Tusquets el libro se acompaña de un apéndice, pedante y absolutamente prescindible, de una tal Lea Ritter Santini, que al parecer se incluye en la edición alemana. El breve ensayo no aporta nada nuevo, ni a los hechos, ni a la reflexión, ni desde luego a la poética de la obra de Sciascia, y su lectura produce un anticlímax que yo recomiendo evitar por el sencillo procedimiento de saltárselo. Creo que la impresión de brevedad que esto aporta al relato engrandece la obra.
Respecto al misterio en sí, probablemente nunca sabremos qué fue de Majorana. Los rumores sobre gente que ha sabido de él en distintos lugares del mundo recuerdan a los de la gente que ha visto a Elvis. En 1970 la viuda del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias dijo haber visto unos años antes en Buenos Aires a un científico llamado Ettore Majorana. El físico chileno Carlos Rivera dijo que en 1950, durante una visita a la ciudad porteña, se hospedó en casa de una señora cuyo hijo decía haber conocido a Majorana. Diez años más tarde, hospedándose en el Hotel Continental, un camarero vio a Rivera hacer cálculos en una servilleta y le comentó que había visto hacer eso también a un italiano que solía frecuentar la cafetería. Cuando le preguntó su nombre le dijo que se llamaba Ettore Majorana. El 7 de junio de 2011 Corriere della sera publicó una foto realizada en 1955 en Venezuela a un tal Sr. Bini, afincado en Argentina, que al parecer (según los «expertos» de la policía de Roma) muestra diez puntos de coincidencia con las fotos del joven Majorana, además de una compatibilidad de rasgos con las imágenes del padre de Ettore.
Sobre los tales expertos Sciascia tiene mucho que decir en su libro.
Pero no voy a hablar de nada de esto aquí, sino del propio Majorana. Porque más fascinante que sus contribuciones son el personaje, su vida y el misterio que lo acompaña. Majorana era un niño prodigio a quien sus padres gustaban de exhibir —para su gran desasosiego— haciendo complicados cálculos delante de las visitas. Aunque estudió ingeniería en Roma, su inclinación científica le hizo unirse, a los 22 años, al grupo de Fermi, bajo cuya «supervisión» se doctoró al año siguiente. Sobre la supervisión de Fermi, Edoardo Amaldi, su amigo y biógrafo, escribió lo siguiente:
«El paso hacia la Física se produjo a principios de 1928 tras una charla con Fermi, cuyos detalles pueden servir muy bien para esclarecer algunos aspectos del carácter de Majorana. Éste vino al Instituto de Física de Via Panisperna y fue llevado al estudio de Fermi donde se encontraba también Rassetti. Fue en aquella ocasión cuando le vi por primera vez. [...] Fermi trabajaba entonces en el modelo de estadística que luego tomaría el nombre de modelo Thomas-Fermi. La conversación con Majorana pronto se centró sobre las investigaciones en curso en el Instituto y Fermi expuso rápidamente las líneas generales del modelo y mostró a Majorana los resúmenes de sus más recientes trabajos sobre el tema y, en especial, la tabla en la que se recogían los valores numéricos del llamado potencial numérico de Fermi. Majorana escuchó con interés y, tras haber pedido alguna aclaración, se marchó sin manifestar sus pensamientos y sus intenciones. Al día siguiente, al final de la mañana, se presentó de nuevo en el Instituto, entró directamente en el estudio de Fermi y le preguntó, sin mediar preámbulo alguno, si podía ver la tabla que le había mostrado durante unos instantes el día anterior. Una vez en sus manos, extrajo de su bolsillo un papelito en el cual se hallaba escrita una tabla análoga calculada por él, en su casa, durante las últimas veinticuatro horas, transformando, según recuerda Segré, la ecuación de Ricatti que después había integrado numéricamente. Comparó las dos tablas y, habiendo constatado que ambas coincidían plenamente, dijo que la tabla de Fermi estaba bien…»Majorana se hizo famoso entre el grupo de Roma por hacer descubrimientos de premio Nobel en el envoltorio de una cajetilla de tabaco que después tiraba a la basura y rehusaba publicar. Uno de ellos fue el descubrimiento de que el núcleo atómico está formado por protones y neutrones (una teoría que seis meses más tarde, en 1932, publicó Heisenberg). Cuenta Sciascia que cuando conoció los resultados del descubrimiento del neutrón en un experimento de Irene Curie y Fréderic Joliot, cuyos resultados no supieron interpretar correctamente, comentó: «Qué tontos, han descubierto el protón neutro y no se han dado cuenta».
Este era el gachó.
En 1933 marcha a Alemania y pasa varios meses en la casa de Heisenberg, con quien al parecer sintoniza muy bien. No necesito explicar cómo era la Alemania de aquellos días ni quien gobernaba en Italia. A su vuelta manifiesta un comportamiento más antisocial que de costumbre y se recluye en su casa durante cuatro años. De allí sale para presentarse a una cátedra y, tras un apaño muy a la italiana (que no resultaría ajeno en España) acaba de catedrático, no en Roma, donde se presentó, sino en Nápoles. Por primera vez se enfrenta a la docencia, cosa que le desasosiega muchísimo, y un año más tarde ocurre el suceso más notorio de su vida: desaparece sin dejar rastro en una travesía entre Palermo y Nápoles. Desde entonces no se supo más de él. Ni siquiera si se suicidó o se escondió en algún lugar del mundo.
Este es el hecho crucial sobre el que descansa la brillante novela-biografía-ensayo filosófico que construye Sciascia sobre el personaje de Ettore Majorana. Con una prosa magnífica y una notable ecomía de medios, Sciascia reconstruye, a partir de escritos y testimonios, vida, psicología y hechos del protagonista, y propone, basándose en conjeturas razonables y en hechos concretos, su teoría sobre la desaparición. Según él, Majorana, una persona «de una sensibilidad extrema», obsesionada con las consecuencias éticas de la ciencia y de una clarividencia prodigiosa, supo ver las consecuencias que su presencia en la Italia de 1938, como el mayor genio reconocido de la física cuántica, tendrían para la humanidad, y decidió quitarse de enmedio. Pero Sciascia no contempla el suicidio, por razones que, francamente, resultan convincentes, y propone la idea de que se recluyó en un monasterio perdido de Italia.
Leonardo Sciascia reflexiona en el libro sobre la ética de la ciencia y la responsabilidad de los científicos. Alaba a Majorana por su decisión y carga contra los físicos que participaron en la construcción de la bomba atómica. Desmonta incluso el argumento de que se trataba de una carrera contra los nazis, aportando evidencias de que, en realidad, Heisenberg trató de transmitir el mensaje a Bohr de que los nazis estaban muy lejos de conseguirla. Cuenta también cómo Fermi obtuvo la primera reacción en cadena antes que los americanos sin ser consciente de ello hasta años más tarde. O tal vez lo fue...
El libro, de este modo, se convierte en una pieza pionera de metaliteratura, en la que se combinan crónica, relato de intriga y ensayo filosófico. En la edición de Tusquets el libro se acompaña de un apéndice, pedante y absolutamente prescindible, de una tal Lea Ritter Santini, que al parecer se incluye en la edición alemana. El breve ensayo no aporta nada nuevo, ni a los hechos, ni a la reflexión, ni desde luego a la poética de la obra de Sciascia, y su lectura produce un anticlímax que yo recomiendo evitar por el sencillo procedimiento de saltárselo. Creo que la impresión de brevedad que esto aporta al relato engrandece la obra.
Respecto al misterio en sí, probablemente nunca sabremos qué fue de Majorana. Los rumores sobre gente que ha sabido de él en distintos lugares del mundo recuerdan a los de la gente que ha visto a Elvis. En 1970 la viuda del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias dijo haber visto unos años antes en Buenos Aires a un científico llamado Ettore Majorana. El físico chileno Carlos Rivera dijo que en 1950, durante una visita a la ciudad porteña, se hospedó en casa de una señora cuyo hijo decía haber conocido a Majorana. Diez años más tarde, hospedándose en el Hotel Continental, un camarero vio a Rivera hacer cálculos en una servilleta y le comentó que había visto hacer eso también a un italiano que solía frecuentar la cafetería. Cuando le preguntó su nombre le dijo que se llamaba Ettore Majorana. El 7 de junio de 2011 Corriere della sera publicó una foto realizada en 1955 en Venezuela a un tal Sr. Bini, afincado en Argentina, que al parecer (según los «expertos» de la policía de Roma) muestra diez puntos de coincidencia con las fotos del joven Majorana, además de una compatibilidad de rasgos con las imágenes del padre de Ettore.
Sobre los tales expertos Sciascia tiene mucho que decir en su libro.
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